martes, 31 de diciembre de 2024

 

COMPROMISO FIRME: MONSEÑOR ROLANDO 

ALVAREZ LAGOS


Queridos hermanos: terminamos un año de la mano de la Virgen María y lo comenzamos llevados por ella para desear vivir este año jubilar caminando hacia Jesús y hacerlo el centro de nuestras vidas. Un año nuevo arranca hoy entre nosotros, y unos deseos que constantemente repetimos: felicidad y prosperidad para todos. 

¡Qué bueno es tener estos deseos entre nosotros! Lo mejor es que sepamos valorarlos y construirlos entre todos. Lo más grande está en el corazón de cada persona. Deberíamos decir la frase de año nuevo, corazón nuevo, porque lo que sale del corazón es lo que realmente cambia a la persona. Así lo dice el salmo 50: “ Crea en mi Señor, un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”.

Para mí este fin de año ha tenido una sorpresa inesperada. La presencia de Monseñor Rolando José Álvarez Lagos. Un hombre del pueblo y de Dios, os lo aseguro. Una persona llena de sencillez y que transmite bondad y paz en cada palabra y en cada gesto. De estas personas con las que basta estar cinco minutos y escucharle para darte cuenta de que estás delante de auténticos y verdaderos testigos de la fe y del evangelio. Estar con él, concelebrar la eucaristía y acompañarle caminando por la calle, - hoy llena de música y de gente joven divirtiéndose -, es creer que personas como él cambian la escala de valores en un instante; es vivir en muy poco tiempo la presencia de quien ya sabes que pide, reza y trabaja por la dignidad de las personas y especialmente de los más pobres y desahuciados de este mundo porque lo vive en sus propias carnes.

Me diréis muchos que quién es. Es un obispo de Nicaragua que, desgraciadamente, tras ser arrestado por defender la justicia social y mediando el Vaticano, vive su exilio en Roma. No puede viajar a su país, ni estar con su familia, ni con su pueblo, ni con sus hermanos sacerdotes, ni poder pisar la sede apostólica de Matagalpa como le fue confiada por el Papa Benedicto XVI en 2011.

Este hombre ha alzado la voz frente a las violaciones de derechos humanos yla persecución religiosa sufrida por la Iglesia Católica en Nicaragua, especialmente bajo el régimen de Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo, que es su esposa, régimen dictatorial en toda regla. Monseñor Álvarez ha sufrido la persecución religiosa, las amenazas constantes, la prohibición de celebrar la Eucaristía en la Catedral de San Pedro, vivir arresto domiciliario, y condena de prisión por más de 26 años por negarse a abandonar su país; fue despojado de la ciudadanía nicaragüense junto a otros muchos religiosos y opositores al gobierno de Daniel Ortega por defender la justicia social y la libertad. Al final vivió una prisión prolongada, más de quinientos días, en una cárcel de máxima seguridad con aislamiento. Finalmente, el 14 de enero de 2024, tras mediaciones del Vaticano, fue liberado y exiliado a Roma junto con otros religiosos. Puede viajar por algunos países de Europa, pero tiene prohibido pisar Nicaragua y otros países del continente americano.

Es un hombre fiel a sus principios tanto religiosos como humanos en medio de tantas adversidades. Ha sufrido en sí mismo las injusticias que sufren los ciudadanos de su país. ¡Ha sido una sorpresa tenerlo aquí hoy! Cuando este primer día del año, jornada mundial de oración por la paz, recemos por ella le vamos a tener muy presente a él y a todos los que sufren persecución religiosa; también los que se ven privados de libertad por defender la dignidad y los derechos humanos; y los que sufren en sus carnes el dolor de la guerra.


También hoy, la liturgia de toda la Iglesia, centra la atención en la figura de la Virgen María, porque quiere subrayar la bondad del corazón de la Virgen, … el lugar en el que contemplaba y guardaba todas las cosas del gran misterio del Dios-con-nosotros. Ella sí que afirmó “año nuevo, corazón nuevo”. Se convierte en Madre de Dios porque se fía de Él, abriendo su corazón a un amor que la inunda, y responde con un Sí incondicional y confiado: “Dichosa tú que has creído” ( Lc 1, 45).

La fuerza del amor de Dios se sembró en el corazón de María haciéndola dócil a su plan y sintiendo una fuerza tan especial que la impulsa a salir de sí volcándose hacia los demás, sirviendo desinteresadamente a los planes de Dios en la vida de Jesucristo, y siendo “palabra encarnada” en medio de la historia de los hombres.

