martes, 5 de noviembre de 2019


DON RAMÓN, … SÍNTESIS DE FE Y DE VIDA

Reconozco que me ha sorprendido la muerte de don Ramón. Conocía que había dejado de celebrar la misa en la con-catredral de Santa María de Mérida porque se sentía débil y que se encontraba retirado y acompañado maternalmente por las Hermanitas de Santa Teresa de Jornet. Su salud había decaído y encontró su descanso en el día en el que la Iglesia celebraba la Solemnidad de todos los Santos. En el prefacio de la Eucaristía  damos gracias por “ la guía en la fe y el gozo de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”. Ha sido recibido con el abrazo paterno, al menos para mí, uno de los mejores hijos de la Iglesia, modelo de fe y de fidelidad en el ejemplo sencillo de su vida sacerdotal.

En el recuerdo y agradecimiento de algunas generaciones de Don Álvaro, mi pueblo, siempre va a estar muy presente. Llegó en el año 1970 y permaneció entre nosotros durante 21 años. Ha sido el sacerdote de mi infancia, adolescencia y juventud. De su mano llegué al Seminario de Badajoz y siempre me sentí acompañado por su cercanía a la vez que por su discreción. Era profundamente respetuoso con la formación del Seminario y con los mimos formadores que allí estaban. Jamás le escuché una mala palabra hacia ninguno  y siempre me animaba para estudiar y formarme, respetar a mi familia y a mis amigos siendo una buena persona, y cuidar la vocación sacerdotal porque era un regalo que Dios me hacía. Fueron muchas horas de conversación con él al terminar la eucaristía, especialmente en las tardes del verano, echando un clandestino cigarrillo en el atrio, antes de subirse a su Dyane 6 y su posterior Visa GT para ir a su domicilio en Mérida.

Llegaba todos los días, al terminar su docencia en el Colegio Público de Mirandilla, y nos daba la catequesis, llevaba la comunión a los enfermos y mayores, se paraba con todo el mundo por la calle para un rato de conversación, conocía cada familia y a los que vivían fuera por la fuerza de la emigración, celebraba la Eucaristía, se sentaba diariamente en el confesonario y rezaba largamente todas las tardes en la Parroquia, se preocupaba por los acontecimientos tristes que acontecían, disfrutaba con las buenas noticias, … de su mano e ideas se construyó el famoso Teleclub, se arregló completamente el templo parroquial interior y exteriormente, se adecentó el atrio y los alrededores del mismo, la gran obra de la torre, nueva electrificación del templo, la ermita de san Bernabé, manutuvo en perfecto estado la casa parroquial, … y tantas cosas más. Y escribo y puedo afirmar que también se hicieron muchas más gracias a su generosidad.

Cuando él marchó al nuevo destino de Mérida en el año 1991 todos sentimos que una parte nuestra se marchaba con él y una parte de la historia de nuestro pueblo ya quedaba escrita para siempre. Pero como estamos muy cerca de la capital extremeña lo seguíamos viendo andando por la calle o en la con-catedral y lo seguíamos sintiendo nuestro, muy nuestro, con su afable conversación y su sonrisa peculiar. Siempre andando y disponible para todo. Cuánto bien le hizo que la Hermandad de la Santa Cruz, en el año 2008, le hiciese un sencillo y mas que merecido homenaje celebrando la Eucaristía en el día más festivo de mi pueblo.

Ha sido un testigo de la Teología del zapato gastado en las calles; un sacramento del Dios de lo cotidiano; una alabanza de lo sencillo y un fiel servidor en lo oculto; un servidor de la gracia de Dios y un generoso dispensador de los bienes trabajados; orante callado y silencioso, sin hablar mucho de oración; un hombre de fe y con profundidad, pero sin darse importancia alguna, discreto, muy discreto. En las palabras de Don Antonio Becerra, Don Ramón se distinguió por su testimonio y por saber gastar tiempo donde tanto nos cuesta hacerlo a muchos sacerdotes.

“No somos más que servidores vuestros por amor a Jesús” ( 2 Cor 4,5). Él vivió un ministerio de servicio, de amor y de paciencia, de humildad y de misericordia, realizando todos los servicios que le fueron encomendados, sin afán de dominio, ni de pasar por encima de los demás. Ha hecho vida la alternativa del Evangelio como una Buena Noticia en nuestros días. Cuantas veces anteponemos las tareas y obligaciones pastorales y pasamos de largo por lo que significa la caridad fraterna con nuestros hermanos sacerdotes. Tenemos tanto que aprender de estos sacerdotes veneméritos y tanto que agradecerles.

Agradezco a Don Antonio Becerra que me brindara la posibilidad de colocar  la casulla sobre sus restos mortales en la celebración y recordé los dos momentos en los que él me revistió a mí con la estola y la dalmática, y la estola y la casulla, en las ordenaciones de diácono y de presbítero.

Termino con unas palabras del Cardenal Martini en un comentario al Evangelio de San Juan en el que escribe que “el sacerdote es el hombre de la síntesis; el que ha de ver siempre al Espíritu Santo actuando en la historia y toda la historia en Dios”. Don Ramón ha vivido la unidad de fe y de vida en medio de su fidelidad ministerial, siendo testigo de cuanto celebraba y trabajaba en el servicio diario a la Iglesia y a los hermanos. Y nosotros muy agradecidos porque el Padre te pusiera en nuestras vidas.