martes, 24 de diciembre de 2024

 

“¡ES NAVIDAD, … Y LO SABES!”


Al término de este día, celebrada ya la Eucaristía de Vísperas de Navidad, tras haber cenado con sencillez, mucha paz y tranquilidad, antes de que Morfeo me quiera acunar en sus brazos, me permito escribir una sencilla reflexión que, posiblemente, te ayude a vivir esta Solemnidad con estilo cristiano.

Hemos venido caminando durante un periodo prolongado al que llamamos Adviento y nos hemos querido preparar para salir al encuentro del que sabemos que quería y deseaba llegar a nuestras vidas. Tan sólo se nos pedía estar atentos a los signos, acontecimientos y personas para poder descubrirlo en lo cotidiano de la vida. Curiosamente, en esta vida, hay de todo: fragilidades y fortalezas, alegrías y tristezas, aciertos y contrariedades, bonanzas y vientos contrarios. Únicamente se pedía el don de la fe, la grandeza de la alegría en el deseo del encuentro y la esperanza ante el que nos trae la buena y alegre noticia de un Dios que quiere estar contigo, en tu vida, en tu historia.

Hoy le hemos reconocido; nos hemos encontrado con Él. Dios ha deseado renovar su presencia y su amor en nuestra vida. Tan sólo que lo ha hecho a su estilo. ¿Le hemos entendido, comprendido y acogido? La respuesta es tuya, es personal. Eres quien tiene esa posibilidad.

Pero me da la impresión de que los cristianos, las personas de Iglesia, de grupos y sectores parroquiales, sacerdotes y demás, hemos caído en la trampa de la defensa a ultranza o de la condena mediática. ¡Nos quejamos más de la cuenta y echamos balones fuera! ¿Todo va a ser culpa de la sociedad de consumo, del materialismo, de la falta de valores, de la fiesta en navidades con minúscula? ¿Qué hacemos nosotros para que sea diferente, vivida en profundidad y dando gracias por este don y regalo de fe?

Hoy me he permitido el lujo, y perdonad mi atrevimiento, de pensar en positivo. ¡Algo tan necesario como raro en nuestros tiempos! Me gustaría pararme en cuatro claves o pilares que considero básicos para vivir y transmitir la fe en nuestros días; es verdad que ayudado por la Palabra de Dios y por la querida Comunidad Concepcionista a la que sirvo y me acompaña en mi ministerio sacerdotal. Aquí es donde he celebrado la Eucaristía de esta noche.

La primera clave es que nadie da lo que no tiene. Necesitamos reconocer que Dios no es una idea o un razonamiento que, explicándolo muy bien, queda todo dicho y afirmado para siempre. ¡No! Dios es un Misterio, expresión de profundidad a la vez que sencillo, pero que necesita experiencia y vida interior para ser descubierto. Necesitamos la bonita tarea de la contemplación para descubrirle en nuestro interior; y esta actitud contemplativa se ayuda del silencio, de la oración, de la escucha, incluso en medio de la noche. Necesitas descubrirle como el que nace en tu interior, renovando todo su amor en tu vida y experimentando este Amor como María, en donación, acogida y mirada contemplativa. No olvides que es un niño.

Una segunda es fundamental. Nació en el corazón de una familia. Es verdad que muy pobre, pero familia en todos los sentidos. Lo podemos reconocer en el corazón de nuestros hogares porque nos reunimos, nos vemos, nos apreciamos y necesitamos, nos queremos de verdad, aunque, a veces, la vida nos ponga a cada uno en un lugar diferente. Pero hoy hemos hablado con casi todos, nos hemos felicitado, … hay kilómetros al medio y esfuerzos para vernos y estar juntos todos los que podamos. ¡Esto lo consigue la Navidad y por ello hay que estar agradecidos!; y situar a Dios en el centro de nuestras familias, mirar la cara de los más pequeños con la misma ternura con la que Dios bendice nuestros hogares y familias porque sencillamente nos ama y mucho; es decir, donde esta noche hay amor, Dios nace de nuevo e invita a vivir la esperanza.


Y nació niño. Necesitado de ayuda y de atenciones. Nació vulnerable. ¡Es carne de nuestra carne! ¡Todo un misterio de vida! Abrimos la mirada y nos damos cuenta de la cantidad de personas que son muy vulnerables y necesitan tantos y tantos cuidados. Los tenemos en nuestros hogares y caminando o aprendiendo a caminar, los tenemos a nuestro lado. Esta Solemnidad nos llama a vivir con atención especial hacia ellos y también a los profesionales y voluntarios que hoy están más pendientes de quienes más los necesitan. Hablamos y hablamos de una sociedad e iglesia de cuidados y atenciones a la vulnerabilidad, y hay tanto y tanto que hacer; a la vez que también hay mucho que aprender y agradecer. Dios es vulnerable en su Hijo recién nacido; y la llamada es mirar, actuar, servir, amar con la misma intensidad que aquellos padres en aquella gruta; o la de aquellos pastores que, deslumbrados por un recién nacido, ayudaron en todo lo que pudieron y ofrecieron atención y cuidados. Este es el gran misterio de la debilidad que hoy celebramos. Dios es débil, reclama cuidados de la misma humanidad, y es belleza contenida en la pequeñez de un recién nacido. Si Belén era pequeño, escondido, casi desconocido, … Jesús es aún más pequeño y frágil.

Una más. Deseamos vivir con profundidad y para esto necesitamos saber celebrar con los demás. De pequeños, los que ya peinamos canas, asistíamos a la Misa del Gallo de la mano de nuestros padres o hermanos mayores. ¡No faltábamos; era una cita fija en el calendario; y mira que era tarde! Hoy, las cosas han cambiado; se impone otra forma de vida, se priorizan otras opciones, pero no por eso se abandona lo fundamental. Nadie da lo que no tiene, decíamos al principio; pero nadie vive lo que no celebra. Y aquí está el sentido cristiano de esta Solemnidad: celebrar con tu comunidad, con tu familia, la fe en la Eucaristía. Vive esta Navidad para acoger, en nuestra debilidad, al Amor más débil que quiere hacer morada en nuestro interior; celébralo con alegría y con gozo. Dios ha entrado en nuestras vidas y se puede vivir con esperanza, por lo que merece la pena celebrar y vivir este gran misterio de amor y de vida.

La Navidad es amor sin límites: “ Tanto amó Dios al mundo” ( Jn 3, 16). Reconocer la grandeza en la debilidad; y una debilidad que puede ser muy grande porque transforma la vida en gestos, palabras y signos personales y comunitarios. ¡Así es Dios, así es nuestro Dios! Dios en el “niño nacido” es pura novedad para cada uno.