viernes, 4 de mayo de 2012

DESDE EL TRONCO COMÚN ... SU VIDA

Jesús de Nazareth ha estado tres años aproximadamente con sus discípulos ayudándoles a comprender la importancia y el valor del Reino de Dios en medio de los hombres. Ellos le han seguido; se han sorprendido de muchas de sus palabras y acciones; han optado por un Reino que poco a poco tendrán que comprender y aceptar, a pesar de que muchas veces no coincidirá con sus intereses personales, … se sienten atraídos por los gestos de humanidad que se desprenden de este hombre.

Pero llega un momento clave. Él sabe que se acerca su muerte y quiere mostrar a los suyos su deseo más profundo: “ Permaneced en mí”.  Ellos tendrán que permanecer firmes en lo que Jesús arrancó en su vida, a pesar de las vacilaciones y miedos que albergarán en su experiencia. Su fe puede ser débil si actúan por si mismos, pero debe ser fortalecida por la experiencia del Resucitado.

Jesús, en esta realidad cercana a la muerte, emplea un lenguaje sencillo y cargado de novedad en la forma de expresar la importancia de su mensaje: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Y la imagen es clara: un sarmiento que no está bien unido al tronco de la Vid no tiene la savia de la vida y jamás producirá fruto. Imagen comprensible en su significado, porque separados de Jesús, sin vivir su palabra, sin realizar un seguimiento de su persona en los signos que el vivió, no se puede ser testigo de su vida, de su mensaje, ….

Permanecer en Él, para que Él permanezca en el discípulo. Su permanencia en nosotros saca fuerzas de la debilidad, pone palabras en el silencio, abre el corazón a la esperanza, siembra la alegría en la tristeza, apuesta por los signos cotidianos para que le trasladen a la vida y la experiencia de los demás, ….  Y todo para vivir el Evangelio, para ser buenas noticias en medio de este mundo, para que sus palabras sean de verdad espíritu y vida. Separados de Él no somos nada, … surgen dudas en la vida y vacilaciones en el testimonio; es como un querer y no poder, ya que sin Jesús nuestra experiencia cristiana se debilita.

Y hoy más que nunca nuestra Iglesia necesita tener esta experiencia de unidad en torno a la Vid verdadera, y ser sarmientos de verdad y de entrega en lo cotidiano. Al fin y al cabo “por los frutos los conoceréis”, y estos frutos no pueden ser otros que aquellos que resuenan en el corazón de las personas como carencias de felicidad y de dignidad, … dos valores por los que hay que vivir y trabajar, porque este es el Reino más sencillo, humano y sabio que Jesús injerta en nuestra vida cristiana y de seguimiento. Trabajemos por estos frutos desde el tronco común de la fe para que de verdad el mismo Evangelio sea una buena noticia en el corazón de nuestra Iglesia y de este mundo.