viernes, 30 de septiembre de 2011

DE NUEVO SOMOS INVITADOS POR EL DUEÑO DE LA VIÑA

Un domingo más vuelven los textos bíblicos con el telón de fondo de la imagen profética y narrativa de la viña, los frutos y los viñadores. Es decir, a finales de este mes de septiembre, cuando las cosechas están casi todas realizadas, seguimos inmersos en un lenguaje campesino,  el lenguaje del campo que tanto gusta a Jesús.

Y esta imagen nos recuerda que Dios nos quiere y que cuenta con nosotros. Nos podemos llamar la porción de la viña del Señor, o al mismo tiempo, los trabajadores a los que se confían los frutos, porque esa es la razón de tener y cuidar la viña, que de y ofrezca sus frutos abundantes, y que no nos encontremos con agrazones. Curiosamente la profecía de Isaías es un bello canto con un final decepcionante, pero no menos duras son las palabras de Jesús a los que se encuentran en los alrededores del templo: “ se arrendará a otros que den frutos a su tiempo”.

Es decir, ¿ qué ocurre con la profecía o con la parábola?. Ocurre que frecuentemente, al igual que los dirigentes religiosos del tiempo de Jesús, también defraudamos y decepcionamos la confianza puesta en nosotros por el dueño de la viña, por el sembrador de la fe, el sembrador fiel del Reino en nuestros ambientes, y nuestros frutos no son los esperados. Y así, nuestra vida personal, familiar, parroquial, social, laboral,… junto a momentos de gran sinceridad, y acogida de la Palabra de Dios, también se debilita, y llevados por otros intereses, hacemos que la parcela del reino que nos toca construir y sembrar, de agrazones en lugar de buenos frutos. Para llegar a esta conclusión sólo tenemos que mirarnos en profundidad y hacer una lectura creyente de nuestras respuestas inmediatas y también a largo plazo.

 “Arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos” (Mt.21,41). Esta frase es la esencial de toda la parábola. Dios nos da oportunidades porque eternamente misericordioso, abre su corazón al perdón y confía en nosotros, en nuestras posibilidades de cambio y conversión. Sin embargo, con frecuencia nos vence la rutina, la instalación, el permanecer “mustios” en la viña del Señor y, ante esta situación, ¿vamos a ser capaces de prolongar la paciencia del Señor eternamente?, ¿vamos a “forzar” al Señor que descubra otra tierra que ofrezca mayores garantías de cultivo donde florezca su viña y dé frutos abundantes?.

Buen momento, a la luz de esta frase, para renovar nuestros compromisos eclesiales, sociales, familiares, … para convertirnos en agentes activos de la fe donde los frutos surjan como consecuencia de nuestros propios actos en consonancia con la acogida que hacemos de la Palabra de Dios y la disponibilidad que tenemos para que ilumine nuestra vida y nos impulse a transmitirla a los demás.

Por otra parte, no olvidemos que la parábola nos habla de Jesús, el Hijo que Dios ha enviado a su viña. Él es el heredero. A él pertenece el Reino de Dios y todos sus bienes. Él será como la piedra despreciada por los constructores, que es elegida por el mismo Dios para convertirla en piedra angular del templo de la vida y la esperanza.

Finalmente, la parábola nos dice que Dios confiará la viña a un pueblo que le entregue a su tiempo los frutos que Él espera. La promesa nos invita a preguntarnos si nosotros estamos dispuestos a aceptar su proyecto. No podemos defraudar las esperanzas de Dios.