MÁRTIRES DE LA FE Y TESTIGOS DE
LA VIDA
La fuerza se manifiesta
plenamente en la debilidad ( 2 Cor 12, 9), y el tesoro de la fe lo llevamos en
vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios
y no proviene de nosotros” ( 2 Cor 4, 7 – ss).
El pasado 6 de
noviembre, los sacerdotes de la ciudad de Villanueva de la Serena, celebramos
la Eucaristía con la Comunidad de las Hermanas Concepcionistas Franciscanas de
nuestra ciudad en la que le dábamos gracias a Dios Padre por la beatificación
de Sor María del Carmen Lacaba Andía y sus trece compañeras mártires de la
Orden de la Inmaculada Concepción. Ellas fueron beatificadas el 22 de junio de
este año tras la aprobación de la causa por el Papa Francisco y en una solemne concelebración
en la Catedral de la Almudena en Madrid y presidida por el Cardenal Angelo
Becciu, prefecto de la Congregación para la cauda de los santos. En su homilía
expresó que “ ellas se mantuvieron
fuertes en la fe. No se asustaron ante los ultrajes, las dificultades y la
persecución. Estaban preparadas para sellar con sus vidas la verdad que
profesaban con sus labios, asociando al martirio de Jesús su martirio de fe,
esperanza y caridad”.

Me recuerda este
hecho del martirio la correspondencia del siglo II entre Plinio el Joven y el
emperador Trajano, en la que pregunta en la forma de proceder ante los que son
llamados cristianos ya que “toda su culpa o su error no había sido más,
según ellos, que haber tenido por costumbre reunirse un día señalado antes del
amanecer, cantar entre ellos, de manera alterna, en alabanza a Cristo como si
fuera un dios, y comprometerse mediante juramento no a delinquir, sino a no
robar, ni cometer pillajes ni adulterios, a no faltar a su palabra ni negarse a
devolver un depósito cuando se les reclamara. Si se castiga el mero hecho
de llamarse cristiano, en caso de que no se hayan cometido delitos, o si se
castigan los delitos asociados a tal nombre.” Y la respuesta del emperador Trajano: “ No hay que perseguirlos; si se los denuncia y acusa, hay que
castigarlos”. Y el castigo siempre era el Martirio.
Decía Tertuliano que “la sangre de los mártires es semilla de
cristianos”. Nuestras mártires beatas religiosas tan sólo habían vivido la
fe en comunidad y nunca habían sido objeto de ningún mal; de hecho, incluso en
el martirio no odiaron a nadie, rezaron por todos; no respondieron con mentiras,
apostasías o rebelión, sino con aceptación y mansedumbre; fueron ejemplo de
perdón oponiéndose al mal y venciéndole con el bien. Su entrega se viste de
gala con el signo de la paz y son testigos de que la fe y el amor son siempre
más fuertes que cualquier signo de violencia y de terror. Su fortaleza estaba
cimentada en el encuentro con Jesucristo Eucaristía y su adhesión a Él en medio
de la vida. Y hoy nos invitan a todos al perdón, a la misericordia que sana, y
a vivir entregados al bien, para trabajar a favor de la paz, de la fraternidad,
y construir una sociedad libre y respetuosa.
San Juan Pablo II decía
en el día mundial de la paz del año 2002 que “no hay paz sin justicia; pero no hay justicia sin perdón”. Por
muchos medios y leyes hoy se pide justicia, necesaria para aclarar y restituir
la verdad, pero pocas veces se habla del perdón tan necesario para curar
heridas, algunas suturadas pero no sanadas. Los cristianos hemos de hablar el
lenguaje del perdón, incluso en medio del fracaso y la derrota, porque es el
testimonio de la misericordia el que animó la vida y entrega de estas hermanas.
Damos las gracias por sus
vidas y nos encomendamos a su intercesión; y que sus personas sean luceros en
nuestro camino cristiano y eclesial para
superar barreras y abrir horizontes de esperanza, incluso a través de los que
puede ser pura debilidad.
Termino con un
pensamiento del Cardenal J. H. Newman: “ La Iglesia siempre parece estar
muriendo, pero triunfa frente a todos los cálculos humanos ( …) La suya es una
historia de caídas aterradoras y de recuperaciones extrañas y victoriosas; en
fin, la regla de la providencia de Dios es que hemos de triunfar a través del
fracaso”.
¡Beata María del Carmen y
compañeras mártires, rogad por nosotros!