sábado, 23 de abril de 2011

LA ESPERANZA EN MEDIO DE LA VIDA

Nuestra ciudad vive el acontecimiento de la mañana de Resurrección de una forma muy especial y significativa. Es un día muy alegre, lleno de colorido, y en el que Ntra. Sra. de la Aurora corre al encuentro de su Hijo Resucitado. Os propongo esta reflexión de nuestro sacerdote diocesano Pepe Moreno. Creo que debemos leerla para situarnos en lo que estamos viviendo este día.

“El que ha resucitado es el “siervo de Yahvé”. La resurrección confirma teológicamente toda la historia de la salvación: el éxodo, la creación, la liberación del pecado, la alianza y la promesa, la encarnación, la vida y el mensaje de Jesús, la cruz como lugar de gloria y no de muerte.
El que resucita es el de las llagas y el costado abierto, el que no tenía donde reclinar la cabeza, el hereje, el blasfemo, el que comía con los pecadores haciéndose uno de ellos, el que perdonaba lo imperdonable, profanaba el templo y no cumplía la ley, el que se puso de parte de los hombres en nombre de Dios.
Nosotros creemos en lo imposible desde los signos que llevan al hombre de la nada y la muerte, al todo y a la vida, y que gritan continuamente: “No está aquí, ha resucitado”.
El pobre Jesús de Nazaret ha resucitado y vive para siempre. La resurrección es signo de la libertad  y la justicia definitiva que tiene como fundamento y objeto al Dios de la vida afectando toda la realidad humana.
La Iglesia que anuncia a Jesucristo Resucitado, y que se deja mover por su Espíritu, no puede ser sino una iglesia pobre, que anda por los caminos de la historia provocando el encuentro con los débiles e identificándose con ellos porque sabe que su Reino pasa por el sacramento del hermano: “¿Cuándo te vimos…? – Cada vez  que los hicisteis con uno de estos ….. Venid vosotros benditos de mi Padre”. (Mt 25,31ss).
El siervo de Yahvé se sentía Hijo de Dios, el crucificado había resucitado y era dueño de la vida y la podía dar a otros… y es que otro mundo es posible; la última palabra no la tiene la muerte sino la vida, el verdadero poder es el de amor y está abierto a los sencillos y a los que confían, así es nuestro Dios; es en la debilidad donde él se hace fuerte e importante, es ahí donde nos salva, en lo que nos parece fealdad y dolor, él pone ternura y cariño para levantarnos y gozarnos en la esperanza. 
Después del Domingo, con la alegría de la resurrección nos tocará volver a hacer milagros y signos en la vida diaria, de esos que son como la levadura en la masa del pan, y el grano de trigo en la tierra, y la sal en la comida; eso que gesta en lo cotidiano pero que acaba en la gloria y elaborando el pan y gusto de una felicidad que nada ni nadie podrán quitar.
Que El Cristo resucitado nos abra los ojos para que sepamos reconocerlo en el camino de la vida, verlo en los crucificados de la historia, y nunca nos falte ni el pan de la esperanza ni el vino de la alegría.”