martes, 20 de diciembre de 2022


HOMILIA EN LA MISA EXEQUIAL POR SOR AMOR DE DIOS
Convento de la Inmaculada Concepción
Villanueva de la Serena (Badajoz)

Queridos sacerdotes con-celebrantes; querida comunidad concepcionista; queridos familiares de Sor Amor; hermanos todos en el Señor.
 
El prefacio tercero de este tiempo de Adviento reza así: “el Señor viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento para que lo recibamos en la fe y en el amor; y demos testimonio de la espera dichosa de su Reino”.
 
Hoy, en esta mañana del domingo, y en esta celebración nos preguntamos: ¿dónde se produce este encuentro de fe? Y la respuesta puede ser esta: en nuestra hermana Sor Amor; y en este acontecimiento en el que celebramos su partida de nuestra casa a la Casa del Padre.
 
Nos adentramos en la fuente, en la Palabra de Dios de este domingo de Adviento. El Evangelista Mateo pone mucho énfasis en el nombre: el Enmanuel, el Dios-con-nosotros, acercando a sus oyentes el mensaje del Profeta Isaías. Este es el misterio que nos envuelve, que nos habla de un Dios que no es lejano, ni ausente ni distante. Nos dice que Dios está en cada uno de nosotros. El Evangelio nos anima a adentrarnos en la experiencia del Dios con nosotros, dentro de nosotros, porque, si no es así, difícilmente lo encontraremos fuera, en lo que acontece; nadie da de lo que no tiene.
 
Sor Amor de Dios bebió constantemente en esta fuente. Se sumergió en este misterio del Dios hecho hombre en Jesús, del Dios-con-nosotros. Dejó que Jesús tocara su corazón; se dejó llamar y amar por Él en este carisma de la Inmaculada Concepción de María. A ella le encantaba decir a todos y especialmente a los más jóvenes que “¡Jesús es bueno!”.
 
Sabemos que la gracia de Dios actúa constantemente en nosotros, a nuestro favor. Y nosotros necesitamos responder gratuita y agradecidamente al Dios que nos llama a permanecer en Él. Ella, desde el corazón creyente de su familia de sangre en su Almadén natal, respondió a la Vocación consagrada y contemplativa en su otra familia de hermanas y de fe en sus 62 años de entrega y de vida servicial, orante, contemplativa, oferente, pobre, en este Convento de la Inmaculada Concepción en Villanueva de la Serena. Llegó a esta ciudad con tan sólo 20 años.
 
Ella experimentaba que la gracia de Dios no quita nada, no fuerza a nadie, no coarta nuestra libertad, sino que respeta siempre a la persona. Esta gracia está en los sencillos, en los humildes, en los pobres y en los que sufren porque alienta esfuerzo, dignidad y esperanza.
 
Sor Amor de Dios se adentró en este Misterio de bondad, de perdón y de salvación; ella sabía porque lo experimentaba que está dentro de nosotros, de todos y de cada uno y nos diría: “¡solamente hay que descubrirlo y acogerlo y Dios pondrá lo que nos falte por nuestra debilidad!”
 
Ella descubrió a Dios en su vida y se entregó por entero a Él; y así lo trasladaba y lo vivía en los diferentes espacios de su andar cotidiano:
 
-    Mujer convencida de su vocación. Para ella este era el mejor regalo que Dios le había
hecho y por eso transmitía constantemente su felicidad. Era una hermana consagrada muy feliz.
-    Mujer con una alegría desbordante; siempre con una sonrisa y con una buena y bonita palabra para cada uno. Por cierto, le encantaba decir gracias, muchas gracias, Dios te lo pague, …
-   Mujer inquieta. Tenía 82 años y nunca paraba. Cariñosamente yo le decía “Sor Torbellino” y cuánto se reía con este sobrenombre. Le gustaba mucho la luz y por supuesto el color y así lo transmitía cuando preparaba el altar:  con cuatro flores hacía un ramo para el altar; ¡bueno, cuatro flores y las podas a las plantas que pegaba en la huerta!; y con mucha dulzura tenía la excusa: “¡ah, es para el Señor!”, y con esta exclamación ya estaba todo reconciliado … y alguna maceta con menos hojas.
-  Mujer que admiraba y veía la bondad de Dios en todo lo que le rodeaba. Para ella todas las personas eran buenas: “¡es que este niño es muy bueno; es que esta enfermera, esta madre, … son muy buenos!”. Su sencillez y humildad la llevaba a vivir y actuar así. Y es verdad, era una mujer humilde y sencilla de corazón; con signos de niñez permanente en su vida.
-   Mujer orante: “¡yo voy a rezar mucho por ti; reza tú un poquito por mi!”; y disfrutaba en la Eucaristía diaria, recibiendo al Señor con mucha fe. Las primeras semanas de su ingreso en el Hospital se escapaba de la planta para asistir a la misa. Les decía a los capellanes que si pedía permiso le podían decir que no. Jesús Eucaristía ha sido el lote de su heredad.
-  Mujer de familia. Hoy estáis aquí hermanos y sobrinos y sabéis que es verdad. Os llamaba constantemente y os tenía muy presentes a todos. También es verdad que habéis sido muy cercanos siempre a ella. Y una mujer de Comunidad Concepcionista Contemplativa. Con cuánta intensidad ha vivido esta pertenencia a todas sus hermanas. ¡Cuánto os quería y qué fácil nos lo ha puesto para quererla tanto a ella!.
-  Mujer inquieta por la Vocación a la Vida Contemplativa y al Sacerdocio. Rezaba mucho por las vocaciones y por los sacerdotes y los que hoy estamos aquí, y los que por obligaciones pastorales en este domingo no pueden acompañarnos, somos testigos de cuánto nos quería.
 
