viernes, 22 de julio de 2011

EL TESORO DE LA FE Y LA PERLA DEL ENTUSIASMO

En muchas ocasiones nos hemos planteado la pregunta de por qué tantas y tantas personas celebran sacramentos en la Iglesia si la vinculación a la misma es casi nula, o se celebran sin fe y sin experiencia de Dios. Debería ser un interrogante abierto en la Iglesia para buscar, entre todos, la respuesta, y poder transmitir la experiencia gozosa de la fe a los que celebran, posiblemente sin grandes preguntas, los sacramentos.


Así le ocurría al mismo Jesús cuando les contó estas pequeñas parábolas. Él quería transmitir a los demás su experiencia de Dios y la buena noticia de creer en el proyecto de construir un mundo más feliz y dichoso para todos, comenzando por los últimos. Y curiosamente no siempre lograba despertar su entusiasmo.

Y nuestro entusiasmo, … ¿cómo se encuentra? ¿Adormecido, acostumbrado, tradicional, cumplidor, preocupado? O por el contrario, ¿tenemos una fe alegre, gozosa, que busca respuestas, y que quiere encontrarse con Dios como experiencia principal?.

Así quería Jesús que fuera el encuentro con Dios, como el tesoro escondido, como la perla de gran valor, con un atractivo tan grande que se puede poner todo en juego para adquirirlos.

Algo así sucede con el «reino de Dios» escondido en Jesús, su mensaje y su actuación. Ese Dios resulta tan atractivo, inesperado y sorprendente que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más hondo de su ser. Ya nada puede ser como antes.

Por primera vez, empezamos a sentir que Dios nos atrae de verdad. No puede haber nada más grande para alentar y orientar la existencia. El "Reino de Dios" cambia nuestra forma de ver las cosas. Empezamos a creer en Dios de manera diferente. Ahora sabemos por qué vivir y para qué.

A nuestra religión le falta el "entusiasmo de Dios". Muchos cristianos se relacionan con él por obligación, por miedo, por costumbre, por deber..., pero no porque se sientan atraídos por él.

Jesús, con estas parábolas sobre el Reino nos pone en situación para que cada uno analicemos cual es nuestra fe en Dios, y qué estamos dispuestos a vender, a quitar de nosotros, a olvidar, … para vivir de acuerdo a ello. Y algo muy claro, la alegría del encuentro, la alegría de vivir la fe, el entusiasmo renovado para seguirle e Él. Descubrir un Dios cercano que es amigo de la felicidad de las personas, y mezclado en nuestras cosas de cada día y que quiere que ahondemos en lo profundo de nuestro ser.

Sólo desde la alegría de la fe y del encuentro con Dios se puede tomar la decisión de vivir con sinceridad sus exigencias. Sólo quien encuentra y valora el tesoro escondido de la Fe en Dios es capaz de venderlo todo desde el principio.