viernes, 12 de junio de 2020


DINAMISMO PROGRESIVO DEL AMOR

Queridos feligreses y amigos:
Ayer comenzábamos en la Capilla de las Hermanas Concepcionistas la novena en honor al “Sagrado Corazón de Jesús” al no estar aún celebrando a diario en la Parroquia. Estos días de oración nos acercan a la Solemnidad del “Corpus Christi” y nos siguen acompañando hasta el día de su fiesta. Son días de profundidad de vida cristiana. Nosotros seguimos viviendo la escucha orante de la Palabra de Dios que tanto bien nos está haciendo. ¡Feliz viernes!

En el Sermón de la Montaña que seguimos leyendo en el evangelio de san Mateo, Jesús continúa educando la vida de aquellas personas, y también la nuestra, en lo que significa “dar plenitud a la ley y a los profetas”. Lo hará presentando varias antítesis concretas y descendiendo a realidades significativas en la vida. Ayer lo veíamos en la primera de ellas:”¡No matarás!”; hoy Jesús habla de la segunda y de la tercera: “el adulterio y el divorcio”.

En el evangelio de hoy (Mt 5, 27-32), Jesús mira de cerca la relación de mujer y hombre, en el matrimonio, siendo la base fundamental de la convivencia en familia. Había un mandamiento que decía: “No cometerás adulterio”; y otro que decía: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio”. Jesús retoma los dos y les da un nuevo sentido; y va más allá de la letra y dice: “Todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de infidelidad, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio”. El objetivo del mandamiento es la fidelidad mutua entre el hombre y la mujer que asumen al vivir juntos como casados. Y esta fidelidad sólo será completa, si los dos saben mantener la fidelidad mutua hasta en el pensamiento y en el deseo; y si saben llegar a una total transparencia entre sí.

Jesús afirma la plena fidelidad del amor dentro del matrimonio cuando habla y hace referencia al divorcio. Los maestros judíos de su época separaban la intención de la acción. Podías tener la intención de hacer algo, pero no incurrías en delito porque no lo cometías después. Jesús interioriza la ley e iguala intención o deseo con la acción concreta, porque las dos manchan el corazón de la persona. Y este radicalismo en su enseñanza queda presente en las afirmaciones de “ojos arrancados o manos cortadas” como cómplices del corazón humano.

En aquella época patriarcal, Jesús devuelve la dignidad a la mujer al hablar del tema del matrimonio y afirma su indisolubilidad para que el hombre no se crea dueño absoluto de la mujer entregando un acta de libelo o de repudio para quedar libre y poder casarse con otra mujer dejando a la primera. Jesús se adentra mucho más en el sentido, en el espíritu de la norma, que debe estar animado por el amor para dar plenitud a la ley, que en la casuística propia, que tantas veces buscará interpretaciones de tolerancia y de beneficio para el hombre.

Nuestra vida, animada por la fe debe ser una respuesta personal a la presencia amorosa de Dios en su Hijo Jesús. El seguimiento del evangelio no se ata a un código de normas sino a la plenitud del amor en la vida; y desde ahí vivir las normas o preceptos situando en el centro a Dios y a las personas. Tendrán más fuerza las actitudes interiores y la opción fundamental por Dios y por el Reino que los mismos actos externos, aunque no podremos descuidarlos queriendo vivir y hacer una religión a nuestra imagen y semejanza, una religión a la carta.

Jesús nos ha liberado para vivir en la libertad  y ser agradecidos a la fidelidad y al amor de Dios. Esta libertad de Jesús es para amar más y mejor. La verdadera libertad cristiana es la que ama a Dios y a los hermanos queriendo vivir la voluntad de Dios. El que ama no lo hace por una ley o una carga pesada ni por una obligación, sino que responde, en pura gratuidad, a todo cuanto Dios ha sembrado ya en su vida.

Tenemos que tener cuidado con los mínimos: “yo no robo, ni mato, ni hago mal a nadie”. Este límite no asegura que ames de verdad a los demás. Tus acciones no hacen ese mal,  pero ¿dónde está tu corazón?; ¿dónde está la intención interior en tu vida? Por eso, el cristiano que ama de verdad no se limita al mínimo indispensable para cumplir los mandamientos. Ponemos la grandeza de la vida en la fidelidad a Dios, aceptando su amor derramado en nosotros.

El ideal último es éste: “Ser perfecto como el padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Este ideal vale para todos los mandamientos revisados por Jesús. En la relectura del mandamiento: “No cometer adulterio” este ideal se traduce en una total transparencia y honestidad entre marido y mujer. Lo que importa es mantenerse en camino. Y al mismo tiempo, como Jesús, debemos saber aceptar a las personas con la misma misericordia con que él las aceptaba y las orientaba para este ideal. Jesús responde a las normas desde la ley interior de la Gracia, del amor del Padre.

¡Feliz día! Recibid mis bendiciones y un virtual abrazo; … saludos a raudales, …