DON
RAMÓN, … SÍNTESIS DE FE Y DE VIDA
Reconozco que me
ha sorprendido la muerte de don Ramón. Conocía que había dejado de celebrar la
misa en la con-catredral de Santa María de Mérida porque se sentía débil y que
se encontraba retirado y acompañado maternalmente por las Hermanitas de Santa
Teresa de Jornet. Su salud había decaído y encontró su descanso en el día en el
que la Iglesia celebraba la Solemnidad de todos los Santos. En el prefacio de
la Eucaristía damos gracias por “ la guía en la fe y el gozo de los mejores
hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra
debilidad”. Ha sido recibido con el abrazo paterno, al menos para mí, uno
de los mejores hijos de la Iglesia, modelo de fe y de fidelidad en el ejemplo
sencillo de su vida sacerdotal.
En el recuerdo y
agradecimiento de algunas generaciones de Don Álvaro, mi pueblo, siempre va a
estar muy presente. Llegó en el año 1970 y permaneció entre nosotros durante 21 años. Ha sido el sacerdote de mi infancia, adolescencia y juventud. De
su mano llegué al Seminario de Badajoz y siempre me sentí acompañado por su cercanía
a la vez que por su discreción. Era profundamente respetuoso con la formación
del Seminario y con los mimos formadores que allí estaban. Jamás le escuché una
mala palabra hacia ninguno y siempre me
animaba para estudiar y formarme, respetar a mi familia y a mis amigos siendo
una buena persona, y cuidar la vocación sacerdotal porque era un regalo que
Dios me hacía. Fueron muchas horas de conversación con él al terminar la
eucaristía, especialmente en las tardes del verano, echando un clandestino cigarrillo
en el atrio, antes de subirse a su Dyane 6 y su posterior Visa GT para ir a su
domicilio en Mérida.
Llegaba todos
los días, al terminar su docencia en el Colegio Público de Mirandilla, y nos
daba la catequesis, llevaba la comunión a los enfermos y mayores, se paraba con
todo el mundo por la calle para un rato de conversación, conocía cada familia y
a los que vivían fuera por la fuerza de la emigración, celebraba la Eucaristía,
se sentaba diariamente en el confesonario y rezaba largamente todas las tardes
en la Parroquia, se preocupaba por los acontecimientos tristes que acontecían,
disfrutaba con las buenas noticias, … de su mano e ideas se construyó el famoso
Teleclub, se arregló completamente el templo parroquial interior y exteriormente,
se adecentó el atrio y los alrededores del mismo, la gran obra de la torre,
nueva electrificación del templo, la ermita de san Bernabé, manutuvo en perfecto
estado la casa parroquial, … y tantas cosas más. Y escribo y puedo afirmar que
también se hicieron muchas más gracias a su generosidad.
Cuando él marchó
al nuevo destino de Mérida en el año 1991 todos sentimos que una parte nuestra
se marchaba con él y una parte de la historia de nuestro pueblo ya quedaba
escrita para siempre. Pero como estamos muy cerca de la capital extremeña lo
seguíamos viendo andando por la calle o en la con-catedral y lo seguíamos
sintiendo nuestro, muy nuestro, con su afable conversación y su sonrisa
peculiar. Siempre andando y disponible para todo. Cuánto bien le hizo que la
Hermandad de la Santa Cruz, en el año 2008, le hiciese un sencillo y mas que
merecido homenaje celebrando la Eucaristía en el día más festivo de mi pueblo.
Ha sido un
testigo de la Teología del zapato gastado en las calles; un sacramento del Dios
de lo cotidiano; una alabanza de lo sencillo y un fiel servidor en lo oculto; un
servidor de la gracia de Dios y un generoso dispensador de los bienes
trabajados; orante callado y silencioso, sin hablar mucho de oración; un hombre
de fe y con profundidad, pero sin darse importancia alguna, discreto, muy
discreto. En las palabras de Don Antonio Becerra, Don Ramón se distinguió por
su testimonio y por saber gastar tiempo donde tanto nos cuesta hacerlo a muchos
sacerdotes.
“No
somos más que servidores vuestros por amor a Jesús” ( 2 Cor 4,5). Él
vivió un ministerio de servicio, de amor y de paciencia, de humildad y de
misericordia, realizando todos los servicios que le fueron encomendados, sin
afán de dominio, ni de pasar por encima de los demás. Ha hecho vida la
alternativa del Evangelio como una Buena Noticia en nuestros días. Cuantas
veces anteponemos las tareas y obligaciones pastorales y pasamos de largo por
lo que significa la caridad fraterna con nuestros hermanos sacerdotes. Tenemos
tanto que aprender de estos sacerdotes veneméritos y tanto que agradecerles.
Agradezco a Don
Antonio Becerra que me brindara la posibilidad de colocar la casulla sobre sus restos mortales en la
celebración y recordé los dos momentos en los que él me revistió a mí con la estola
y la dalmática, y la estola y la casulla, en las ordenaciones de diácono y de presbítero.
Termino con unas
palabras del Cardenal Martini en un comentario al Evangelio de San Juan en el
que escribe que “el sacerdote es el
hombre de la síntesis; el que ha de ver siempre al Espíritu Santo actuando en
la historia y toda la historia en Dios”. Don Ramón ha vivido la unidad de
fe y de vida en medio de su fidelidad ministerial, siendo testigo de cuanto
celebraba y trabajaba en el servicio diario a la Iglesia y a los hermanos. Y
nosotros muy agradecidos porque el Padre te pusiera en nuestras vidas.