Al término del día de hoy, y tras una jornada bastante llena de actividades concretas, tanto en el ámbito familiar, como parroquial, me quiero parar un rato y poner ante el Padre estos días de Navidad y especialmente cómo me he sentido al celebrarlos.
Es verdad que la Navidad como tal es una fiesta importantísima en el calendario litúrgico de la Iglesia y así la celebramos. Muchas veces está cargada de nostalgia por recuerdos de nuestra niñez; por personas que no pueden estar entre nosotros porque se encuentran muy lejos o aquellos que ya partieron para la casa del Padre; porque pretende sacar de nuestra vida los mejores sentimientos para estas fechas y nuestra solidaridad con los más pobres y necesitados, … y tantas y tantas más, …. Y parece que todo esto sólo hay que realizarlo en estas fechas cuando tenemos todo el año por delante.
Y para todo el año, y para siempre, “Dios Padre ha puesto su tienda en medio de los hombres” y comparte nuestra historia. En esta “Tienda del encuentro” – en Jesús – se ha provocado el encuentro del hombre con Dios y de Dios con el hombre; en la pequeñez, en la debilidad, en lo oculto y frágil, … porque Dios quiere estar al alcance de cualquiera, del sabio y del menos sabio, del lejano y del más cercano, … Dios se ha “encarnado”, se ha hecho persona de carne y hueso en su Hijo, y asume todo lo humano para salvarlo, para hacerlo voz y presencia permanente de su amor entregado.
Por eso, en este año de la fe, creo que necesitamos acudir al Padre y pedirle que nos conceda la capacidad de ver, de mirar, de observar los signos de nuestro alrededor con la mirada contemplativa de Dios: lo más pequeño que sea, si está cargado de vida y es signo de vida, es sencillamente voz de Dios, presencia de su Hijo en nuestra historia. Y por suerte, en medio de las dificultades del momento, hay muchos signos que nos están hablando muy fuertemente de este Dios encarnado en la misma debilidad humana, y necesitamos descubrirlos y sentirlos como llamadas a la alegría y a la esperanza. Tan sólo necesitamos tener esa fe que nos ayude a saber leerlos y a tener la capacidad de optar por ellos.
Pero la misma fe nos lleva a saber reconocernos como hijos de Dios en el Hijo nacido. Por eso necesitamos la Navidad que nos recuerda constantemente que somos Hijos amados de Dios en su hijo nacido en Belén. Y la misma Navidad nos devuelve a la tierra de la que somos sacados en la otra cara de la moneda, … hijos de Dios y hermanos de los demás en el hermano nacido. Desde la noche en la que cantaban los ángeles “Gloria a Dios en el cielo” somos convocados a la otra parte del canto “paz en la tierra a los hombres que Dios ama”, … o “gloria a Dios en una tierra en la que los hombres se aman desde la paz”. Qué bueno es este segundo compromiso. La “Tienda del encuentro” que provoca el encuentro del hombre con Dios nos pide encontrarnos con nuestros semejantes en una encarnación plena y nacida con el que sufre, con el necesitado, con el pequeño y el pobre, … con una humanidad que tendrá que ser nueva si acoge y vive el don de Dios nacido en sus propias entrañas, como uno más y no como un Dios de lo alto que se olvida de los suyos.
Así estoy intentando vivirla desde estos días, parándome especialmente en los signos pequeños pero que hablan con voz propia y con la fuerza de un Dios pequeño y grande a la vez, … y no sólo desde las celebraciones litúrgicas de estos días, … muchas, más de la cuenta cuando estás sólo en parroquia y convento, … pero viviéndolas con intensidad para no perder ni la calma, ni los nervios, y disfrutar de las mismas celebraciones con los que la Iglesia ha puesto en mi vida, haciendo una opción con ellos y por ellos, y no procurar que estos días sean de vacaciones, … porque, aunque suene a broma, Dios se encarnó en este mundo y no se marchó después de vacaciones; hizo una opción por el hombre y fue persona para siempre. ¡ Feliz Navidad!