DINAMISMO PROGRESIVO
DEL AMOR
Queridos feligreses y amigos:
Ayer comenzábamos en la Capilla de las Hermanas
Concepcionistas la novena en honor al “Sagrado Corazón de Jesús” al no estar
aún celebrando a diario en la Parroquia. Estos días de oración nos acercan a la
Solemnidad del “Corpus Christi” y nos siguen acompañando hasta el día de su
fiesta. Son días de profundidad de vida cristiana. Nosotros seguimos viviendo
la escucha orante de la Palabra de Dios que tanto bien nos está haciendo.
¡Feliz viernes!
En el Sermón de la Montaña que seguimos leyendo en el
evangelio de san Mateo, Jesús continúa educando la vida de aquellas personas, y
también la nuestra, en lo que significa “dar plenitud a la ley y a los profetas”.
Lo hará presentando varias antítesis concretas y descendiendo a realidades
significativas en la vida. Ayer lo veíamos en la primera de ellas:”¡No matarás!”;
hoy Jesús habla de la segunda y de la tercera: “el adulterio y el divorcio”.
En el evangelio de hoy (Mt 5, 27-32), Jesús mira de cerca la relación de mujer y hombre, en
el matrimonio, siendo la base fundamental de la convivencia en familia. Había
un mandamiento que decía: “No cometerás
adulterio”; y otro que decía: “El que
repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio”. Jesús retoma los dos y les
da un nuevo sentido; y va más allá de la letra y dice: “Todo el que repudia a su mujer,
excepto en caso de infidelidad, la hace ser adúltera; y el que se case con una
repudiada, comete adulterio”. El objetivo del mandamiento es la fidelidad
mutua entre el hombre y la mujer que asumen al vivir juntos como casados. Y
esta fidelidad sólo será completa, si los dos saben mantener la fidelidad mutua
hasta en el pensamiento y en el deseo; y si saben llegar a una total
transparencia entre sí.
Jesús afirma la plena fidelidad del amor dentro del matrimonio
cuando habla y hace referencia al divorcio. Los maestros judíos de su época
separaban la intención de la acción. Podías tener la intención de hacer algo,
pero no incurrías en delito porque no lo cometías después. Jesús interioriza la
ley e iguala intención o deseo con la acción concreta, porque las dos manchan
el corazón de la persona. Y este radicalismo en su enseñanza queda presente en
las afirmaciones de “ojos arrancados o
manos cortadas” como cómplices del corazón humano.
En aquella época patriarcal, Jesús devuelve la dignidad a
la mujer al hablar del tema del matrimonio y afirma su indisolubilidad para que
el hombre no se crea dueño absoluto de la mujer entregando un acta de libelo o
de repudio para quedar libre y poder casarse con otra mujer dejando a la
primera. Jesús se adentra mucho más en el sentido, en el espíritu de la norma,
que debe estar animado por el amor para dar plenitud a la ley, que en la
casuística propia, que tantas veces buscará interpretaciones de tolerancia y de
beneficio para el hombre.
Nuestra vida, animada por la fe debe ser una respuesta
personal a la presencia amorosa de Dios en su Hijo Jesús. El seguimiento del
evangelio no se ata a un código de normas sino a la plenitud del amor en la
vida; y desde ahí vivir las normas o preceptos situando en el centro a Dios y a
las personas. Tendrán más fuerza las actitudes interiores y la opción
fundamental por Dios y por el Reino que los mismos actos externos, aunque no
podremos descuidarlos queriendo vivir y hacer una religión a nuestra imagen y
semejanza, una religión a la carta.
Jesús nos ha liberado para vivir en la libertad y ser agradecidos a la fidelidad y al amor de
Dios. Esta libertad de Jesús es para amar más y mejor. La verdadera libertad
cristiana es la que ama a Dios y a los hermanos queriendo vivir la voluntad de
Dios. El que ama no lo hace por una ley o una carga pesada ni por una
obligación, sino que responde, en pura gratuidad, a todo cuanto Dios ha sembrado
ya en su vida.
Tenemos que tener cuidado con los mínimos: “yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie”.
Este límite no asegura que ames de verdad a los demás. Tus acciones no hacen
ese mal, pero ¿dónde está tu corazón?;
¿dónde está la intención interior en tu vida? Por eso, el cristiano que ama de
verdad no se limita al mínimo indispensable para cumplir los mandamientos.
Ponemos la grandeza de la vida en la fidelidad a Dios, aceptando su amor
derramado en nosotros.
El ideal último es éste: “Ser perfecto como el padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Este
ideal vale para todos los mandamientos revisados por Jesús. En la relectura del
mandamiento: “No cometer adulterio” este ideal se traduce en una total
transparencia y honestidad entre marido y mujer. Lo que importa es mantenerse
en camino. Y al mismo tiempo, como Jesús, debemos saber aceptar a las personas
con la misma misericordia con que él las aceptaba y las orientaba para este
ideal. Jesús responde a las normas desde la ley interior de la Gracia, del amor
del Padre.
¡Feliz día! Recibid mis bendiciones y un virtual abrazo; …
saludos a raudales, …