Hoy hemos celebrado en nuestra Parroquia la tercera conferencia dentro de este primer ciclo de formación que iniciábamos este curso. De nuevo la gratitud a todos los asistentes por la acogida y la respuesta a estos encuentros. Otra vez se encontraba lleno el salón de actos de la Casa de la Iglesia. ¡Y ya van tres las celebradas!.
Y eso que el tema de hoy no era del todo fácil, … seguramente si de explicar, pero nada fácil para la acogida en nuestra vida. Intentar dar el paso de la imagen de un Dios que, en muchos casos produce miedo, hacia ese Dios, Amor y Padre de Jesucristo, no resulta empresa fácil. Es cierto que predicamos y hablamos en muchas ocasiones del Amor de Dios, pero ante Él aparecen ciertos recelos marcados por lo aprendido a lo largo de los años, o la misma práctica en nuestra vida cristiana.
La verdad es que desde pequeños nos lo enseñaron en el catecismo: “ Dios es Padre, ¡sí!, pero que premia a los buenos y castiga a los malos”. Y nuestra relación con Él y hacia Él ha estado muchas veces marcada por el miedo. Cumplíamos para tenerlo contento, pero el corazón estaba, en muchas ocasiones, bastante lejos del mismo Dios. Y hemos llegado a concebirlo como un Dios vigilante, normativo, juez que filtra cada una de las acciones, e incluso castigador. De niños se nos ha podido decir muchas veces “no hagas esto que Dios te castiga”.
Necesitamos desandar caminos y abrirnos a la bonanza del Espíritu con una actitud cercana a lo positivo. El amor de Dios equivale a su fidelidad hacia nuestras personas, y así lo veíamos en cuatro notas muy específicas entresacadas de las páginas del evangelio: el asombro que se vive cuando se reconoce su presencia en nuestro ser; desde Él constatamos nuestra misma debilidad y el deseo de su compasión; y la vida se prepara para la acogida de un Dios que nos ama de verdad.
Así, la vida cristiana consiste en crecer en el amor, en la compasión: “Ser compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc. 6,36). Es el primer fruto y la primera cualidad de la vida en el Espíritu. Se trata de acoger el amor de Dios, de dejarse amar, de dejarse querer por el amor de Dios. Lo importante no es lo que yo quiero a Dios, sino lo que Dios me quiere. Siente que eres el hijo amado del Padre, y déjate querer por El.
Terminábamos afirmando que toda imagen que tergiverse o empañe la imagen amorosa de Dios es una deformación. El Dios en el que creemos, el que nos reveló Jesús, es amor. Dios es Amor, y solo puede amar. Su oficio consiste en amar.
Esperemos que estas conferencias nos sigan ayudando a crecer más en la exigencia de profundizar en nuestra fe, … y nos animen a participar en la próxima que será en la Pascua de la Resurrección.