miércoles, 24 de junio de 2020


EL PRECURSOR, …¡NADA MÁS Y NADA MENOS!

Queridos feligreses y amigos:
Hoy celebramos la Solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista. En este recién inaugurado verano, con altas temperaturas, recordamos uno de los personajes bíblicos más importantes. Felicitamos a todos los que llevan por nombre Juan y especialmente a nuestra diócesis de Mérida-Badajoz porque hoy conmemoramos, en san Juan Bautista, a nuestro santo Patrón. ¡Feliz día!

El nacimiento de Juan está lleno de misterio. Nace de un matrimonio muy mayor que siempre anhelaron y desearon tener familia. Los padres son Zacarías e Isabel, prima de la Virgen María. La esterilidad de Isabel se ve sorprendida por la promesa de Dios revelada a su marido al realizar la ofrenda del incienso en el templo de Jerusalén y que fue una sorpresa para todos. A ellos les cambia la vida; e incluso pone en camino, seis meses después, a su prima María, ya embarazada de Jesús, para atender el parto de Isabel. María hace aquel camino que en tiempos pasados recorrió el arca de la Alianza en brazos de su pueblo. El evangelista Lucas destaca ya un encuentro significativo en el abrazo de aquellas dos mujeres: “la criatura saltó de gozo en mi vientre. Dichosa tú que has creído lo que te ha dicho el Señor”.

El nacimiento de san Juan llena de alegría a sus padres y de fascinación a todos sus vecinos. En la circuncisión del niño aparecerá el protagonismo de su padre Zacarías con la imposición del nombre: “se va a llamar Juan”, significa “Dios recuerda”; Dios nunca se ha olvidado de su pueblo, destacando las maravillas de Dios por cada uno de los suyos.

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Nos ha suscitado una fuerza salvadora en la familia de David su siervo. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados” (Lc 1, 68-69.76-77) Se ha desatado la lengua de Zacarías proclamando las promesas de Dios realizadas en su pueblo. Su hijo será el precursor, irá por delante del Señor: será su precursor y mensajero, nada más y nada menos: “El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc 1, 80).

El precursor se retiró al desierto; allí se centra el escenario de su vida. Era un hombre piadoso, valiente y con mucha sinceridad. Las personas acudían a él. Comenzó a ser el testigo de aquellos que esperaban la liberación de Israel que Juan predicaba con un cambio de vida, una verdadera conversión, un retorno a Dios. Se necesitaba escuchar la Palabra de Dios y el rito del bautismo: pasar al otro lado del Jordán, al desierto, para hacer de nuevo la entrada en la tierra prometida con un cambio de actitudes y volver a Dios; renacer de nuevo en la promesa recibida.

Así pues, Juan no era el Mesías. Era su precursor y su siervo. Él anuncia al que ha de venir y al que “no merece ni desatar las correas de sus sandalias”. Él bautizará con agua pidiendo la conversión, pero Jesús bautizará con “el Espíritu Santo”. En las orillas del río Jordán, Jesús fue identificado por su primo entre la multitud y señalado ante los hombres: “Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Jn 1, 29). Es toda una expresión teológica rica de contenido: Jesús recordaba la aventura de un pueblo nómada que había guiado sus corderos por las cañadas del desierto. Jesús evocaba el cordero de la Pascua, signo de la piedad de su pueblo y del sacrificio que sellaba la alianza con su Dios. Él era la imagen más nítida de la liberación y de la fiesta. Él era el que se ofrecía por la salvación de los suyos y aun de todo el mundo.

La misión profética de Juan debe indicar la misericordia de Dios. En todo, Juan es el precursor de Cristo. Ya desde su nacimiento e infancia, él apunta a Cristo. “¿Quién será este niño?” Él es “la voz que grita en el desierto” (Jn 1, 23), animando a todos a preparar los caminos del Señor. No es él el Mesías (Jn 1, 20), pero lo indica con su predicación y sobre todo con su estilo de vida. Aquel hombre, cordero y servidor, venía a quitar el pecado del mundo. El Reino de Dios habría de ser un reino de santidad.

Juan era tan sólo una voz. Pero una voz que inquietaba y despertaba a los espíritus dormidos. Una voz profética que anunciaba y denunciaba. Y él señaló la presencia del Señor a sus discípulos. Juan es una invitación constante para nuestra vida. Nos llama a comunicar la fe y vivir la experiencia del encuentro con el Señor para que los demás lo conozcan y lo amen. La misma Iglesia está llamada a vivir y  actuar desde un segundo plano, sabiendo que sólo somos la Voz del que es la Palabra, sólo sus mensajeros.

¡Feliz día! os deseo lo mejor y os mando mis bendiciones.