LA PROPUESTA DE LA
ELECCIÓN
Queridos feligreses y amigos:
¡Feliz sábado! Recordemos en este día muy especialmente a
la Virgen María y dediquemos un tiempo de nuestra oración a Ella que, como
Madre e intercesora, nos acercará al amor del padre entregado en su Hijo.
En el evangelio de hoy (Mc 12, 38-44) estamos llegando
al final de la larga instrucción de Jesús a los discípulos. Ellos caminarán con
Jesús hacia Jerusalén, recibiendo de él muchas enseñanzas sobre la pasión, la
muerte y la resurrección y las consecuencias para la vida del discípulo. Al
llegar a Jerusalén, estuvieron presentes en las discusiones de Jesús con con
los fariseos, los herodianos y los saduceos (Mc 12,13-27), con los doctores de
la ley (Mc 12,28-37). El pasaje que hemos escuchado describe una fuerte crítica
contra los escribas o doctores de la ley en su deseo de ocupar los primeros
puestos y que los vea y admire la gente. Les encanta pasearse por las calles
con sus largas túnicas, sed saludados, rezar largamente para recibir más
dinero, a lo que Jesús termina con una advertencia: “¡Esos tendrán una sentencia más
rigurosa!”.
Sentado ante el arca de las limosnas del Templo, ocurre
un gesto casi desapercibido: el de “la ofrenda de la pobre viuda que echó todo
lo que tenía para vivir”. Este gesto únicamente lo ve y lo reconoce
quien tiene la mirada de Dios y no la mirada de este mundo. La pobre mujer se
escondería detrás de alguna de aquellas columnas, mientras los ricos ocuparían
ostentosamente el centro de la escena.

En aquel lugar, los pobres echaban pocos centavos, los
ricos echaban monedas de gran valor. Las arcas del Templo recibían mucho dinero
para la manutención del culto, para el sustento del clero y la conservación del
altar. También para compartir con los más pobres, especialmente huérfanos y
viudas. Así y todo, los más pobres trataban de compartir con lo poco que
tuviesen: ¡escasamente unos centavos!
Jesús tiene otra lectura de la vida: “Esta viuda que es pobre, ha
echado más que todos los demás”. Les está ayudando a abrir los ojos del
interior y ver la voluntad de Dios, especialmente en los pobres, en los
necesitados y en el compartir.
Las limosnas, ofrecidas en el arca del Templo, para el
culto, para los necesitados, los huérfanos o las viudas, eran consideradas como
una acción agradable a Dios. Dar la limosna era una manera de reconocer que
todos los bienes pertenecen a Dios y que apenas somos administradores de esos
bienes, para que haya vida en abundancia para todos. Es una lectura válida para
cada tiempo y lugar; que toda la humanidad tenga dignidad y posibilidades para
vivir mejor con una justa retribución; y en realidades concretas tiene que
nacer una nueva sociedad que sabe y debe compartir sus bienes con los más
pobres. Esta situación actual que vivimos, de crisis sanitaria, social y
económica, es una llamada importante para que nadie se quede tirado en la
cuneta de la vida. No ha de faltar ni el pan ni las posibilidades en la mesa y
en la vida de los más necesitados.
Así lo vivieron las primeras comunidades cristianas en la
memoria recogida en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “No
había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o
casas, los vendían y ponían el dinero a los pies de los apóstoles” (Hch Ap 4,34-35; 2,44-45). Y este dinero no se acumulaba en cuentas a buen recaudo,
sino que “se distribuía a cada uno según
sus necesidades” (Hch Ap 4,35b; 2,45).

Que tengamos un feliz día y no olvidemos que mañana
domingo celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad; y la jornada “pro
orantibus” para situar el agradecimiento y la oración en la vida contemplativa.
Tenemos la dicha y la gracia de tener una comunidad entre nosotros, nuestras
queridas Hermanas Concepcionistas Franciscanas. ¡Todo un lujo en estos tiempos
que corren! Recibid mi bendición y, cada día ya más cercano, un fuerte y real
abrazo.