viernes, 5 de enero de 2018

RASTREADORES DE SIGNOS

¡ Qué entrañable y bella es la estampa de la noche y del día de Reyes ! Es una fiesta llena de colorido, de sonrisas y de alegrías en las caras de los más pequeños de la casa y también – por qué no – en la de los adultos. Nos apuntamos a la enseñanza del refrán de que “a nadie le amarga un dulce”. Y agradecidos por cualquier detalle que se nos de.

 Los Reyes llegados de Oriente, con ese don de ubicuidad hacen felices tantos rostros que sólo nos queda decir que son bienvenidos y bien recibidos en nuestros hogares. Leía hace unos días que esta celebración es “un sacramento” de la gratuidad de Dios, expresión de su amor entre los hombres, reflejado en los rostros alegres de tantas y tantas personas.

Pero tanta fiesta debe ayudarnos a centrar nuestra vida cristiana en lo que estamos celebrando. No podemos olvidar que la Solemnidad de Epifanía es la manifestación humana de Dios, en su hijo Jesús, a todos los hombres de la tierra. Y decimos bien, … a toda la humanidad.  La Epifanía de Dios no se reduce a unos cuantos o a un pueblo concreto; es para toda la humanidad representada en los Magos llegados de Oriente. La ternura de Dios, que se llama Jesús, quiere ser universal y estar presente en la vida de  quienes, como los Reyes, le abren el cofre de su corazón para que Él se quede. El Dios de Jesús es un Dios que se define por un “amor incluyente”; amor por y para todos los hombres.

Me gusta mucho la imagen de los Magos. Ellos son unos buscadores. Nunca permanecen quietos en el mismo lugar, siempre están en movimiento y buscando signos y señales que ayudan a descifrar los destinos de la humanidad. En un  momento vieron una señal y se pusieron en camino, hasta el lugar en el que se paró. Y allí descubrieron al niño envuelto en pañales y acompañado por María y José. Allí descubrieron lo que los profetas anunciaron y que animaba la esperanza del pueblo. No lo encuentran entre ruidos, ni en el bullicio de la ciudad de Jerusalén, ni entre las paredes del templo, … lo descubren en el silencio, en lo más pobre, en la oscuridad. Lo descubren en su interior, … y se marchan por otro camino diferente para anunciar lo descubierto y seguir buscando signos en medio de la vida.

Una buena invitación para nuestra vida cristiana. Ser creyentes es ser buscadores de Dios. No creernos ya en plena posesión de la verdad, sino seguir buscando y aprendiendo como caminantes, nómadas, por el desierto de la vida hacia el encuentro con Dios. Tendremos que rastrear los signos de su presencia en medio de lo cotidiano, de lo diario y también de lo extraordinario. La fe no nos quiere parados, sentados plácidamente en nuestros conocimientos o en los propios esquemas. Nos invita a salir, a mirar y leer los signos de la vida, a buscar y a sorprendernos de este Dios que, posiblemente, volverá a decirnos que nos ama en lo más pequeño, porque recién nacido es su Hijo Jesús, acostado en un pesebre de Belén.

Y que los mejores regalos que le ofrezcamos sean los más necesarios para este mundo: el respeto, la aceptación de la diferencia en la forma de ser y de pensar, la tolerancia, la educación humana, … y los que nos han de identificar como cristianos: la fe, la esperanza y la caridad.


Disfrutemos este día de Epifanía. Sonriamos que es gratis y hace mucho bien; juguemos con los más pequeños de la casa; abracemos a los que más lo necesitan; y recemos unos por otros, celebrando juntos la fe en la mesa de la Eucaristía, sacramento permanente del regalo de Dios a cada uno de nosotros, su propio Hijo, y se llama Jesús.