Para ella Jesús era su gran amor; María Inmaculada su modelo de vida y de respuesta; Santa Beatriz de Silva su maestra del alma y del Espíritu y sus hermanas de Comunidad su gran tesoro.
 
Aprendemos de ella a amar la vida; y estar abiertos al proyecto de Dios en cada uno de nosotros para vivir la fe, de forma responsable y adulta en el seguimiento y en la respuesta a Jesús, porque como diría ella “Jesús es bueno”.
 
Aprendemos de ella a acoger fielmente a Dios desde la obediencia, el respeto y el servicio y con mucha alegría; así seremos felices porque tenemos a Dios con nosotros y de esta forma lo podremos transmitir a los demás. Un Dios triste es muy feo; un Dios alegre y feliz nos hace felices a los demás.
 
Aprendemos de ella a seguir a Jesús viviendo el Reino de Dios en la vida cotidiana con profundidad, con hondura, con mucha oración.
 
Ella, Sor Amor de Dios, nos acerca hoy a Jesús, en este Adviento; nos acerca al Dios-con-nosotros. Damos las gracias a Dios por su vida; damos las gracias a Dios por hablar claro y alto en este día por medio de ella.
 
¡Sor Amor de Dios, intercede por nosotros!

viernes, 26 de junio de 2020


27 AÑOS YA, ¡Y HACIA DELANTE!

Queridos feligreses y amigos:
¡Muy buenos días! Estamos a finales del mes de junio, con el tiempo del verano recién estrenado y viviendo la vuelta a la cotidiano, teniendo que respetar y cumplir las normas del decreto aprobado ayer por el Gobierno. Tenemos que ser muy responsables y así parar la transmisión del virus. Son varios los focos activos en regiones del país y si me cuido te estoy cuidando a ti. ¡Caminemos con responsabilidad para no volver hacia atrás!.

Esta mañana llegaba al chat del Whatsapp “los que allí estuvimos” la felicitación de José Luís Molina por el veintisiete aniversario de nuestra ordenación sacerdotal. Me obligo a rezar hoy desde aquel querido 26 de junio del año 1993. ¡Ha pasado el tiempo, un poco rápido, y hemos recibido la Gracia del Padre diariamente!

Aquella mañana amaneció como hoy, con mucho sol y bastante calor. Un grupo de siete jóvenes recibiríamos la ordenación ministerial del presbiterado y del diaconado. Pasamos unos días previos organizando todo. Nos cedieron desde el Ayuntamiento de Badajoz las instalaciones del entonces “Pabellón Entrepuentes” para acoger una celebración que prometía ser masiva. Estaba cerrado desde hacía tiempo y hubo que limpiar todo, silla por silla, preparar los vestuarios y los aseos, acondicionar el espacio para acoger este tipo de celebraciones. Los seminaristas del Mayor, Don Julián el rector y los formadores se volcaron con nosotros. Días previos de trabajo, de alegrías y de convivencia y de encuentro con los compañeros de siempre, tras ese intenso año de vida pastoral de la etapa de diáconos en las Parroquias de nuestra diócesis.

