sábado, 13 de enero de 2018

SEÑOR, ¡SAL A MI ENCUENTRO!

Descubrir la vocación personal conlleva dejarnos acompañar y tener actitud de discípulo para aprender; también invita a romper ciertas barreras de superficialidad para encontrarnos con Dios, abandonando miedos que paralizan nuestras respuestas.

Jesús pregunta abiertamente a los discípulos de Juan, el Bautista: “¿Qué buscáis?”. Nos puede preguntar qué estamos buscando nosotros. Somos cuestionados en la necesidad de buscar a Dios con sinceridad, no cerrando puertas ni hacer oídos sordos a ciertas llamadas, ya que Él está en esa búsqueda y se deja encontrar.

Dios es quien toma la iniciativa y así lo descubrimos en el joven Samuel. Un Dios que se fija en la sencillez y en la debilidad de un chaval para decirnos constantemente que cuenta con cada uno de nosotros; y lo que muchas veces es debilidad humana, Dios lo acepta como presencia de su amor en medio de los hombres. Pero debemos dejarnos sorprender por su elección para ser seguidores de su Hijo, escuchar su palabra y ser en nuestro hacer cotidiano testigos de su presencia.

Así es Dios. Siempre mantiene su llamada; y esta llega vestida con infinidad de formas, de mediaciones. La descubrimos en la oración personal, en su Palabra, en la Eucaristía y también cuando nos arrodillamos ante cualquier persona que lo necesita o somos testigos de tantos signos que hacen la vida más humana y cercana; también en las personas que acompañan nuestra vida con su testimonio de fe y de un amor cercano y compasivo con todo cuanto les rodea. Siempre responden quienes están buscando o quienes están atentos y no distraídos ante tanto ruido a nuestro alrededor.

Y después de responder – “fueron, vieron y se quedaron con Él” – llega un recorrido importante de discernimiento en el que es imprescindible tanto el acompañamiento como dejarse acompañar. El joven Samuel se deja acompañar por el sacerdote Elí; y aquellos discípulos, aceptando la invitación de Juan el Bautista, dispondrán de un largo acompañamiento por el mismo Jesús. Tantas y tantas veces el paso de Dios por nuestras vidas no es apreciado por las distracciones en las que vivimos y estamos; o porque más que fiarnos de su voluntad queremos que sea su voluntad la que tiene que coincidir con la mía o con mis gustos y proyectos personales.

Necesitamos muchos ratos de oración y de reflexión con la Palabra de Dios como libro de cabecera para encontrarnos con su persona, sabiendo que Él nos ofrecerá su luz y no nos dejará solos. Siempre habrá personas o acontecimientos que nos ayudarán a decidir y a optar por el evangelio y por el seguimiento. Pero el discernimiento no se adentra en rotondas para dar y dar vueltas sin optar por una salida concreta. Llegará el momento de la respuesta generosa y confiada: “¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!”; “¡Fueron, vieron y se quedaron!”.

La experiencia del encuentro con Dios, el descubrimiento de la vocación de tu vida, te lleva a comunicar, con gozo, lo descubierto: “¡Hemos encontrado al Mesías!”.

En nuestra realidad actual las palabras pueden que muevan a los demás, pero los ejemplos arrastran; o como dice el Papa Francisco que hoy hacen falta mas testigos y menos predicadores.  Tenemos que descubrirnos llamados por Dios para ser sus testigos en medio de la vida, aceptando y sabiendo que seguimos a Jesús y que nuestra confianza está puesta en las manos de Dios.

De paso, podemos rezar con intensidad para que el Señor suscite vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. La Iglesia necesita estas nuevas vocaciones y sabemos que podemos acudir al dueño de la mies para que mande obreros entusiasmados con la tarea que el mismo Dios nos encomienda. Hagamos nuestras las palabras de este precioso himno:


Muchas veces, Señor, a la hora décima
-sobremesa en sosiego-,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de tí...
"¿Qué buscáis...?" Les miraste. Hubo silencio.

El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
"Rabbí -hablaron los dos-, ¿en dónde moras?"
"Venid, y lo veréis". Fueron, y vieron...

"Señor, ¿en dónde vives?"
"Ven, y verás". Y yo te sigo y siento
que estás... ¡en todas partes!,
¡Y que es tan fácil ser tu compañero!

Al sol de la hora décima, lo mismo,
que a Juan y a Andrés
-es Juan quien da fe de ello-,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!