María es la mujer nueva, atenta a todo, atenta a su Hijo, fiel en todo y a todos. Que nos ayude en el nuevo año que comenzamos para que se cree en nosotros un auténtico corazón nuevo.



sábado, 28 de diciembre de 2024

 

EL AMOR SIEMPRE BROTA Y RENACE


En esta octava de Navidad celebramos la fiesta de
la Sagrada Familia y nos sentimos obligados a reflexionar sobre el sentido del ser de la misma familia, tanto a nivel eclesial como social. Nos encontramos con una primera verdad y es que los cambios sociales afectan a la convivencia entre las personas y las instituciones. Y la misma realidad de la familia está profundamente afectada por todo cuanto acontece a su alrededor.

Cuando en medio de nosotros, una persona o un proyecto concreto gozan de confianza, decimos que realmente merece la pena. Es afirmar que son dignos de fe, porque se cree profundamente en ellos. Por el contrario, cuando una persona o algo no es digno de fe, no se tiene confianza en ello. Algo así está ocurriendo hoy en día. Ha nacido la suspicacia, la sospecha, de que no hay nada firme y fiel para siempre. En las palabras del gran sociólogo Zygmunt Bauman nos movemos en una “sociedad líquida”, donde nada hay para siempre y todo es líquido; pocas relaciones, realidades, instituciones, propósitos, compromisos, son sólidos de verdad.

Desde la fe cristiana, nosotros creemos que la familia es digna de fe y que esta institución merece todo tipo de confianza, pero a renglón seguido nos encontramos que es y está siendo una de las grandes castigadas en medio de nuestra sociedad. Creemos en un proyecto de matrimonio que es entrega y donación, sacrificio y renuncia, aceptación y comprensión, perdón y ternura, apertura a la vida y educación responsable, es fe y compromiso. Toda esta vida está traspasada por la clave del amor, que en el sacramento se celebra y se vive como la consagración de tu persona hacia la otra, porque Dios se consagra y se hace presente en medio de tu propio compromiso.

Pero, la misma realidad inmediata nos habla de la dificultad del matrimonio (civilo sacramento) a larga distancia. En los medios de comunicación no se habla nada de la fidelidad matrimonial y constantemente nos asaltan con separaciones, divorcios, la separación entre sexualidad y amor comprometido. También en la realidad parroquial nos encontramos con matrimonios celebrados que en menos de cinco o diez años se encuentran en situación de crisis y de separación familiar.

Afirmamos que la realidad no es fácil. La convivencia entre las personas se está complicando cada día más, ayudada por esa falta de diálogo que debe brotar del deseo de la comprensión y de la escucha. Y que nos hemos vuelto más individualistas cada día, donde prevalecen mis gustos, apetencias, costumbres, aficiones que se sobreponen o no quieren perder su propia autonomía ante los compromisos que, a la larga distancia, hay que aceptar y vivir.

En la Iglesia, hoy más que nunca, tenemos la obligación de hacer una propuesta clara desde el significado del sacramento del matrimonio. Nosotros no presentamos un contrato que se puede rescindir en un momento determinado, sino una realidad única para compartir el gran regalo del amor de Dios (primera realidad sin la cual no hay sacramento) para ser testigos de ese amor del Padre en las relaciones de la vida conyugal. Es sencillamente ser testigo del amor fiel de Dios en medio del amor fiel a la persona o personas (hijos, padres, …) con las que se comparte la vida.

La Carta de Pablo a los Colosenses (3, 12 – ss) que hoy se proclama nos habla y orienta con una bonita mirada de profundidad y de sentido para apreciar el valor de la familia, del ser de que se entrega en amor y en fidelidad, con una vida responsable hacia los compromisos que se adquieren.


En primer lugar, es aceptar conscientemente que hemos sido 
“elegidos, santos y amados”. No tenemos ni vivimos un protagonismo exclusivo por elección personal. Es Dios quien nos ha elegido para vivir el don de la santidad sintiéndonos amados por Él y con capacidad de donación; es decir, de amar a los demás en entrega y en generosidad. Así nos revestimos de otros dones y carismas necesarios en el compromiso hacia los demás, hacia el hogar:

“revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”.

