miércoles, 17 de junio de 2020


ATENCIÓN A LO INTERIOR

Queridos feligreses y amigos:
Muy buenos días. Caminamos en esta semana acompañados por la presencia de la Palabra de Dios. Ella es la norma de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. ¡Escuchemos hoy a Jesús!

Los evangelistas tienen razón al advertir, más de una vez, que los oyentes de Jesús se quedaban desconcertados por su forma de enseñar, tan diferente de la de los escribas. ¿Qué es lo que quería Jesús? Quería vivir la voluntad del Padre y así lo cumple hasta la misma Cruz. No se trata de cumplir leyes y normas para “ser muy religioso”, sino de que vivas según la voluntad de Dios; es decir, dejar a Dios ser el Dios de tu vida. Jesús, con su enseñanza, nos pone delante de Dios y, en ese estar cara a cara, quedarán al descubierto las intenciones de nuestro corazón.

En su enseñanza, Jesús va a seguir exponiendo la importancia y el alcance de la nueva ley evangélica del Reino de Dios. En muchas ocasiones nos quedamos únicamente en la letra, en lo mínimo, y pasamos como simples cumplidores de lo escrito. Pero no acontece la transformación en nuestra vida cristiana. No se trata de practicar el bien para ser vistos por los otros. Jesús critica los que practican las buenas obras sólo para ser vistos por los hombres (Mt 6,1); y pide apoyar la seguridad interior en aquello que hacemos por Dios y por los demás.

Hoy nos está diciendo que en nuestra vida tenemos que actuar para agradar a Dios sin la búsqueda del aplauso. Jesús refiere sus palabras a tres prácticas piadosas que se realizaban en su tiempo y también en el nuestro: la oración, la limosna y el ayuno. Y nos dirá: “Dios que ve en lo secreto, te lo recompensará”. Estos ejemplos que Jesús presenta son la antesala de las actitudes interiores que deben mover la vida creyente: la sinceridad o la falsedad ante Dios y ante los otros. Es un nuevo camino que aquí se abre de acceso al corazón de Dios Padre. Jesús no permite que la práctica de la justicia y de la piedad se use como medio de promocionarse ante Dios y ante la comunidad. Si el corazón no está en lo importante y necesario, se manifiesta en otras actitudes: deseos de aparentar y de estar en medio de la sociedad, aunque sea defendiéndonos, para que nos vean.

Dar la limosna es una manera de vivir y realizar el compartir tan recomendado por los primeros cristianos (Hec 2,44-45; 4,32-35). Hoy, tanto en la sociedad como en la Iglesia, hay personas que hacen muchísimo bien a los demás, sin ser notados, viviendo grandes dosis de gratuidad y de entrega; poniendo sus vidas y sus bienes al servicio de los más pobres. Es la entrega total en la gratuidad del amor, que cree en Dios Padre, y lo hace fecundo en todo lo que hace.

La vida de oración sitúa a la persona en relación directa con Dios. Algunos fariseos transformaban la oración en una ocasión para aparecer y exhibirse ante los demás. En aquel tiempo, cuando tocaba la trompeta en los tres momentos de la oración: mañana, mediodía y tarde, ellos debían pararse en el lugar donde estaban para hacer sus oraciones. Había gente que procuraba estar en las esquinas y en lugares públicos, para que todos pudiesen ver cómo rezaban. Ahora bien, una actitud así, pervierte nuestra relación con Dios. Es falsa y sin sentido. Por esto, Jesús dice que es mejor encerrarse en un cuarto y rezar en secreto, preservando la autenticidad de la relación.

Y lo mismo ocurría con el ayuno. Su práctica iba acompañada de algunos gestos exteriores visibles: no lavarse la cara ni peinarse, usar ropa de color oscuro. Jesús critica esta manera de actuar y manda hacer lo contrario, para que nadie consiga percibir que estás ayunando. Y así el Padre que ve en lo secreto recompensará.

Nunca podemos ser actores de cara a la galería para ser vistos o aplaudidos. “Lo que de tu mano derecha que no lo sepa tu izquierda”; “entra en tu cuarto y cierra la puerta y tu Padre que ve en lo escondido te escuchará”; “lávate la cara para que tu ayuno lo note Dios”. Son sencillos exponentes del lugar en el que Cristo pone el corazón y la vida. Lo que da valor a estas prácticas cristianas son la rectitud, la generosidad, la intercesión, la gratuidad ante Dios y ante el hermano. La vida cristiana no busca la aprobación, porque se sustenta en el amor desinteresado y aquí encuentra su verdadera valía.

Jesús vuelve a incidir más en la intención que en la misma acción. Debemos vivir desde la fe y esta actúa por la caridad. Tanto en la oración, en la limosna como en el ayuno, la fe da el sentido del porqué de las acciones: rezamos fielmente a Dios e intercedemos por los demás, tanto en la oración como en la entrega de los bienes a los más necesitados y vulnerables de  nuestra sociedad. Y desde esta forma de vivir, buscamos a Dios “en espíritu y en verdad”: cumplidores de su voluntad y servidores alegres del Reino en nuestros días. Dios no se conforma con palabras y apariencias, sino que busca y mira el interior, nuestro interior.

¡Feliz día! Adéntrate en el sentido profundo de esta enseñanza de Jesús y da gracias por lo descubierto en tu vida. Mis bendiciones y cientos de saludos a raudales.