viernes, 26 de junio de 2020


27 AÑOS YA, ¡Y HACIA DELANTE!

Queridos feligreses y amigos:
¡Muy buenos días! Estamos a finales del mes de junio, con el tiempo del verano recién estrenado y viviendo la vuelta a la cotidiano, teniendo que respetar y cumplir las normas del decreto aprobado ayer por el Gobierno. Tenemos que ser muy responsables y así parar la transmisión del virus. Son varios los focos activos en regiones del país y si me cuido te estoy cuidando a ti. ¡Caminemos con responsabilidad para no volver hacia atrás!.

Esta mañana llegaba al chat del Whatsapp “los que allí estuvimos” la felicitación de José Luís Molina por el veintisiete aniversario de nuestra ordenación sacerdotal. Me obligo a rezar hoy desde aquel querido 26 de junio del año 1993. ¡Ha pasado el tiempo, un poco rápido, y hemos recibido la Gracia del Padre diariamente!

Aquella mañana amaneció como hoy, con mucho sol y bastante calor. Un grupo de siete jóvenes recibiríamos la ordenación ministerial del presbiterado y del diaconado. Pasamos unos días previos organizando todo. Nos cedieron desde el Ayuntamiento de Badajoz las instalaciones del entonces “Pabellón Entrepuentes” para acoger una celebración que prometía ser masiva. Estaba cerrado desde hacía tiempo y hubo que limpiar todo, silla por silla, preparar los vestuarios y los aseos, acondicionar el espacio para acoger este tipo de celebraciones. Los seminaristas del Mayor, Don Julián el rector y los formadores se volcaron con nosotros. Días previos de trabajo, de alegrías y de convivencia y de encuentro con los compañeros de siempre, tras ese intenso año de vida pastoral de la etapa de diáconos en las Parroquias de nuestra diócesis.

Seis recibimos el presbiterado; y José Luis el diaconado y que volvía a unirse a nuestro curso tras el "impás" del servicio militar que realizó un año antes de terminar los estudios de Teología. Los siete habíamos estado juntos en el Seminario Menor bastantes años; y todos los años del Seminario Mayor. Ninguno de nosotros menos de trece años compartiendo la vida en el querido y recordado San Atón: alegrías, trabajos y estudios, convivencia y oración, crecimiento y madurez, dificultades y contratiempos, llamadas y respuestas, ilusiones y esperanzas, … ¡de todo hubo en aquellos niños que llegaron a la edad adulta! Con nosotros estaban nuestros padres, hermanos y sobrinos, nuestras familias y amigos, nuestros pueblos y parroquias, todo el Seminario y el presbiterio, tantos y tantos compañeros y amigos que compartieron la vida en aquellas aulas y pasillos.

Éramos “los sacerdotes de la cancha” aquella mañana. Nos sentíamos queridos, acompañados, casi mimados por los que ese día nos acompañaban. Aquel Pabellón vivió una experiencia de fe, de diocesaneidad, de Iglesia, de vida en medio del mundo. Nos acompañaron los nervios desde bien temprano como era de esperar y eso que habíamos vivido ya celebraciones muy numerosas en las Vigilias de Pentecostés de los años del Sínodo. Pero esa mañana el protagonismo recaía en cada uno de nosotros. Conforme nos adentrábamos en ella los nervios daban paso a las respuestas de la consagración y a la imposición de manos. Una celebración cuidada al milímetro por Pedro Gómez que era formador del Menor en aquellos años. Siempre se recuerda ese día como algo único, por supuesto que irrepetible, en la vida ministerial.

La diócesis nos acogió un año antes de la ordenación para vivir la etapa pastoral del diaconado en diferentes parroquias. Y tras ese espacio temporal nos esperaba con los brazos abiertos. Hubo que esperar unos meses, ya que los seis sacerdotes nos marchamos a realizar el servicio militar engrosando las filas de reclutas en “la Base del Goloso” en Madrid, para acabar cada uno en un punto de la geografía española sirviendo en cuarteles o en parroquias castrenses. Algunos guardamos recuerdos imborrables de esas dos etapas: los sacerdotes diocesanos que nos recibieron en sus casas y las familias de los militares que nos abrieron para siempre las puertas de sus hogares y de su amistad. Dos años que nos enseñaron a estar en medio de la realidad tras ese largo tiempo de formación humana y académica en las aulas.

Y llegaron los primeros destinos para cada uno de nosotros a finales de junio de 1994: Cabeza del Buey, Magacela, Villanueva de la Serena, Jerez de los Caballeros, Fuente del Arco, Valverde de Llerena, Azuaga, Mirandilla, Mérida, el mismo Seminario; … después, con el paso de los años, otros muchos destinos para cada uno, realidades diferentes, mundo académico, cargos diocesanos, etc, … La misión encomendada era recibida con alegría, con ganas de trabajar y sin miedo alguno. Años para no parar; teníamos que estrenar el Sínodo Pacense y todo era importante. Esto nos llevaba a entregarnos aún más. No importaban los muchos kilómetros que hubiera que hacer; todo era motivo para revitalizar la vida de las comunidades parroquiales.

Damos gracias al Padre por poner en nosotros esta llamada y la capacidad para responder a ella. Y echar la mirada atrás supone recordar a todos los compañeros del Seminario, muchos de ellos amigos, que durante este tiempo han sido una experiencia auténtica de fraternidad; y con otros compartida en la fraternidad sacerdotal del presbiterio de nuestra diócesis. Recordamos con cariño a los compañeros que compartieron el ministerio presbiteral con nosotros durante unos años y que en su momento decidieron, seguramente que muy a su pesar y después de mucho tiempo de oración y reflexión, continuar su vivencia cristiana y de realización personal en las manos del Padre desde otra condición de vida.

Dar gracias por todos los bienes recibidos: personas concretas, comunidades parroquiales, alumnos y amigos, etapas diferentes en la vida, misión encomendada y recibida con gratitud y entrega, trabajar conjuntamente con el laicado, buscar desde lo cotidiano la experiencia de Dios en la oración y en la celebración. Sería bueno seguir caminando por la vida “como discípulos del único Maestro y no como maestros de discípulos”.

Os animo a que sigáis rezando por nosotros y que Dios Padre suscite y fortalezca nuevas vocaciones para el ministerio sacerdotal. Un fuerte abrazo y como veis, no olvido de bendeciros y abrazaros por estos medios.