Escuchamos muchas veces que lo que hoy ocurre es que nadie aguanta a nadie, que no se soporta nada. Escuchamos que la gente joven no está entrenada para vivir conflictos en el hogar y que se les ha protegido como en una burbuja, para que no les afectaran las dificultades propias de la vida. Escuchamos que a la primera de cambio cada uno tira por su lado y aquí paz (-si así fuera, los juzgados estarían vacíos -) y después gloria. ¡No todo es así, pero hay un poco de todo! El apóstol Pablo nos recuerda aquello de sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra el otro”¡Qué gran verdad!; y nos iría de otra forma si lo aceptáramos y viviéramos esta afirmación.

Es muy bueno y necesario hablar bien de la familia, de la institución familiar hoy. Solemos fijarnos más en los defectos o dificultades que en lo positivo de la vida. Y hoy, en contra de viento y marea, debemos ponderar los valores que se engendran y fermentan en medio de nuestras familias, como auténticas escuelas para la vida, y depositarias de los valores principales de la humanidad y del evangelio.

En la acción pastoral de la Iglesia y de las Parroquias tenemos que hacer opción por gastar tiempo y esfuerzos con las familias. Dedicamos mucho tiempo a la catequesis, a reuniones, a la misma formación, … pero poco a las familias, y menos aún a las que se encuentran desestructuradas y en dificultades por muchos y diferentes motivos y causas.  Debemos aprender a acompañar a las familias y a los padres en sus relaciones con los hijos, apostando por ellos.

Hacer opción por saber leer los signos de los tiempos y aquellos que afectan ala misma institución familiar, ya sea cristiana o no, casada por la Iglesia o no. También hoy son diferentes las dificultades y los retos que se plantean a nivel social. Juzgamos desde el tendido y pocas veces nos metemos en el albero de la vida de estas personas. Debemos crecer en compasión y en acogida para estas familias y leer sus vidas desde un proyecto, que no es otro que el amor. No olvidemos nunca que donde hay amor, Dios siempre está.

Y orar de verdad por todas las familias y especialmente por la nuestra. Que crezcamos en amor y en entrega.  Que eduquemos y seamos respetuosos con los demás. El amor siempre es más fuerte que cualquier limitación humana o traba que nosotros podamos poner. Siempre brotará y renacerá a pesar de los muchos pesares que puedan existir.

martes, 24 de diciembre de 2024

 

“¡ES NAVIDAD, … Y LO SABES!”


Al término de este día, celebrada ya la Eucaristía de Vísperas de Navidad, tras haber cenado con sencillez, mucha paz y tranquilidad, antes de que Morfeo me quiera acunar en sus brazos, me permito escribir una sencilla reflexión que, posiblemente, te ayude a vivir esta Solemnidad con estilo cristiano.

Hemos venido caminando durante un periodo prolongado al que llamamos Adviento y nos hemos querido preparar para salir al encuentro del que sabemos que quería y deseaba llegar a nuestras vidas. Tan sólo se nos pedía estar atentos a los signos, acontecimientos y personas para poder descubrirlo en lo cotidiano de la vida. Curiosamente, en esta vida, hay de todo: fragilidades y fortalezas, alegrías y tristezas, aciertos y contrariedades, bonanzas y vientos contrarios. Únicamente se pedía el don de la fe, la grandeza de la alegría en el deseo del encuentro y la esperanza ante el que nos trae la buena y alegre noticia de un Dios que quiere estar contigo, en tu vida, en tu historia.

Hoy le hemos reconocido; nos hemos encontrado con Él. Dios ha deseado renovar su presencia y su amor en nuestra vida. Tan sólo que lo ha hecho a su estilo. ¿Le hemos entendido, comprendido y acogido? La respuesta es tuya, es personal. Eres quien tiene esa posibilidad.

Pero me da la impresión de que los cristianos, las personas de Iglesia, de grupos y sectores parroquiales, sacerdotes y demás, hemos caído en la trampa de la defensa a ultranza o de la condena mediática. ¡Nos quejamos más de la cuenta y echamos balones fuera! ¿Todo va a ser culpa de la sociedad de consumo, del materialismo, de la falta de valores, de la fiesta en navidades con minúscula? ¿Qué hacemos nosotros para que sea diferente, vivida en profundidad y dando gracias por este don y regalo de fe?

Hoy me he permitido el lujo, y perdonad mi atrevimiento, de pensar en positivo. ¡Algo tan necesario como raro en nuestros tiempos! Me gustaría pararme en cuatro claves o pilares que considero básicos para vivir y transmitir la fe en nuestros días; es verdad que ayudado por la Palabra de Dios y por la querida Comunidad Concepcionista a la que sirvo y me acompaña en mi ministerio sacerdotal. Aquí es donde he celebrado la Eucaristía de esta noche.

