En
las páginas evangélicas la presencia del mar es muy constante y cercana. Jesús
pasará mucho tiempo junto a ese gran lago de agua dulce, llamado mar de
Galilea, o el lago de Tiberiades. En este espacio se va a encontrar con la
muchedumbre que deseaba escucharlo, y con esa minoría que le va a seguir hasta
el final, como son algunos de sus apóstoles.
El
mar en el evangelio evoca un espacio de trabajo, un lugar de encuentro, de
llamada, de transformación de la persona, de invitación personal, de renuncia y
seguimiento, de reconocimiento, … y en este lugar está Jesús, presente en medio
de la noche y en la claridad del día; Jesús a este lugar llega, lo bordea, lo cruza, … se siente bien
en este espacio.
El
mar en el evangelio simboliza nuestro mundo, nuestra realidad, … en ella estamos
nosotros. Y una realidad que pasa por un momento crítico, tanto humano como
religioso: “ Toda la noche pescando y no
hemos cogido nada”. Parece que estamos como Pedro cansados de todo,
defraudados, débiles, con miedos y temores. Hay una crisis económica que cada
día asusta más y se está llevando por delante a más gente, siempre a los más
pobres; hay una crisis espiritual y de seguimiento de Jesús que no hace que
nuestras comunidades sean auténticas realidades transformadas por el evangelio;
una crisis vocacional en la que no somos capaces de llegar a los más jóvenes
con una propuesta clara que les anime a creer más en Dios y a iniciar procesos
en sus vidas; … en el fondo una gran crisis de fe; es algo así como si nuestra
realidad, nuestro Occidente estuviera cansado y envejecido de golpe, con la
sensación de bregar y con las redes completamente vacías.

Y
aquí aparece la llamada del Maestro: “
Rema mar adentro y echa las redes para pescar”. Una doble invitación, … la
primera es que el cansancio no nos paralice y el fracaso no nos desaliente. No
podemos quedarnos parados en esta realidad que vivimos porque somos invitados a
mirar hacia delante, somos convocados a remar en el mar de la vida, con olas
gigantescas y en un mar de profundidades y de riesgos. Y la otra invitación es
echar las redes, desde la confianza en Dios; desde la Palabra de Jesús, en
nombre de él; desde una experiencia profunda de fe que nos transforma; las
echamos en su nombre y no en el nuestro, con una invitación a toda la comunidad
de bautizados.
Creo
personalmente que, en muchas ocasiones, estamos más preocupados por nuestras
redes que por las del Maestro. Preocupados por nuestros planes pastorales y
nuestras liturgias; preocupados por nuestras reuniones y por nuestras palabras;
más preocupados por nuestros templos que por la misma Palabra de Dios, …. ¡¡¡Y
así nos va!!!. Invitamos más en nuestro nombre que en el nombre de Dios.
Escribía el recordado consiliario de la
JEC de Canarias José
Alonso que “muchas veces hemos sacado
la barca a la orilla y nos hemos quedado cantando nuestras liturgias, tejiendo
nuestras meditaciones, hilando nuestras terapias con la barca amarradita a
tierra firme, mientras el leve balanceo nos ha ayudado a dormirnos y a
olvidarnos de que existe el mar de fondo, el horizonte. Nos hemos dedicado a
pasarnos la gente de una barca a la otra. Nuestro trabajo apostólico se ha
reducido muchas veces a “pescar en pecera”.
Cuanta
razón tenía este buen sacerdote. Pero, ¿quién pesca mar adentro? ¿Quién se
preocupa de tantas personas que necesitan la Palabra de Jesús? ¿Quién irá hacia ellos? ¿ Quién
evangelizará y anunciará en su nombre?
Realizarán
la misión personas transformadas como Pedro, a los que no les da miedo el
trabajo, ni el riesgo, porque las redes se echarán en el nombre de Jesús y no
en el propio. La confianza en Dios transforma a las personas. Pedro se arrojó a
los pies reconociendo su misma obstinación. Y en aquel mar concreto de la vida
nace el seguimiento, nace la certeza del encuentro con Dios, brota la sorpresa
de la fe que transforma por completo los intereses de la vida: “ Sacaron las barcas a tierra y dejándolo
todo, lo siguieron”.
Abrieron
sus vidas a la experiencia de lo desconocido. Sintiéndose frágiles y débiles se
arriesgaron a dejarlo todo y a seguirle. Ellos comenzaron a pescar en el mar de
la vida, que siempre es un mar de altura, … y tuvieron sus fracasos, sus
ilusiones unas veces cumplidas y otras no, sus incomprensiones ante la novedad
del Reino de Dios, su fidelidad al Señor y el anuncio posterior del
descubrimiento de la su fe; … tuvieron que superar miedos; educaron sus vidas
en “el último que es el primero”; heredaron una fe que hicieron propia y
personal y se comprometieron con ella hasta el final.
Y
todo nació por una invitación en aquel lago de Galilea, …. ¿ te sientes
invitado por el Maestro en este gran mar de la vida?