sábado, 3 de febrero de 2018

ESTAR, SENTIR Y HACER

Con la tranquilidad que da el estar ya en casa, después de un día sin parar, vuelvo a releer tranquilamente el evangelio de este domingo. De nuevo Cafarnaún en la escena. Jesús ha estado predicando en la sinagoga y sale hacia la casa de Pedro. Los signos en este pasaje de san Marcos son importantes, especialmente el gesto de salir: sale del lugar oficial de la religión hacia el espacio más entrañable de la vida como es la casa, el hogar. Anteriormente él había “enseñado con autoridad”.

Hago oración agradeciendo al Padre el encuentro de jóvenes y niños de la Acción Católica General de nuestra diócesis que, desde ayer hasta hoy, han estado viviendo una jornada de encuentro, de convivencia y celebración en Mérida. Han aprendido que la autoridad de Jesús se hace servicio y voz del evangelio en la realidad concreta de sus parroquias y de sus pueblos y ciudades. Ellos, como Jesús, no quieren sentirse asustados ante la realidad, sino que quieren vivir en ella para aprender a ser mejores cristianos.

Jesús, ante la enfermedad y la fiebre de la suegra de Pedro, responde con el don de su presencia. A Jesús no le asusta la cercanía de los demás, ni la enfermedad o el sufrimiento; Él asume la realidad en la que hay gozos y sombras, alegrías y tristezas; ama esta realidad que le rodea y la asume adentrándose en ella. Se acerca a aquella mujer para compartir su dolor; la coge de la mano sin importarle la impureza ritual religiosa de su época, y la levanta de su situación para llamarla de nuevo a la vida compartida con los demás.

Sorprende la cercanía y el corazón compasivo de Jesús, y la paz que engendra a su alrededor. La religión oficial, el culto del templo, “realizado por separaciones y exclusiones” jamás hubiera transmitido esta paz, ni este “saber estar, saber sentir y saber hacer” al estilo de Jesús. Todo esto ocurría en Galilea, aquellos pueblos del norte donde la suspicacia religiosa oficial afirmaría que “de allí no puede salir algo bueno”.

En nuestra Iglesia, en nuestras comunidades parroquiales nos encontramos con tantas personas que hacen de sus vidas un ejemplo constante de entrega. Así queremos que lo descubran los niños y jóvenes en el encuentro de hoy. Ellos son “centinelas” en medio de la noche del dolor y del sufrimiento. Se han adentrado en la realidad, aman y sirven sin mirar a quien y entregan signos importantes de salud y de dignidad. No puede asustarnos, ni echarnos atrás que la labor humanitaria y social de la Iglesia no se conozca en su totalidad o se conozca poco porque sencillamente hay que seguir realizándola.

Tantas personas que viven “a la caída del sol”, en medio de sombras, de tristezas y sufrimientos, de pobrezas y debilidades que nos llegan como a Jesús buscando una Iglesia servidora, compasiva y samaritana a la que importe, y mucho, la persona tal y como es, y que la palabra de la misma Iglesia esté avalada por los signos de la misericordia. Un cristianismo de encuentro en lo cotidiano, en el hogar, en la casa.

Pero Jesús busca la otra fuente de su verdad: tiempo para orar, tiempo para estar con el Padre. No sólo actividad y de la buena, también mucha oración, en descampado, en la madrugada, a la salida del sol. Nuestros jóvenes y niños también lo pueden descubrir: todo lo vivido hay que ponerlo en las manos de Dios. Contarle al Padre nuestra vida, el encuentro con los demás, el colegio y el instituto, la familia y la parroquia, … para contemplar a Dios en medio de todo y vivir la comunión con Él y con Jesús. Esto es lo que llamamos experiencia de Dios.

El templo ayer y hoy era la Casa de la Iglesia y la Parroquia de Santa María, el Perpetuo Socorro, pero también las calles de Mérida, como lo son las calles de nuestras realidades. En estos espacios recibimos de nuevo la llamada: “vámonos a otra parte para predicar también allí”. La Buena Noticia no puede permanecer quieta, ni es solamente para algunos; es patrimonio de todos y Jesús quiere que eche raíces en cada uno de nosotros.


“¡ Ay de mí si no anuncio el evangelio!”. Hoy hemos sentido la alegría del encuentro con Dios y con los demás. Vivamos en la Iglesia la esperanza de salir hacia otros lugares y hacia otras personas para transmitir la fe. ¡Feliz día, feliz descanso, … hasta el siguiente!