La primera clave es que nadie da lo que no tiene. Necesitamos reconocer que Dios no es una idea o un razonamiento que, explicándolo muy bien, queda todo dicho y afirmado para siempre. ¡No! Dios es un Misterio, expresión de profundidad a la vez que sencillo, pero que necesita experiencia y vida interior para ser descubierto. Necesitamos la bonita tarea de la contemplación para descubrirle en nuestro interior; y esta actitud contemplativa se ayuda del silencio, de la oración, de la escucha, incluso en medio de la noche. Necesitas descubrirle como el que nace en tu interior, renovando todo su amor en tu vida y experimentando este Amor como María, en donación, acogida y mirada contemplativa. No olvides que es un niño.

Una segunda es fundamental. Nació en el corazón de una familia. Es verdad que muy pobre, pero familia en todos los sentidos. Lo podemos reconocer en el corazón de nuestros hogares porque nos reunimos, nos vemos, nos apreciamos y necesitamos, nos queremos de verdad, aunque, a veces, la vida nos ponga a cada uno en un lugar diferente. Pero hoy hemos hablado con casi todos, nos hemos felicitado, … hay kilómetros al medio y esfuerzos para vernos y estar juntos todos los que podamos. ¡Esto lo consigue la Navidad y por ello hay que estar agradecidos!; y situar a Dios en el centro de nuestras familias, mirar la cara de los más pequeños con la misma ternura con la que Dios bendice nuestros hogares y familias porque sencillamente nos ama y mucho; es decir, donde esta noche hay amor, Dios nace de nuevo e invita a vivir la esperanza.


Y nació niño. Necesitado de ayuda y de atenciones. Nació vulnerable. ¡Es carne de nuestra carne! ¡Todo un misterio de vida! Abrimos la mirada y nos damos cuenta de la cantidad de personas que son muy vulnerables y necesitan tantos y tantos cuidados. Los tenemos en nuestros hogares y caminando o aprendiendo a caminar, los tenemos a nuestro lado. Esta Solemnidad nos llama a vivir con atención especial hacia ellos y también a los profesionales y voluntarios que hoy están más pendientes de quienes más los necesitan. Hablamos y hablamos de una sociedad e iglesia de cuidados y atenciones a la vulnerabilidad, y hay tanto y tanto que hacer; a la vez que también hay mucho que aprender y agradecer. Dios es vulnerable en su Hijo recién nacido; y la llamada es mirar, actuar, servir, amar con la misma intensidad que aquellos padres en aquella gruta; o la de aquellos pastores que, deslumbrados por un recién nacido, ayudaron en todo lo que pudieron y ofrecieron atención y cuidados. Este es el gran misterio de la debilidad que hoy celebramos. Dios es débil, reclama cuidados de la misma humanidad, y es belleza contenida en la pequeñez de un recién nacido. Si Belén era pequeño, escondido, casi desconocido, … Jesús es aún más pequeño y frágil.

Una más. Deseamos vivir con profundidad y para esto necesitamos saber celebrar con los demás. De pequeños, los que ya peinamos canas, asistíamos a la Misa del Gallo de la mano de nuestros padres o hermanos mayores. ¡No faltábamos; era una cita fija en el calendario; y mira que era tarde! Hoy, las cosas han cambiado; se impone otra forma de vida, se priorizan otras opciones, pero no por eso se abandona lo fundamental. Nadie da lo que no tiene, decíamos al principio; pero nadie vive lo que no celebra. Y aquí está el sentido cristiano de esta Solemnidad: celebrar con tu comunidad, con tu familia, la fe en la Eucaristía. Vive esta Navidad para acoger, en nuestra debilidad, al Amor más débil que quiere hacer morada en nuestro interior; celébralo con alegría y con gozo. Dios ha entrado en nuestras vidas y se puede vivir con esperanza, por lo que merece la pena celebrar y vivir este gran misterio de amor y de vida.

La Navidad es amor sin límites: “ Tanto amó Dios al mundo” ( Jn 3, 16). Reconocer la grandeza en la debilidad; y una debilidad que puede ser muy grande porque transforma la vida en gestos, palabras y signos personales y comunitarios. ¡Así es Dios, así es nuestro Dios! Dios en el “niño nacido” es pura novedad para cada uno.