El evangelio de este domingo nos presenta la experiencia de gozo y alegría de los apóstoles al encontrarse con el Resucitado, que presentando las heridas de la pasión, nos hace mirarlo como el Crucificado. Para ellos es una experiencia única, … la que necesitan para poder aceptar que todo lo dicho y comunicado por el Señor se ha cumplido en su persona.
Pero en el grupo falta Tomás; él no está en el momento del encuentro con el Señor y ante lo que le cuentan los demás, Tomás se llena de escepticismo. No llega a creer ni que los demás les digan que han visto las heridas en sus manos y en el costado. Él no lo cree y necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo". Solo creerá en su propia experiencia.
A los ocho días se produce el encuentro de Jesús con Tomás. Necesita este recorrido para llegar a la fe en Cristo resucitado. Ahora está Jesús frente a él, y no le critica, sino que le muestra sus heridas. Y Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado". Esas heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son "signos" de su amor entregado hasta la muerte? Por eso, Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino creyente".
Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dios mío". Nadie ha confesado así a Jesús.
En nuestra vida cristiana y en nuestros cristianos surgen dudas sobre el hecho de la Resurrección. La confesamos en el credo cada vez que comunitariamente lo profesamos, pero ¿ creemos de verdad en la resurrección y en el Resucitado? No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.
La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. "Dichosos los que crean sin haber visto".
Pidamos el don de la fe para crecer en medio de las dudas; oremos para que la fe sea en nosotros aceptación de Cristo resucitado, pero desde la debilidad de un amor entregado en la cruz; recemos para que nuestra experiencia de Dios sea la llegada a la fe como experiencia única y que nos ayude a vivir las claves del Resucitado.