EL AMOR SIEMPRE BROTA Y RENACE
En esta octava de Navidad celebramos la fiesta de
Cuando en medio de nosotros, una persona o un proyecto concreto gozan de confianza, decimos que realmente merece la pena. Es afirmar que son dignos de fe, porque se cree profundamente en ellos. Por el contrario, cuando una persona o algo no es digno de fe, no se tiene confianza en ello. Algo así está ocurriendo hoy en día. Ha nacido la suspicacia, la sospecha, de que no hay nada firme y fiel para siempre. En las palabras del gran sociólogo Zygmunt Bauman nos movemos en una “sociedad líquida”, donde nada hay para siempre y todo es líquido; pocas relaciones, realidades, instituciones, propósitos, compromisos, son sólidos de verdad.
Desde la fe cristiana, nosotros creemos que la familia es digna de fe y que esta institución merece todo tipo de confianza, pero a renglón seguido nos encontramos que es y está siendo una de las grandes castigadas en medio de nuestra sociedad. Creemos en un proyecto de matrimonio que es entrega y donación, sacrificio y renuncia, aceptación y comprensión, perdón y ternura, apertura a la vida y educación responsable, es fe y compromiso. Toda esta vida está traspasada por la clave del amor, que en el sacramento se celebra y se vive como la consagración de tu persona hacia la otra, porque Dios se consagra y se hace presente en medio de tu propio compromiso.
Pero, la misma realidad inmediata nos habla de la dificultad del matrimonio (civilo sacramento) a larga distancia. En los medios de comunicación no se habla nada de la fidelidad matrimonial y constantemente nos asaltan con separaciones, divorcios, la separación entre sexualidad y amor comprometido. También en la realidad parroquial nos encontramos con matrimonios celebrados que en menos de cinco o diez años se encuentran en situación de crisis y de separación familiar.Afirmamos que la realidad no es fácil. La convivencia entre las personas se está complicando cada día más, ayudada por esa falta de diálogo que debe brotar del deseo de la comprensión y de la escucha. Y que nos hemos vuelto más individualistas cada día, donde prevalecen mis gustos, apetencias, costumbres, aficiones que se sobreponen o no quieren perder su propia autonomía ante los compromisos que, a la larga distancia, hay que aceptar y vivir.
En
La Carta de Pablo a los Colosenses (3, 12 – ss) que hoy se proclama nos habla y orienta con una bonita mirada de profundidad y de sentido para apreciar el valor de la familia, del ser de que se entrega en amor y en fidelidad, con una vida responsable hacia los compromisos que se adquieren.
En
primer lugar, es aceptar conscientemente que hemos sido “elegidos,
santos y amados”. No tenemos ni
vivimos un protagonismo exclusivo por elección personal. Es Dios quien nos ha
elegido para vivir el don de la santidad sintiéndonos amados por Él y con
capacidad de donación; es decir, de amar a los demás en entrega y en
generosidad. Así nos revestimos de otros dones y carismas necesarios en el
compromiso hacia los demás, hacia el hogar:
Escuchamos muchas veces que lo que hoy ocurre es que nadie aguanta a nadie, que no se soporta nada. Escuchamos que la gente joven no está entrenada para vivir conflictos en el hogar y que se les ha protegido como en una burbuja, para que no les afectaran las dificultades propias de la vida. Escuchamos que a la primera de cambio cada uno tira por su lado y aquí paz (-si así fuera, los juzgados estarían vacíos -) y después gloria. ¡No todo es así, pero hay un poco de todo! El apóstol Pablo nos recuerda aquello de “sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra el otro”. ¡Qué gran verdad!; y nos iría de otra forma si lo aceptáramos y viviéramos esta afirmación.
Es muy bueno y necesario hablar bien de la familia, de la institución familiar hoy. Solemos fijarnos más en los defectos o dificultades que en lo positivo de la vida. Y hoy, en contra de viento y marea, debemos ponderar los valores que se engendran y fermentan en medio de nuestras familias, como auténticas escuelas para la vida, y depositarias de los valores principales de la humanidad y del evangelio.
En la acción pastoral de la Iglesia y de las Parroquias tenemos que hacer opción por gastar tiempo y esfuerzos con las familias. Dedicamos mucho tiempo a la catequesis, a reuniones, a la misma formación, … pero poco a las familias, y menos aún a las que se encuentran desestructuradas y en dificultades por muchos y diferentes motivos y causas. Debemos aprender a acompañar a las familias y a los padres en sus relaciones con los hijos, apostando por ellos.
Hacer opción por saber leer los signos de los tiempos y aquellos que afectan ala misma institución familiar, ya sea cristiana o no, casada por la Iglesia o no. También hoy son diferentes las dificultades y los retos que se plantean a nivel social. Juzgamos desde el tendido y pocas veces nos metemos en el albero de la vida de estas personas. Debemos crecer en compasión y en acogida para estas familias y leer sus vidas desde un proyecto, que no es otro que el amor. No olvidemos nunca que donde hay amor, Dios siempre está.Y orar de verdad por todas las familias y especialmente por la nuestra. Que crezcamos en amor y en entrega. Que eduquemos y seamos respetuosos con los demás. El amor siempre es más fuerte que cualquier limitación humana o traba que nosotros podamos poner. Siempre brotará y renacerá a pesar de los muchos pesares que puedan existir.