¡ Qué aparente fracaso !, “ lo necio de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” ( 1 Cor 1, 23 – 25 ). Los poderes de este mundo, religiosos o políticos, las fuerzas egoístas de privilegios, primeros puestos, miradas por encima del hombro, prestigios y grandezas, ... todos quedan al descubierto ante este Jesús que te invitó a comer en su mesa pascual y que anteriormente había servido agua, y toalla de alivio, a tus pies cansados, ....
Un Reino de amor, con mirada limpia, ante aquel que le traicionó en la noche de vela y oración con un beso, cuando Getsemaní se había iluminado con las antorchas que llegaron por la ladera del Cedrón y que ya presagiaban los intereses egoístas humanos que ocultan los verdaderos sentimientos de aquel buen Señor que “ en el horizonte jadea la proximidad de su muerte”.
Eras el testigo privilegiado de aquella noche tensa en la que blandiste tu espada valentona para cortar por lo sano aquel arresto que te quedaba sin tu parte del pastel; ... noche en la que comprendiste que la actitud sencilla y transparente de un niño es la condición indispensable para entender y acoger el auténtico Reino de Dios; .... noche en la que lloraste amargamente cuando un simple gallo puso al descubierto tu desnudez humana, .... “ ¡ no conozco a ese hombre!” ( Mt 26, 74).
.... Y ahora sigues, casi escondido, a Jesús que carga en su Cruz con nuestras cruces y que una condena injusta es signo y reflejo de todas las injusticias de miles o millones de inocentes. Es el “Ecce Homo” insultado, desprestigiado, entregado, .... con rostro desfigurado por los golpes de tantas historias personales, .... que llega hasta un Calvario siendo el “ Nazareno” que entrega su vida por fidelidad al Padre y al hombre. Sólo la valentía silenciosa, recia, fuerte .... de una Madre, aumenta la tensión de aquella escena trágica y que también es signo de tantas tragedias que circulan por las vidas humanas y la dificultad de poner consuelo y esperanza en ellas.
¡ Se terminó todo, ...! podías pensar en aquellos momentos de oscuridad y silencio, ... pero un Reino de entrega, de amor, de servicio, de fidelidad, ... no podía permanecer oculto tras la losa de un sepulcro escavado en la roca; .... porque aquel Crucificado es ahora el Resucitado que te invita de nuevo a no tener miedo, ... a ponerte en camino obrando todo lo que Él te enseñó y vivó junto a ti ( Mt 18, 20 ); .... ¡es Él mismo !, que de nuevo te hace la segunda llamada en el lago de Galilea: “ Pedro, hijo de Juan, ¿ me amas ?”, y tú, entristecido por los acontecimientos que precedieron aquella noche ajetreada, le contestas con humildad: “ ¡Señor, tú lo sabes todo, .... tu sabes que te amo”; y Él, con mirada amorosa, te vuelve a recobrar para ser testigo del Evangelio vivido y confesado, .... “¡Sígueme !” ( Jn 21, 17 – 19 ).
Desde entonces, un puñado de testigos encendíais el mundo hace más de dos milenios con la esperanza del Resucitado, ... y hoy nosotros, los cristianos, hemos de llevar esta luz en nuestras vidas para poner signos de esperanza en las realidades que acontecen y hemos de sembrar los valores del evangelio entre los que nos rodean, ... ahora bien, desde la sencillez y la humildad de querer servir al Reino de Dios y no a “nuestros reinos personales”.
Amigo Pedro, esta experiencia en tu vida te llevó a vivir la pasión por el Evangelio hasta las últimas consecuencias. Hoy oramos al Padre para que llame a muchos a seguir esta misión, que siempre es necesaria para abrir puertas a la fe y a la esperanza en nuestros tiempos; y que muchos puedan responder, como tú, a aquella sencilla invitación junto a las aguas del lago de Tiberiades: ¡ Sígueme!.