lunes, 11 de noviembre de 2019


MÁRTIRES DE LA FE Y TESTIGOS DE LA VIDA


La fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad ( 2 Cor 12, 9), y el tesoro de la fe lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” ( 2 Cor 4, 7 – ss).

El pasado 6 de noviembre, los sacerdotes de la ciudad de Villanueva de la Serena, celebramos la Eucaristía con la Comunidad de las Hermanas Concepcionistas Franciscanas de nuestra ciudad en la que le dábamos gracias a Dios Padre por la beatificación de Sor María del Carmen Lacaba Andía y sus trece compañeras mártires de la Orden de la Inmaculada Concepción. Ellas fueron beatificadas el 22 de junio de este año tras la aprobación de la causa por el Papa Francisco y en una solemne concelebración en la Catedral de la Almudena en Madrid y presidida por el Cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para la cauda de los santos. En su homilía expresó que “ ellas se mantuvieron fuertes en la fe. No se asustaron ante los ultrajes, las dificultades y la persecución. Estaban preparadas para sellar con sus vidas la verdad que profesaban con sus labios, asociando al martirio de Jesús su martirio de fe, esperanza y caridad”.

Diez hermanas pertenecían al Monasterio de San José de Madrid; dos a la Comunidad del Pardo también en Madrid y otras dos a la comunidad de Escalona en Toledo. Todas ellas fueron expulsadas de sus monasterios y vivieron poco tiempo recogidas en casas de familias cristianas hasta que, sus perseguidores, sin más razones que eliminar la fe católica, preguntaban a ellas si eran monjas, y ante su respuesta afirmativa, eran llevadas directamente hasta el lugar de sus ejecuciones. No renegaron nunca de la fe, ni de su vida religiosa, y acabaron ofreciendo con sus vidas la verdad de su consagración. Murieron entre agosto y noviembre de 1936. Mataron sus cuerpos, pero no sus vidas que pertenecían a Dios y a la Iglesia. 

Me recuerda este hecho del martirio la correspondencia del siglo II entre Plinio el Joven y el emperador Trajano, en la que pregunta en la forma de proceder ante los que son llamados cristianos ya que “toda su culpa o su error no había sido más, según ellos, que haber tenido por costumbre reunirse un día señalado antes del amanecer, cantar entre ellos, de manera alterna, en alabanza a Cristo como si fuera un dios, y comprometerse mediante juramento no a delinquir, sino a no robar, ni cometer pillajes ni adulterios, a no faltar a su palabra ni negarse a devolver un depósito cuando se les reclamara. Si se castiga el mero hecho de llamarse cristiano, en caso de que no se hayan cometido delitos, o si se castigan los delitos asociados a tal nombre.” Y la respuesta del emperador Trajano: “ No hay que perseguirlos; si se los denuncia y acusa, hay que castigarlos”. Y el castigo siempre era el Martirio.

Decía Tertuliano que “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Nuestras mártires beatas religiosas tan sólo habían vivido la fe en comunidad y nunca habían sido objeto de ningún mal; de hecho, incluso en el martirio no odiaron a nadie, rezaron por todos; no respondieron con mentiras, apostasías o rebelión, sino con aceptación y mansedumbre; fueron ejemplo de perdón oponiéndose al mal y venciéndole con el bien. Su entrega se viste de gala con el signo de la paz y son testigos de que la fe y el amor son siempre más fuertes que cualquier signo de violencia y de terror. Su fortaleza estaba cimentada en el encuentro con Jesucristo Eucaristía y su adhesión a Él en medio de la vida. Y hoy nos invitan a todos al perdón, a la misericordia que sana, y a vivir entregados al bien, para trabajar a favor de la paz, de la fraternidad, y  construir  una sociedad libre y respetuosa.

San Juan Pablo II decía en el día mundial de la paz del año 2002 que “no hay paz sin justicia; pero no hay justicia sin perdón”. Por muchos medios y leyes hoy se pide justicia, necesaria para aclarar y restituir la verdad, pero pocas veces se habla del perdón tan necesario para curar heridas, algunas suturadas pero no sanadas. Los cristianos hemos de hablar el lenguaje del perdón, incluso en medio del fracaso y la derrota, porque es el testimonio de la misericordia el que animó la vida y entrega de estas hermanas.

Damos las gracias por sus vidas y nos encomendamos a su intercesión; y que sus personas sean luceros en nuestro camino cristiano y eclesial  para superar barreras y abrir horizontes de esperanza, incluso a través de los que puede ser pura debilidad.

Termino con un pensamiento del Cardenal J. H. Newman: “ La Iglesia siempre parece estar muriendo, pero triunfa frente a todos los cálculos humanos ( …) La suya es una historia de caídas aterradoras y de recuperaciones extrañas y victoriosas; en fin, la regla de la providencia de Dios es que hemos de triunfar a través del fracaso”.

¡Beata María del Carmen y compañeras mártires, rogad por nosotros!