ESTAR, SENTIR Y HACER
Con la tranquilidad que da el estar ya en casa,
después de un día sin parar, vuelvo a releer tranquilamente el evangelio de
este domingo. De nuevo Cafarnaún en la escena. Jesús ha estado predicando en la
sinagoga y sale hacia la casa de Pedro. Los signos en este pasaje de san Marcos
son importantes, especialmente el gesto de salir: sale del lugar oficial de la
religión hacia el espacio más entrañable de la vida como es la casa, el hogar.
Anteriormente él había “enseñado con
autoridad”.
Hago oración agradeciendo al Padre el encuentro de
jóvenes y niños de la Acción Católica
General de nuestra diócesis que, desde ayer hasta hoy, han estado viviendo una
jornada de encuentro, de convivencia y celebración en Mérida. Han aprendido que
la autoridad de Jesús se hace servicio y voz del evangelio en la realidad
concreta de sus parroquias y de sus pueblos y ciudades. Ellos, como Jesús, no
quieren sentirse asustados ante la realidad, sino que quieren vivir en ella
para aprender a ser mejores cristianos.
Jesús, ante la enfermedad y la fiebre de la suegra
de Pedro, responde con el don de su presencia. A Jesús no le asusta la cercanía
de los demás, ni la enfermedad o el sufrimiento; Él asume la realidad en la que
hay gozos y sombras, alegrías y tristezas; ama esta realidad que le rodea y la
asume adentrándose en ella. Se acerca a aquella mujer para compartir su dolor;
la coge de la mano sin importarle la impureza ritual religiosa de su época, y
la levanta de su situación para llamarla de nuevo a la vida compartida con los
demás.
Sorprende la cercanía y el corazón compasivo de Jesús,
y la paz que engendra a su alrededor. La religión oficial, el culto del templo,
“realizado por separaciones y exclusiones”
jamás hubiera transmitido esta paz, ni este “saber estar, saber sentir y saber
hacer” al estilo de Jesús. Todo esto ocurría en Galilea, aquellos pueblos del
norte donde la suspicacia religiosa oficial afirmaría que “de allí no puede salir algo bueno”.
En nuestra Iglesia, en nuestras comunidades
parroquiales nos encontramos con tantas personas que hacen de sus vidas un
ejemplo constante de entrega. Así queremos que lo descubran los niños y jóvenes
en el encuentro de hoy. Ellos son “centinelas” en medio de la noche del dolor y
del sufrimiento. Se han adentrado en la realidad, aman y sirven sin mirar a
quien y entregan signos importantes de salud y de dignidad. No puede
asustarnos, ni echarnos atrás que la labor humanitaria y social de la Iglesia no se conozca en
su totalidad o se conozca poco porque sencillamente hay que seguir realizándola.
Tantas personas que viven “a la caída del sol”, en medio de sombras, de tristezas y
sufrimientos, de pobrezas y debilidades que nos llegan como a Jesús buscando
una Iglesia servidora, compasiva y samaritana a la que importe, y mucho, la
persona tal y como es, y que la palabra de la misma Iglesia esté avalada por
los signos de la misericordia. Un cristianismo de encuentro en lo cotidiano, en
el hogar, en la casa.
Pero Jesús busca la otra fuente de su verdad:
tiempo para orar, tiempo para estar con el Padre. No sólo actividad y de la
buena, también mucha oración, en descampado, en la madrugada, a la salida del
sol. Nuestros jóvenes y niños también lo pueden descubrir: todo lo vivido hay que
ponerlo en las manos de Dios. Contarle al Padre nuestra vida, el encuentro con
los demás, el colegio y el instituto, la familia y la parroquia, … para contemplar
a Dios en medio de todo y vivir la comunión con Él y con Jesús. Esto es lo que
llamamos experiencia de Dios.
El templo ayer y hoy era la Casa de la Iglesia y la Parroquia de Santa María,
el Perpetuo Socorro, pero también las calles de Mérida, como lo son las calles
de nuestras realidades. En estos espacios recibimos de nuevo la llamada: “vámonos a otra parte para predicar también
allí”. La Buena Noticia
no puede permanecer quieta, ni es solamente para algunos; es patrimonio de
todos y Jesús quiere que eche raíces en cada uno de nosotros.
“¡ Ay de mí
si no anuncio el evangelio!”. Hoy hemos sentido la alegría del encuentro con
Dios y con los demás. Vivamos en la
Iglesia la esperanza de salir hacia otros lugares y hacia
otras personas para transmitir la fe. ¡Feliz día, feliz descanso, … hasta el
siguiente!