sábado, 30 de diciembre de 2017

¡CREO EN LA FAMILIA!

Solemos escuchar y decir muchas veces que las fiestas de Navidad crean en los adultos signos de bastante nostalgia, especialmente porque recordamos a los que ya no están con nosotros y las vivimos como celebraciones muy familiares.

Todos los que estábamos en el Seminario deseábamos que llegaran estas fechas. Marchábamos a nuestros pueblos en Navidad y lo primero que nos recibía, además del beso de nuestros padres y familiares, era la caricia acogedora del brasero. La Navidad traía el calor del hogar, la cercanía con los abuelos, tíos y primos en las noches de nochebuena y nochevieja, la misa del gallo; la “matanza” que nos volvía a reunir en la casa de los abuelos a familiares y vecinos en las tareas propias de la “chacina”, las campanadas en la plaza del pueblo y las caras de alegría de los más pequeños en la noche de Reyes, … por no decir también todas las faenas propias de la recogida de la aceituna en mañanas y tardes bastante frías y lluviosas. Pero en este trajín estaba la camilla de casa, con sus enaguas, y un brasero acogedor. Y así nos ocurría, que al terminar estos días, llegábamos a los pasillos de san Atón y qué frío hacía, por Dios, … es que hacía frío de verdad y durante unos días nos anestesiaba la dichosa “murria”.

Qué importante ha sido la familia en nuestra vida y en nuestro crecimiento como personas y como cristianos. A mí me gusta decir que el Seminario me dio formación y me ayudó a vivir y leer la vida desde unas claves cristianas, con más o menos acierto según la época; pero a rezar y a vivir muchos valores que hoy siguen estando presentes en mi vida me lo enseñaron mis padres y mi familia, y la parroquia y la escuela de mi pueblo con sus maestros. La familia puede ser un término muy amplio, pero “el hogar familiar” es la mejor institución para que nos integremos en la sociedad como buenos ciudadanos y en la Iglesia como buenos cristianos. Se nos regalan constantemente valores tan importantes como necesarios en el día de hoy: tener sentimientos profundamente humanos, respeto por las personas, buen trato y bondad, ejemplo de entrega diaria, la obediencia y el diálogo, no exigir lo que no se puede dar y no poner precio a la gratuidad, la dedicación a los que más lo necesitan de la casa, la responsabilidad de unos con otros y especialmente con los más pequeños o más débiles, …. Tantos y tantos valores para dejarse hacer, dejarse llevar de la mano por los que nos educan porque nos quieren, y valorar especialmente la dedicación de nuestros padres.

Hoy se nos dice que esta realidad no pasa por sus mejores momentos. Que la familia puede ser un reto en la Iglesia y en la sociedad. ¡ Es posible! Lo que sí nos rodea en una multiculturalidad creciente en medio de una sociedad plural en lo cultural, religioso, familiar, y que afecta tanto a lo individual como a lo colectivo. Y puede que nos de vértigo aceptar esta realidad; que es la que es y hay que vivirla y asumirla si no queremos vivir al margen de la sociedad y del mundo.

Jesús vivió en una familia muy creyente del pueblo judío; aferrada a sus tradiciones; y una fe sometida a pruebas difíciles hasta tal punto de emigrar a Egipto. Crece ayudado por sus padres y cuando comienza el ministerio público es acusado de locura por sus familiares más cercanos. Acompañado por su madre acabó realizando su misión según nos relatan los evangelios.

Pero Jesús contempló en sus padres un modelo de entrega y de amor. Creció educado en las posibilidades de que el amor multiplica lo pequeño, lo cotidiano, lo sencillo. Este amor recibido es desde donde mejor se entrega la vida para generar humanidad, y es el lugar de la experiencia de Dios que nos ayuda a crecer espiritualmente.

Un lema de aquellos primeros años en san Atón era “la familia es el primer seminario”. Yo me atrevo a decir que hoy la familia es el hogar, es tu parroquia, es tu escuela, es tu vecindad, es el seminario… porque los valores que la familia entrega ayudan a crear hogar, parroquia, escuela, vecindad y seminario. Trabajemos y ayudemos a vivir en familias que sean transmisoras de auténtica humanidad, asentadas en la roca de la fraternidad.