SOR CARMEN: “TODO POR AMOR DE DIOS”
Tiene
viveza en la mirada y una voz que transmite sus experiencias personales con una
memoria digna de elogio, y eso que la gripe parece que ha hecho votos simples
en este convento. Así es Sor Carmen, la mayor de esta querida comunidad de
hermanas concepcionistas franciscanas.
Llegó
a Villanueva de la Serena
hace 71 años para vivir el postulantado y el tiempo de noviciado, dando paso a
su profesión solemne el 1 de enero de 1951. Como ella dice con mucha alegría: “¡Me quedé aquí para toda la vida!”.
Es
natural de Villarnera de la Vega ;
un pequeño pueblo de la provincia de León, donde el invierno es frío de verdad, las grandes nevadas cerraban los accesos al pueblo y se comía de lo que se
guardaba en las despensas, especialmente patatas. En su pueblo es conocida por
Concepción. Nace en una familia profundamente cristiana y vive acompañada de
sus nueve hermanos, aunque uno murió muy pequeño. De todos ellos cuatro
hermanas serán religiosas: Oliva y Rosario profesarían en las Hijas de Caridad
y Ángeles y ella serán Concepcionistas Franciscanas. Y dos de sus hermanos
serán misioneros en los Sagrados Corazones y en los Agustinos.
La
vida en su pueblo era puramente familiar, de una chica normal en una gran
familia, con especial cercanía a la Parroquia y a la Escuela hasta los 14 años
porque hubo que ponerse a trabajar ayudando en casa con familia tan numerosa.
En los ratos libres se sacaba tiempo para el Catecismo y la lectura de la Historia Sagrada.
Era su pasión rezar el rosario, la liturgia y asistir a la misa.
Un
día, Don Pablo Maestro, sacerdote del pueblo, recibió una carta de la Madre María Jesús, abadesa de la Inmaculada Concepción
de Cabeza del Buey, pidiendo vocaciones. Este buen sacerdote reunió a las
chicas del pueblo – Piedad, Socorro, Araceli, Ángeles, …- y lanzó sin titubeos
una pregunta: “¿ Tú quieres ser monja?”; y ella que mantenía viva la llamada a
la vocación consagrada dio el paso para entrar en el convento. “¡Y aquí sigo en alabanza a Dios!”. La
alegría fue plena cuando tres años después llega a esta Comunidad su hermana
Ángeles para profesar solemnemente y ser conocida como Sor Trinidad. Las dos
hermanas juntas entre nosotros hasta el día de hoy.
Entró
en el Convento un 4 de enero de 1946. Los Magos de Oriente perdieron el GPS del
tiempo y trajeron los regalos por anticipado a esta Comunidad: ¡una nueva
vocación!. Al día siguiente su primer trabajo fue “pelar y cortar a mano
almendras” para las roscas propias del tiempo navideño. Le decía la abadesa que
cada trocito de almendra cortado se hace por amor a Dios y sonríe con una
chispa especial cuando lo cuenta.
En
la vida comunitaria el trabajo es muy importante y mas cuando se hace para
ayudar a la comunidad y servir a las hermanas en todo lo posible: en la cocina,
en la limpieza de la casa, en la costura de los bordados de entonces; incluso
cuando los años y las limitaciones por enfermedad lo permiten, como no se puede
estar quieta ni un momento, quiere hacer lo que sea necesario. Ella habla con
auténtica pasión de sus hermanas de comunidad, con las que ha compartido la
vida y con las que ahora se encuentran en la casa. Confiesa abiertamente que “Dios me ha configurado la vida en esta
comunidad y en los trabajos realizados”.
“Yo pienso que no podemos abarcar el don
de Dios. Es inmenso; de ahí que hay que estar en vela para no desperdiciar ese
don que se nos da gratuitamente, … a mí esto me dice mucho”. En su vida se siente realizada; vive con sentido
fraterno y de fe la vida comunitaria porque la soledad aquí no existe; “se aprende mucho de los demás y te realizas
en el trabajo en común, ayudándote de la vida de oración y contemplación además
del tiempo que se dedica al estudio, y todo por servir a Dios y a los demás”.
La vida comunitaria ayuda a aceptar la vida, aprendiendo de las propias
limitaciones y tristezas y poniendo la confianza en Dios Padre y en la Virgen María. Lo afirma sin
pestañear, con alegría y como llamada a otras jóvenes que quisieran responder a
la vocación consagrada: “¡Al Convento no
se va huyendo de nada, ni de nadie!. La vida consagrada es plena y da sentido a
todo, cuando “todo” se vive desde Dios.”
La
fuente de la vida tanto para ella como para la comunidad es la Eucaristía ; vida
contemplada desde Aquel que se entrega para alimento nuestro. “Si nos quitaran la Eucaristía diaria – y
yo se que tú no lo vas a hacer, me dice
– nos quitarían la vida, porque la
Misa lleva a Dios en todo lo que se vive y cuando la gente
dice que la misa no les dice nada es sencillamente porque no la viven; y si no
te sirve Dios, ya no te sirve nada”.
Y
ahora que sus años ( -90 y algún mes-) no la dejan trabajar en lo que le
gustaría, reza aún más por todo el mundo y lo apunta para que no se le olvide.
Cierro esta entrada transcribiendo sus propias letras: “ Una vida larga trae muchas experiencias, pero una sola es necesaria:
buscar a Dios en todo. Eso me pasó a mí e intento vivir desde Dios. La Virgen nunca me ha dejado
en mi camino. Va siempre conmigo y en las dificultades siempre me sale al
camino. Siempre me salía al paso en mis dificultades y me cogía de la mano y a
caminar. Y sentía fortaleza en mis días tristes, que los tengo, y me decía: hay
que ayudar al que lo necesita y sigue adelante. Estas palabras las oía yo muy
claras en mi interior”.
Y
así puede transcurrir un día entero hablando con Sor Carmen. Ella es feliz por responder a
su vocación consagrada y es voz de Dios para aquellas jóvenes que se planteen
una respuesta agradecida a la vida consagrada.