martes, 16 de junio de 2020


¿MADERA DE SANTOS? … ¡PUES SÍ!

Queridos feligreses y amigos:
Muy buenos días. Caminamos juntos hacia el final de este tiempo del estado de alarma. Ojalá que para bien de todos. No olvidemos ser agradecidos con los que nos han cuidado y siguen haciéndolo, además de vivir la responsabilidad hacia todos. ¡El virus no está vencido! No le demos alas de vuelo rápido, y llegada exprés, para seguir haciendo daño. ¡Lo paramos entre todos!

Con este pasaje del evangelio de San Mateo proclamado en la liturgia de hoy llegamos a la cumbre del mensaje del monte de las Bienaventuranzas, donde Jesús mostró la Ley del Reino de Dios, y cuyo ideal se resume en la frase del final: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). La Ley de Moisés era el tesoro más grande y sagrado que tenían los israelitas y que constituía la fuente de su identidad. Jesús ha estado constantemente diciendo “sabéis que se dijo, pero yo os digo”. Está presentando la nueva ley evangélica que está por encima de cualquier ley de justicia, por muy escrita que estuviera. En algún momento llegó a decirle a sus oyentes que Moisés lo dejó escrito por su dureza de corazón, por eso su enseñanza viene a “dar plenitud a la ley y a los profetas”.

“Sabéis que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Esta frase presenta la mentalidad con la cual los escribas explicaban la ley. Era una norma  que nacía de las divisiones entre judíos y no judíos, entre prójimo y no prójimo, entre puro e impuro. Muchas de estas decisiones surgían de divisiones interesadas. “Amar al prójimo” es una norma que está escrita en el libro del Levítico (19,18) y hace referencia directa al pariente, al familiar, al vecino, al mismo israelita creyente. Quien no pertenecía al pueblo elegido era un extraño, un forastero; desconocían a su Dios y por lo tanto podía suponer una amenaza; considerados “enemigos” a quienes no había que amar.

Jesús rompe con la tradición y la enseñanza de aquellos escribas y maestros de la ley. Va mucho más allá: “Yo en cambio os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. Este paso hacia delante de Jesús supone un salto de vértigo. Jesús amplió el concepto de prójimo a toda persona sin distinción y amplió el concepto de perdón hasta setenta veces siete; ahora establece el precepto de amar incluso al enemigo. Para el que ama de verdad, nos dirá Jesús, no hay más que hermanos, hijos de un mismo Padre y constructores de una nueva humanidad.

Por lo tanto, "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (5,48). Aquí está la clave de la ley evangélica, la nueva justicia del Reino de Dios. Una santidad que pone los cimientos en el amor y en la absoluta fidelidad de Dios con cada uno de nosotros, y la que le debemos a Él.

Nos podemos preguntar: ¿ es viable y posible amar hoy al enemigo?  Si lo miramos según las claves de nuestra realidad o lo que acontece a nuestro alrededor podríamos decir que se quedaría como consigna de grandes soñadores. Amar a quien no te quiere, a quien te insulta e injuria públicamente, a quien se ríe de tu persona, a quien te hace daño con desprecios y falsos testimonios, a quien no tiene en cuenta tus aportaciones, a quien trepa a costa tuya y después te ridiculiza, … ¡complicado lo tenemos! ¡No somos ni ángeles ni tontos! Personalmente creo que esto es casi imposible. Lo oímos muchas veces y en gente muy buena: “yo perdono, pero me es imposible olvidar y menos aún seguir queriéndole”. ¡Esta es la realidad cotidiana en nuestras relaciones personales!

Jesús sabe de qué madera estamos hechos. Él acerca a nuestras vidas su ejemplo, todo su ser. Murió pidiendo el perdón para los que le ajusticiaron. Muchísimos cristianos han entregado su vida perdonando de verdad y de corazón a los que los martirizaron o maltrataron. ¿Madera de santos?, ¡Pues sí!. Es un precioso espejo donde mirar nuestras actitudes y valores para ser testigos creíbles del Reino de Dios. Jesús vivió un amor real, no de cuentos de hadas, llevado hasta el final como fidelidad de vida: hacer el bien al enemigo, rezar por los que lo persiguieron, respetar a todos sin mirar religión o estatus social, acercarse a los indeseables de las cunetas de los caminos, sanar misericordiosamente la enfermedad y tocar compasivamente al enfermo, … El Evangelio es un proyecto de vida para ser fieles hijos de Dios Padre.

Aquellas primeras comunidades aprendían las palabras de Jesús en labios de los apóstoles, hoy de San Mateo, para vivir este proyecto en medio de sus vidas y de sus contrariedades. ¡Testigos de la fe, de la verdad de Jesús y de la vida entregada!

Podemos terminar con una sencilla oración. “Líbranos, Señor, de un amor calculador e interesado para que seamos capaces de darnos a fondo perdido. Y fecunda con tu Palabra y con tu gracia nuestra debilidad y que se manifieste tu Reino en nuestro mundo”.

¡Feliz martes! Y hasta mañana. Os deseo mis mejores saludos y os entrego otra bonita bendición de Dios.