miércoles, 17 de enero de 2018

SOR CARMEN: “TODO POR AMOR DE DIOS”

Tiene viveza en la mirada y una voz que transmite sus experiencias personales con una memoria digna de elogio, y eso que la gripe parece que ha hecho votos simples en este convento. Así es Sor Carmen, la mayor de esta querida comunidad de hermanas concepcionistas franciscanas.

Llegó a Villanueva de la Serena hace 71 años para vivir el postulantado y el tiempo de noviciado, dando paso a su profesión solemne el 1 de enero de 1951. Como ella dice con mucha alegría: “¡Me quedé aquí para toda la vida!”.

Es natural de Villarnera de la Vega; un pequeño pueblo de la provincia de León, donde el invierno es frío de verdad, las grandes nevadas cerraban los accesos al pueblo y se comía de lo que se guardaba en las despensas, especialmente patatas. En su pueblo es conocida por Concepción. Nace en una familia profundamente cristiana y vive acompañada de sus nueve hermanos, aunque uno murió muy pequeño. De todos ellos cuatro hermanas serán religiosas: Oliva y Rosario profesarían en las Hijas de Caridad y Ángeles y ella serán Concepcionistas Franciscanas. Y dos de sus hermanos serán misioneros en los Sagrados Corazones y en los Agustinos.

La vida en su pueblo era puramente familiar, de una chica normal en una gran familia, con especial cercanía a la Parroquia y a la Escuela hasta los 14 años porque hubo que ponerse a trabajar ayudando en casa con familia tan numerosa. En los ratos libres se sacaba tiempo para el Catecismo y la lectura de la Historia Sagrada. Era su pasión rezar el rosario, la liturgia y asistir a la misa.

Un día, Don Pablo Maestro, sacerdote del pueblo, recibió una carta de la Madre María Jesús, abadesa de la Inmaculada Concepción de Cabeza del Buey, pidiendo vocaciones. Este buen sacerdote reunió a las chicas del pueblo – Piedad, Socorro, Araceli, Ángeles, …- y lanzó sin titubeos una pregunta: “¿ Tú quieres ser monja?”; y ella que mantenía viva la llamada a la vocación consagrada dio el paso para entrar en el convento. “¡Y aquí sigo en alabanza a Dios!”. La alegría fue plena cuando tres años después llega a esta Comunidad su hermana Ángeles para profesar solemnemente y ser conocida como Sor Trinidad. Las dos hermanas juntas entre nosotros hasta el día de hoy.

Entró en el Convento un 4 de enero de 1946. Los Magos de Oriente perdieron el GPS del tiempo y trajeron los regalos por anticipado a esta Comunidad: ¡una nueva vocación!. Al día siguiente su primer trabajo fue “pelar y cortar a mano almendras” para las roscas propias del tiempo navideño. Le decía la abadesa que cada trocito de almendra cortado se hace por amor a Dios y sonríe con una chispa especial cuando lo cuenta.

En la vida comunitaria el trabajo es muy importante y mas cuando se hace para ayudar a la comunidad y servir a las hermanas en todo lo posible: en la cocina, en la limpieza de la casa, en la costura de los bordados de entonces; incluso cuando los años y las limitaciones por enfermedad lo permiten, como no se puede estar quieta ni un momento, quiere hacer lo que sea necesario. Ella habla con auténtica pasión de sus hermanas de comunidad, con las que ha compartido la vida y con las que ahora se encuentran en la casa. Confiesa abiertamente que “Dios me ha configurado la vida en esta comunidad y en los trabajos realizados”.

“Yo pienso que no podemos abarcar el don de Dios. Es inmenso; de ahí que hay que estar en vela para no desperdiciar ese don que se nos da gratuitamente, … a mí esto me dice mucho”. En su vida se siente realizada; vive con sentido fraterno y de fe la vida comunitaria porque la soledad aquí no existe; “se aprende mucho de los demás y te realizas en el trabajo en común, ayudándote de la vida de oración y contemplación además del tiempo que se dedica al estudio, y todo por servir a Dios y a los demás”. La vida comunitaria ayuda a aceptar la vida, aprendiendo de las propias limitaciones y tristezas y poniendo la confianza en Dios Padre y en la Virgen María. Lo afirma sin pestañear, con alegría y como llamada a otras jóvenes que quisieran responder a la vocación consagrada: “¡Al Convento no se va huyendo de nada, ni de nadie!. La vida consagrada es plena y da sentido a todo, cuando “todo” se vive desde Dios.”

La fuente de la vida tanto para ella como para la comunidad es la Eucaristía; vida contemplada desde Aquel que se entrega para alimento nuestro. “Si nos quitaran la Eucaristía diaria – y yo se que tú no lo vas a hacer, me dice – nos quitarían la vida, porque la Misa lleva a Dios en todo lo que se vive y cuando la gente dice que la misa no les dice nada es sencillamente porque no la viven; y si no te sirve Dios, ya no te sirve nada”.

Y ahora que sus años ( -90 y algún mes-) no la dejan trabajar en lo que le gustaría, reza aún más por todo el mundo y lo apunta para que no se le olvide. Cierro esta entrada transcribiendo sus propias letras: “ Una vida larga trae muchas experiencias, pero una sola es necesaria: buscar a Dios en todo. Eso me pasó a mí e intento vivir desde Dios. La Virgen nunca me ha dejado en mi camino. Va siempre conmigo y en las dificultades siempre me sale al camino. Siempre me salía al paso en mis dificultades y me cogía de la mano y a caminar. Y sentía fortaleza en mis días tristes, que los tengo, y me decía: hay que ayudar al que lo necesita y sigue adelante. Estas palabras las oía yo muy claras en mi interior”.


Y así puede transcurrir un día entero hablando con Sor Carmen. Ella es feliz por responder a su vocación consagrada y es voz de Dios para aquellas jóvenes que se planteen una respuesta agradecida a la vida consagrada.