viernes, 10 de mayo de 2013

LA CRUZ BENDITA EN MI PUEBLO


El mes de mayo viene cargado en nuestras comunidades parroquiales con un sin fin de tareas que nos tienen siempre bastante ocupados y “entretenidos”. No son sólo las primeras comuniones, sino las bodas, las confirmaciones, las reuniones de preparación de otra infinidad de acciones, proyectos de cara al verano, la inminente celebración del Corpus, … y, cuando nos queramos dar cuenta, estamos casi metidos en el verano. Y la vida sigue, … con muchas más cosas que hacer.

He tenido este año la suerte de poder estar en mi pueblo celebrando un día y medio de las fiestas de la Santa Cruz. Otra cosa más que vivir y que compartir con los demás. No pude los dos años anteriores, pero Dios ha querido que este año sí las viviera y disfrutara con mis paisanos, mi familia y mis amigos. ¡Qué bien me lo he pasado!, y ¡Qué buena afonía me traje!, pero he hablado y reído como hacía tiempo que no lo hacía.

Pero la Santa Cruz, la Cruz bendita como nosotros la llamamos, tiene en Don Álvaro, en mi pueblo, un sabor y una forma de celebrar que es bastante peculiar. Creo que, al menos por lo que conozco de otras realidades, cada lugar tiene su forma de celebrarla y vivirla, … pero, con la humildad por delante, en mi pueblo se vive y se celebra de forma única. No hay procesión de cruces, ni se hacen cruces adornadas de múltiples formas, … en Don Álvaro sólo hay una cruz: pequeña, sencilla, rodeada de flores que nos anuncia que nos encontramos en el tiempo pascual, en la primavera de la fe que es Cristo Resucitado, con unas pequeñas campanitas que penden de ella, … no deben existir otras cruces que anulen esta, … porque en ella estamos todos acogidos; es una cruz que en fechas anteriores sale de la Iglesia y toma posesión de la casa del mayordomo, y con ella, tomamos posesión de esa casa todos los hermanos para ir a rezar un rato, para sentirnos acogidos por la familia que se pone a disposición y al servicio de todos. De nuevo este año eran Beba y Charli los que nos abrían sus puertas, y a los que hay que estar agradecidos, aunque se que para ellos esto es un regalo.

Yo la quiero sentir como una cruz encarnada en medio de mi pueblo; una cruz cercana a nuestras alegrías y a nuestras tristezas; una cruz familiar que nos invita a compartir la fe con la familia, con los amigos, …; una cruz pascual que nos llena de alegría y de esperanza; una cruz, en torno a la cual, todos nos sentimos iguales, desde los más pequeños, los jóvenes, hasta los mayores; …

He tenido el honor de concelebrar la Eucaristía con D. Casto, el párroco de mipueblo, y acoger de él la invitación a saber que Cristo amó y nos sigue amando desde ella, y nos invita ser testigos de su amor en nuestras realidades. Viví la procesión a mi manera, … ¡lo reconozco!, a mí manera, … visitando a ciertas personas, compartiendo amistad y palabras con otras, emocionándome cuando la Cruz bendita para en la casa de alguna persona mayor o enfermo y ver las lágrimas de ellos y de sus familias que también son las mías; de tomarme alguna cervecita en la puerta de la casa del mayordomo y ver otro año más cómo nos alegramos y abrazamos en la subasta, y lágrimas a los ojos que no se pueden retener ( en este momento yo siempre me acuerdo de los que ya no están) y la gente joven que se suma y que aguantan hasta el final; estar un rato bueno en el baile, disfrutar de los fuegos artificiales, … esa tómbola y los puntos que siempre se quedan en el bolsillo de la chaqueta de algún familiar, …

 La Cruz en mi pueblo es especial. Y yo quiero que siga siendo así. Una fiesta de fe y de encuentro con los demás; una fiesta de puertas abiertas con una cruz sembrada en el corazón de un pueblo; una fiesta de trabajo gratuito en los fieles jurados y mayordomos; una fiesta de todos y para todos; … yo conozco y quiero más a la gente de mi pueblo cuanto más me acerco a lo que vivimos y sentimos siempre que la Cruz bendita toca nuestras vidas.

Y quiero transcribir lo que el Papa Francisco ha dicho hace unos días en Roma. Este buen hombre sabe a pueblo, a fe, a tradición y a compromiso evangélico: «Queridas hermandades, la piedad popular, de la que sois una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia. Acudid siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos, las hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor».

Pues nada, a seguir celebrando lo más sencillo de nuestra fe, encarnándola en nuestra realidad. Y que la Santa Cruz sea el signo de nuestra vida cristiana.