Hace mucho bien en las personas recibir buenas noticias, y seguro que nunca nos cansaríamos si todas las que recibiéramos fueran buenas de verdad. Pero también sabemos que esto en la vida de cada día no es lo real, ni lo normal, … también son muchas las malas noticias que recibimos provocando en nosotros tristeza y dolor ante muchas de ellas, incluso sentimientos encontrados.
Esta es la realidad normal de la vida que nos hace crecer y madurar. Los momentos buenos, momentos de felicidad, de buenas noticias, tanto personales como ambientales nos tienen que servir de aliciente y empuje para también saber integrar y vivir las malas noticias que aparecen. Y en esta realidad concreta de cada día buscaremos el sentido de nuestra vida, no creada de instantáneas, sino de toda una vida que busca realizarse personal, social y eclesialmente.
Una pregunta de fondo: ¿ Dónde está Dios en esta realidad?. Y una respuesta muy concreta: en todo lo que vivimos y somos capaces de crear, de sentir, de orar, de compartir, de sufrir, …. en el centro de nuestro ser , de nuestras vidas y de nuestras realidades. Nosotros no creemos en un Dios ausente de este mundo, ni en el Dios que crea y se marcha de vacaciones, ni el Dios de las alturas, … creemos en un Dios encarnado en la humanidad, … en un Dios cercano a nuestros anhelos y esperanzas, en un Dios sembrador de esperanza en medio de nuestros sufrimientos, …. Creemos en un Dios distinto y diferente a como muchas veces nos lo presentan o nos lo han representado.
Y somos como ese pueblo de Israel en la sinagoga de Nazareth: esperamos que se cumplan nuestros deseos, nuestras inquietudes, nuestros proyectos, nuestra fe, …. En el centro de nuestra vida aparece Jesús que abre el rollo del profeta Isaías y nos repite: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
Tendremos que descubrir en sus palabras la invitación a centrar nuestra vida más en Dios y en la presencia de su amor en nuestro ser. Jesús siempre nos va a orientar a creer más en el amor del Padre y a recibir ese amor en lo que diariamente vivimos.
Somos ungidos por el Espíritu Santo para ser sembradores de buenas noticias, y Jesús es buena noticia en medio de aquella realidad pero más especialmente en los marginados y desvalidos, y así los olvidados por todos pueden recibir algo bueno, … pueden recibir buenas noticias.
Nosotros nos pareceremos más a Jesús cuando nuestras vidas, acciones y compromisos sean vividos solidariamente con los demás; y para los que realmente nos necesitan sean captados como algo bueno en sus historias personales.
Seguiremos a Jesús cuando vivamos desde él nuestra vida diaria, cargada de buenas y no tan buenas noticias, pero él nos ayudará a liberarnos de lo que nos esclaviza, de lo que nos desorienta, de la desesperanza, … y abramos nuestra experiencia a su Palabra y a su persona para vivir “un año de gracia del Señor” siempre que pongamos en él nuestra confianza.