SEÑOR, ¡SAL A MI ENCUENTRO!
Descubrir la
vocación personal conlleva dejarnos acompañar y tener actitud de discípulo para aprender; también invita a romper ciertas barreras de superficialidad para encontrarnos con Dios, abandonando miedos que paralizan nuestras respuestas.
Jesús pregunta
abiertamente a los discípulos de Juan, el Bautista: “¿Qué buscáis?”. Nos puede preguntar qué estamos buscando
nosotros. Somos cuestionados en la necesidad de buscar a Dios con sinceridad,
no cerrando puertas ni hacer oídos sordos a ciertas llamadas, ya que Él está en
esa búsqueda y se deja encontrar.
Dios es quien toma
la iniciativa y así lo descubrimos en el joven Samuel. Un Dios que se fija en
la sencillez y en la debilidad de un chaval para decirnos constantemente que
cuenta con cada uno de nosotros; y lo que muchas veces es debilidad humana,
Dios lo acepta como presencia de su amor en medio de los hombres. Pero debemos
dejarnos sorprender por su elección para ser seguidores de su Hijo, escuchar su
palabra y ser en nuestro hacer cotidiano testigos de su presencia.
Así es Dios. Siempre
mantiene su llamada; y esta llega vestida con infinidad de formas, de
mediaciones. La descubrimos en la oración personal, en su Palabra, en la Eucaristía y también
cuando nos arrodillamos ante cualquier persona que lo necesita o somos testigos
de tantos signos que hacen la vida más humana y cercana; también en las
personas que acompañan nuestra vida con su testimonio de fe y de un amor
cercano y compasivo con todo cuanto les rodea. Siempre responden quienes
están buscando o quienes están atentos y no distraídos ante tanto ruido a
nuestro alrededor.
Y después de
responder – “fueron, vieron y se quedaron
con Él” – llega un recorrido importante de discernimiento en el que es
imprescindible tanto el acompañamiento como dejarse acompañar. El joven Samuel se
deja acompañar por el sacerdote Elí; y aquellos discípulos, aceptando la invitación
de Juan el Bautista, dispondrán de un largo acompañamiento por el mismo Jesús.
Tantas y tantas veces el paso de Dios por nuestras vidas no es apreciado por
las distracciones en las que vivimos y estamos; o porque más que fiarnos de su
voluntad queremos que sea su voluntad la que tiene que coincidir con la mía o
con mis gustos y proyectos personales.
Necesitamos muchos
ratos de oración y de reflexión con la Palabra de Dios como libro de cabecera para
encontrarnos con su persona, sabiendo que Él nos ofrecerá su luz y no
nos dejará solos. Siempre habrá personas o acontecimientos que nos ayudarán a
decidir y a optar por el evangelio y por el seguimiento. Pero el discernimiento
no se adentra en rotondas para dar y dar vueltas sin optar por una salida
concreta. Llegará el momento de la respuesta generosa y confiada: “¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!”; “¡Fueron,
vieron y se quedaron!”.
La experiencia del
encuentro con Dios, el descubrimiento de la vocación de tu vida, te lleva a
comunicar, con gozo, lo descubierto: “¡Hemos
encontrado al Mesías!”.
En nuestra realidad
actual las palabras pueden que muevan a los demás, pero los ejemplos arrastran;
o como dice el Papa Francisco que hoy hacen falta mas testigos y menos
predicadores. Tenemos que descubrirnos
llamados por Dios para ser sus testigos en medio de la vida, aceptando y
sabiendo que seguimos a Jesús y que nuestra confianza está puesta en las manos
de Dios.
De paso, podemos
rezar con intensidad para que el Señor suscite vocaciones al ministerio sacerdotal
y a la vida consagrada. La
Iglesia necesita estas nuevas vocaciones y sabemos que podemos
acudir al dueño de la mies para que mande obreros entusiasmados con la tarea
que el mismo Dios nos encomienda. Hagamos nuestras las palabras de este precioso himno:
Muchas veces, Señor, a la hora décima
-sobremesa en sosiego-,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de tí...
"¿Qué buscáis...?" Les miraste. Hubo silencio.
El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
"Rabbí -hablaron los dos-, ¿en dónde moras?"
"Venid, y lo veréis". Fueron, y vieron...
"Señor, ¿en dónde vives?"
"Ven, y verás". Y yo te sigo y siento
que estás... ¡en todas partes!,
¡Y que es tan fácil ser tu compañero!
Al sol de la hora décima, lo mismo,
que a Juan y a Andrés
-es Juan quien da fe de ello-,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!
-sobremesa en sosiego-,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de tí...
"¿Qué buscáis...?" Les miraste. Hubo silencio.
El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
"Rabbí -hablaron los dos-, ¿en dónde moras?"
"Venid, y lo veréis". Fueron, y vieron...
"Señor, ¿en dónde vives?"
"Ven, y verás". Y yo te sigo y siento
que estás... ¡en todas partes!,
¡Y que es tan fácil ser tu compañero!
Al sol de la hora décima, lo mismo,
que a Juan y a Andrés
-es Juan quien da fe de ello-,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!