sábado, 2 de febrero de 2013

SER VASO NUEVO EN MANOS DEL ALFARERO

Hoy, día 2 de febrero, celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, y desde el año 1997, la tradicional Jornada de la Vida Consagrada. Este año con un lema muy concreto: “La vida consagrada  en el año de la fe. Signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.”

Por este motivo, la celebración de la Eucaristía esta mañana en el Monasterio de clausura de las Hermanas Concepcionistas ha tenido un sabor muy especial. Comenzábamos la celebración con la bendición de las candelas, signo de la luz en medio de los hombres, y acogidos al amor de María, que hoy lleva en brazos a  su Hijo, Luz para todos los pueblos, en las palabras de Simeón.

Tras la proclamación del evangelio llegaba el momento de oración comunitaria y de renovación de su consagración a Dios y a la Iglesia, en la triple fórmula de la obediencia, la pobreza y la castidad. Y continuábamos la celebración de la Eucaristía con los cantos apropiados a lo que celebrábamos, con uno muy especial, “ser vaso nuevo en las manos del alfarero”.

Y yo hoy me pregunto: ¿ Cómo ser testigo de fe en medio de ellas? ¿Qué puedo aportar a estas vidas de consagración, de escucha, de oración, … de entrega? ¿ Y qué recibo yo a diario  desde ellas?

Me queda algo muy claro en mi vida: estas mujeres son signos vivos de Dios en medio de este mundo. Ellas son sacramentos del amor de Dios en esta realidad y signos de la presencia del corazón compasivo de Jesús. Son mujeres entregadas a las personas desde el silencio de estas paredes, aunque sintiendo la realidad del mundo como propia. Con una oración cercana, contemplativa, silenciosa en palabras y grande en amor; sencillas y austeras en su forma de vivir que nos enseñan que lo esencial es invisible a la mirada de este mundo que nos toca vivir; con una alegría que transforma la misma vida, y con una sensatez a prueba de bombas; ellas miran y acogen a la Iglesia como su auténtica madre, necesitada de personas que se sientan animadas en el seguimiento serio de Jesús, pero con la confianza puesta en Dios que es “capaz de sacar hijos de Abrahán incluso de las piedras”; …

Poder celebrar todos los días con ellas es un lujo para mí en estos tiempos que corren. Es verdad que los sacerdotes tenemos que hacer un ejercicio de conversión hacia estos monasterios de vida consagrada. A veces vivimos sometidos, por la escasez de vocaciones, a un estrés grande que nos lleva a celebrar muchas veces y casi siempre con prisas. Y cuando nos toca acompañar un monasterio de la vida consagrada nos cuesta. Pero es mucho más el bien que recibimos que el bien que pensamos que damos. Este espacio debe ser, al menos yo quiero vivirlo así, como un remanso de paz, de tranquilidad, de escucha de la Palabra, de oración personal y comunitaria, de atención a estas religiosas, …

A veces decimos que estos conventos tienen que abrir sus puertas e integrarse en las comunidades parroquiales y muy pocas son las ocasiones en las que nosotros nos abrimos de verdad a estos espacios, y aún menos abrimos las puertas de las parroquias a estas vidas consagradas. ¿ Por qué? … No lo sé, … pero cada día tengo más claro dos cosas: la primera es reconocer el bien que la vida consagrada hace a la Iglesia, a la Comunidad Parroquial y a mi vida ministerial; y la segunda es que la escasez de vocaciones al sacerdocio será menor cuando la vida de los sacerdotes transmita servicio desinteresado a la comunidad humana ( a la misma Iglesia) y alegría profunda en el trato con las personas, además de una vida de oración que nos lleve a sentir el mundo y la realidad como Dios la siente de verdad.

Es mucho lo que tenemos que aprender de esta vida consagrada; ellas viven la escasez de vocaciones igual que nuestra diócesis la escasez de sacerdotes, pero tienen una confianza cada vez más grande en Dios y en la fuerza de la oración, renovándose espiritualmente cada día, formándose y estudiando a diario, trabajando para vivir con dignidad, viviendo el valor de la comunidad como un don y un compromiso, … y todo desde la acogida a las personas que Dios va poniendo en sus vidas.

Conocerlas cada día más me está haciendo mucho bien, …. Y cuanto más las conozco, más respeto me merecen y más las quiero. Recemos hoy por ellas y por cualquier forma de vida religiosa consagrada. Que sigan siendo un don de Dios en medio de nuestro mundo.