El mes de mayo viene
cargado en nuestras comunidades parroquiales con un sin fin de tareas que nos
tienen siempre bastante ocupados y “entretenidos”. No son sólo las primeras
comuniones, sino las bodas, las confirmaciones, las reuniones de preparación de
otra infinidad de acciones, proyectos de cara al verano, la inminente celebración
del Corpus, … y, cuando nos queramos dar cuenta, estamos casi metidos en el
verano. Y la vida sigue, … con muchas más cosas que hacer.
He tenido este año la
suerte de poder estar en mi pueblo celebrando un día y medio de las fiestas de la Santa Cruz. Otra cosa más que
vivir y que compartir con los demás. No pude los dos años anteriores, pero Dios
ha querido que este año sí las viviera y disfrutara con mis paisanos, mi
familia y mis amigos. ¡Qué bien me lo he pasado!, y ¡Qué buena afonía me
traje!, pero he hablado y reído como hacía tiempo que no lo hacía.
Pero la
Santa Cruz , la Cruz bendita como nosotros la
llamamos, tiene en Don Álvaro, en mi pueblo, un sabor y una forma de celebrar
que es bastante peculiar. Creo que, al menos por lo que conozco de otras
realidades, cada lugar tiene su forma de celebrarla y vivirla, … pero, con la
humildad por delante, en mi pueblo se vive y se celebra de forma única. No hay
procesión de cruces, ni se hacen cruces adornadas de múltiples formas, … en Don
Álvaro sólo hay una cruz: pequeña, sencilla, rodeada de flores que nos anuncia
que nos encontramos en el tiempo pascual, en la primavera de la fe que es
Cristo Resucitado, con unas pequeñas campanitas que penden de ella, … no deben
existir otras cruces que anulen esta, … porque en ella estamos todos acogidos;
es una cruz que en fechas anteriores sale de la Iglesia y toma posesión de
la casa del mayordomo, y con ella, tomamos posesión de esa casa todos los
hermanos para ir a rezar un rato, para sentirnos acogidos por la familia que se
pone a disposición y al servicio de todos. De nuevo este año eran Beba y Charli
los que nos abrían sus puertas, y a los que hay que estar agradecidos, aunque
se que para ellos esto es un regalo.
Yo la quiero sentir como
una cruz encarnada en medio de mi pueblo; una cruz cercana a nuestras alegrías
y a nuestras tristezas; una cruz familiar que nos invita a compartir la fe con
la familia, con los amigos, …; una cruz pascual que nos llena de alegría y de
esperanza; una cruz, en torno a la cual, todos nos sentimos iguales, desde los
más pequeños, los jóvenes, hasta los mayores; …
He tenido el honor de
concelebrar la Eucaristía
con D. Casto, el párroco de mipueblo, y acoger de él la invitación a saber que
Cristo amó y nos sigue amando desde ella, y nos invita ser testigos de su amor
en nuestras realidades. Viví la procesión a mi manera, … ¡lo reconozco!, a mí
manera, … visitando a ciertas personas, compartiendo amistad y palabras con
otras, emocionándome cuando la
Cruz bendita para en la casa de alguna persona mayor o
enfermo y ver las lágrimas de ellos y de sus familias que también son las mías;
de tomarme alguna cervecita en la puerta de la casa del mayordomo y ver otro
año más cómo nos alegramos y abrazamos en la subasta, y lágrimas a los ojos que
no se pueden retener ( en este momento yo siempre me acuerdo de los que ya no
están) y la gente joven que se suma y que aguantan hasta el final; estar un
rato bueno en el baile, disfrutar de los fuegos artificiales, … esa tómbola y
los puntos que siempre se quedan en el bolsillo de la chaqueta de algún
familiar, …
Y quiero transcribir lo
que el Papa Francisco ha dicho hace unos días en Roma. Este buen hombre sabe a
pueblo, a fe, a tradición y a compromiso evangélico: «Queridas hermandades, la piedad popular, de la que sois una
manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia. Acudid
siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación
espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los
siglos, las hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido
con sencillez una relación intensa con el Señor».
Pues
nada, a seguir celebrando lo más sencillo de nuestra fe, encarnándola en nuestra
realidad. Y que la Santa Cruz
sea el signo de nuestra vida cristiana.