Seis recibimos el presbiterado; y José Luis el diaconado y que volvía a unirse a nuestro curso tras el "impás" del servicio militar que realizó un año antes de terminar los estudios de Teología. Los siete habíamos estado juntos en el Seminario Menor bastantes años; y todos los años del Seminario Mayor. Ninguno de nosotros menos de trece años compartiendo la vida en el querido y recordado San Atón: alegrías, trabajos y estudios, convivencia y oración, crecimiento y madurez, dificultades y contratiempos, llamadas y respuestas, ilusiones y esperanzas, … ¡de todo hubo en aquellos niños que llegaron a la edad adulta! Con nosotros estaban nuestros padres, hermanos y sobrinos, nuestras familias y amigos, nuestros pueblos y parroquias, todo el Seminario y el presbiterio, tantos y tantos compañeros y amigos que compartieron la vida en aquellas aulas y pasillos.

Éramos “los sacerdotes de la cancha” aquella mañana. Nos sentíamos queridos, acompañados, casi mimados por los que ese día nos acompañaban. Aquel Pabellón vivió una experiencia de fe, de diocesaneidad, de Iglesia, de vida en medio del mundo. Nos acompañaron los nervios desde bien temprano como era de esperar y eso que habíamos vivido ya celebraciones muy numerosas en las Vigilias de Pentecostés de los años del Sínodo. Pero esa mañana el protagonismo recaía en cada uno de nosotros. Conforme nos adentrábamos en ella los nervios daban paso a las respuestas de la consagración y a la imposición de manos. Una celebración cuidada al milímetro por Pedro Gómez que era formador del Menor en aquellos años. Siempre se recuerda ese día como algo único, por supuesto que irrepetible, en la vida ministerial.

La diócesis nos acogió un año antes de la ordenación para vivir la etapa pastoral del diaconado en diferentes parroquias. Y tras ese espacio temporal nos esperaba con los brazos abiertos. Hubo que esperar unos meses, ya que los seis sacerdotes nos marchamos a realizar el servicio militar engrosando las filas de reclutas en “la Base del Goloso” en Madrid, para acabar cada uno en un punto de la geografía española sirviendo en cuarteles o en parroquias castrenses. Algunos guardamos recuerdos imborrables de esas dos etapas: los sacerdotes diocesanos que nos recibieron en sus casas y las familias de los militares que nos abrieron para siempre las puertas de sus hogares y de su amistad. Dos años que nos enseñaron a estar en medio de la realidad tras ese largo tiempo de formación humana y académica en las aulas.

Y llegaron los primeros destinos para cada uno de nosotros a finales de junio de 1994: Cabeza del Buey, Magacela, Villanueva de la Serena, Jerez de los Caballeros, Fuente del Arco, Valverde de Llerena, Azuaga, Mirandilla, Mérida, el mismo Seminario; … después, con el paso de los años, otros muchos destinos para cada uno, realidades diferentes, mundo académico, cargos diocesanos, etc, … La misión encomendada era recibida con alegría, con ganas de trabajar y sin miedo alguno. Años para no parar; teníamos que estrenar el Sínodo Pacense y todo era importante. Esto nos llevaba a entregarnos aún más. No importaban los muchos kilómetros que hubiera que hacer; todo era motivo para revitalizar la vida de las comunidades parroquiales.

Damos gracias al Padre por poner en nosotros esta llamada y la capacidad para responder a ella. Y echar la mirada atrás supone recordar a todos los compañeros del Seminario, muchos de ellos amigos, que durante este tiempo han sido una experiencia auténtica de fraternidad; y con otros compartida en la fraternidad sacerdotal del presbiterio de nuestra diócesis. Recordamos con cariño a los compañeros que compartieron el ministerio presbiteral con nosotros durante unos años y que en su momento decidieron, seguramente que muy a su pesar y después de mucho tiempo de oración y reflexión, continuar su vivencia cristiana y de realización personal en las manos del Padre desde otra condición de vida.

Dar gracias por todos los bienes recibidos: personas concretas, comunidades parroquiales, alumnos y amigos, etapas diferentes en la vida, misión encomendada y recibida con gratitud y entrega, trabajar conjuntamente con el laicado, buscar desde lo cotidiano la experiencia de Dios en la oración y en la celebración. Sería bueno seguir caminando por la vida “como discípulos del único Maestro y no como maestros de discípulos”.

Os animo a que sigáis rezando por nosotros y que Dios Padre suscite y fortalezca nuevas vocaciones para el ministerio sacerdotal. Un fuerte abrazo y como veis, no olvido de bendeciros y abrazaros por estos medios.

miércoles, 24 de junio de 2020


EL PRECURSOR, …¡NADA MÁS Y NADA MENOS!

