La parábola de los talentos nos presenta el mensaje del evangelio como el don de Dios que se regala a nuestra vida para vivirlo y trabajarlo según el proyecto del mismo Dios y las fuerzas del hombre.
Según este relato, un señor, antes de marcharse de viaje, entrega a sus sirvientes unos talentos concretos, según “la capacidad de cada uno”. Al primero le entrega cinco, tres al segundo y uno al tercero. Y les invita a negociar con ellos, a lo que los dos primeros responden con prontitud. Llegado el tiempo, vuelve el señor y les llama para ajustar las cuentas en aquello que les dejó. Los dos primeros, que no temieron el trabajo y el riesgo, han experimentado lo producido por los talentos, y así entregan los frutos de lo conseguido, ante la alegría y la respuesta de su señor: “ pasa al banquete de tu señor”.
Pero salta la sorpresa con el tercero. El talento se escondió porque tuvo miedo y se entrega de nuevo al señor porque éste es exigente. Una oportunidad perdida en la vida de este hombre tachado como “negligente y holgazán” y no admitido en el banquete.
Esta parábola contiene diversas aplicaciones para nuestra vida cristiana. Nos invita a crecer en una vigilancia activa, a no dejarnos adormilar por la pereza, por la rutina o por la comodidad. ¿Nos hemos parado a pensar la cantidad de “talentos” (virtudes o cualidades”) que tenemos? ¿Los aprovechamos al máximo o, por el contrario, perdemos las oportunidades que la vida nos brinda para rendir al máximo lo que somos y tenemos?.¿Los hacemos rendir a favor de los demás?.
El Señor reparte dones y espera frutos siempre en beneficio de los demás porque no somos dueños sino administradores de la gracia y cualidades que el Señor nos otorga. No exige frutos iguales para todos porque tampoco los dones recibidos han sido los mismos, pero sí exige a todos la misma laboriosidad, la misma dedicación y el mismo esfuerzo porque el Reino de Dios no es para los ociosos, conformistas o perezosos. El Señor ha puesto en nuestra vida inteligencia para pensar, corazón para amar, bienes materiales para trabajarlos, hacerlos rendir y disfrutarlos. No podemos dejarlos escondidos en lo más hondo de nuestro ser sin que produzcan frutos; por el contrario deben mejorar nuestra propia condición personal y ayudar a los demás en su propio proceso de su respuesta en la fe.
Pero el tercer sirviente miró a su señor de una forma sesgada, porque lo considera egoísta y mezquino, ya que “cosecha donde no siembra, y recoge donde no esparce”, y no entiende que el talento recibido ya exige de por sí la responsabilidad de ponerlo a fructificar. Recibió el regalo, le dio miedo abrirlo y se quedó en el papel de colores que lo envolvía. El Reino de Dios es para los que siempre miran hacia delante y buscan soluciones a las dificultades; los que toman el arado y no echan la vista atrás; los que se fían de Dios que te sitúa en esta historia para ser signo de Él.
Se sintió bloqueado, y perdió la originalidad de ser creativo y correr incluso el riesgo de perderlo por hacerlo fructificar.
¿ Cómo debemos responder hoy los seguidores de Jesús? Lo primero es conocernos bien para saber cuales son nuestras capacidades y posibilidades; y una vez encontrados con nosotros mismos procuremos contagiar la fe en nuestras pequeñas comunidades de vida y de trabajo, para ser testigos de un Reino entregado que nos invita a construir un mundo más justo y más humano, en el que cada uno tendrá que trabajar los dones recibidos para saber entregar nuestras vidas cansadas porque han estado ocupadas. No entreguemos vidas holgazanas por miedo al señor exigente o al qué dirán, …