Queridos feligreses y amigos:
Hoy celebramos la Solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista. En este recién inaugurado verano, con altas temperaturas, recordamos uno de los personajes bíblicos más importantes. Felicitamos a todos los que llevan por nombre Juan y especialmente a nuestra diócesis de Mérida-Badajoz porque hoy conmemoramos, en san Juan Bautista, a nuestro santo Patrón. ¡Feliz día!

El nacimiento de Juan está lleno de misterio. Nace de un matrimonio muy mayor que siempre anhelaron y desearon tener familia. Los padres son Zacarías e Isabel, prima de la Virgen María. La esterilidad de Isabel se ve sorprendida por la promesa de Dios revelada a su marido al realizar la ofrenda del incienso en el templo de Jerusalén y que fue una sorpresa para todos. A ellos les cambia la vida; e incluso pone en camino, seis meses después, a su prima María, ya embarazada de Jesús, para atender el parto de Isabel. María hace aquel camino que en tiempos pasados recorrió el arca de la Alianza en brazos de su pueblo. El evangelista Lucas destaca ya un encuentro significativo en el abrazo de aquellas dos mujeres: “la criatura saltó de gozo en mi vientre. Dichosa tú que has creído lo que te ha dicho el Señor”.

El nacimiento de san Juan llena de alegría a sus padres y de fascinación a todos sus vecinos. En la circuncisión del niño aparecerá el protagonismo de su padre Zacarías con la imposición del nombre: “se va a llamar Juan”, significa “Dios recuerda”; Dios nunca se ha olvidado de su pueblo, destacando las maravillas de Dios por cada uno de los suyos.

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Nos ha suscitado una fuerza salvadora en la familia de David su siervo. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados” (Lc 1, 68-69.76-77) Se ha desatado la lengua de Zacarías proclamando las promesas de Dios realizadas en su pueblo. Su hijo será el precursor, irá por delante del Señor: será su precursor y mensajero, nada más y nada menos: “El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc 1, 80).

El precursor se retiró al desierto; allí se centra el escenario de su vida. Era un hombre piadoso, valiente y con mucha sinceridad. Las personas acudían a él. Comenzó a ser el testigo de aquellos que esperaban la liberación de Israel que Juan predicaba con un cambio de vida, una verdadera conversión, un retorno a Dios. Se necesitaba escuchar la Palabra de Dios y el rito del bautismo: pasar al otro lado del Jordán, al desierto, para hacer de nuevo la entrada en la tierra prometida con un cambio de actitudes y volver a Dios; renacer de nuevo en la promesa recibida.

Así pues, Juan no era el Mesías. Era su precursor y su siervo. Él anuncia al que ha de venir y al que “no merece ni desatar las correas de sus sandalias”. Él bautizará con agua pidiendo la conversión, pero Jesús bautizará con “el Espíritu Santo”. En las orillas del río Jordán, Jesús fue identificado por su primo entre la multitud y señalado ante los hombres: “Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Jn 1, 29). Es toda una expresión teológica rica de contenido: Jesús recordaba la aventura de un pueblo nómada que había guiado sus corderos por las cañadas del desierto. Jesús evocaba el cordero de la Pascua, signo de la piedad de su pueblo y del sacrificio que sellaba la alianza con su Dios. Él era la imagen más nítida de la liberación y de la fiesta. Él era el que se ofrecía por la salvación de los suyos y aun de todo el mundo.

La misión profética de Juan debe indicar la misericordia de Dios. En todo, Juan es el precursor de Cristo. Ya desde su nacimiento e infancia, él apunta a Cristo. “¿Quién será este niño?” Él es “la voz que grita en el desierto” (Jn 1, 23), animando a todos a preparar los caminos del Señor. No es él el Mesías (Jn 1, 20), pero lo indica con su predicación y sobre todo con su estilo de vida. Aquel hombre, cordero y servidor, venía a quitar el pecado del mundo. El Reino de Dios habría de ser un reino de santidad.

Juan era tan sólo una voz. Pero una voz que inquietaba y despertaba a los espíritus dormidos. Una voz profética que anunciaba y denunciaba. Y él señaló la presencia del Señor a sus discípulos. Juan es una invitación constante para nuestra vida. Nos llama a comunicar la fe y vivir la experiencia del encuentro con el Señor para que los demás lo conozcan y lo amen. La misma Iglesia está llamada a vivir y  actuar desde un segundo plano, sabiendo que sólo somos la Voz del que es la Palabra, sólo sus mensajeros.

¡Feliz día! os deseo lo mejor y os mando mis bendiciones.