SAN ANTONIO DE
PADUA: “ARCA DEL TESTAMENTO”
¡Feliz sábado y vísperas del Corpus Christi! Vivamos con
alegría este día y preparemos nuestra vida para la Solemnidad del Corpus y día
de la Caridad en la Iglesia que celebraremos mañana domingo. Nosotros seguimos
celebrando los días de oración en honor al Sagrado Corazón de Jesús que también
nos preparan para esta importante y necesaria solemnidad de la Iglesia.
El leccionario de hoy sábado es especial porque estamos
celebrando la memoria de San Antonio de Padua y para nuestra comunidad de
Hermanas Concepcionistas Franciscanas es memoria obligatoria. A mi me trae
grandes y buenos recuerdos esta celebración. En mis años en Magacela solía
celebrar la Eucaristía dos días a la semana en la pequeña ermita de San Antonio situada en la parte
alta y antigua del pueblo; además de mantener durante siete años en la misma ermita una sencilla
escuela de oración todas las tardes de los jueves. Un espacio muy recogido,
pequeño y sencillo pero de un valor testimonial y de fe muy grande. ¡Qué bien
se celebraba y se estaba allí!.
Llegué a Jerez de los Caballeros y lo primero
que me encuentro es la pequeña ermita de San Antoñito, como allí se le conoce,
en una de las antiguas puertas de entrada a la Villa. Siempre con sus velas
encendidas y con oraciones prendidas de aquella reja ante la pequeña imagen de
San Antonio. Aquí en Villanueva de la Serena tenemos su imagen en uno de los
retablos laterales del templo y aúna la fe y la devoción de un grupo de
personas de la Parroquia; además de la presencia en la Capilla de las Hermanas
Concepcionistas. Es un santo franciscano muy querido y con mucha devoción en
nuestra región extremeña.
Hemos proclamado esta mañana el evangelio de San Marcos (16,15-20). Es el pasaje correspondiente
al día de la Ascensión, cuando Jesús envía a los suyos para anunciar el
evangelio. En los tres sinópticos aparece este pasaje con características
similares. En uno se les llama discípulos, en otros testigos y en Marcos se les
envía para anunciar el evangelio. Pero en todos los evangelios ellos van a la
misión encomendada y “el Señor actuaba con ellos y confirmaba la
Palabra con los signos que los acompañaban”. Aquellas personas se
convirtieron en testigos del Reino de Dios que se abría paso en el corazón de
la historia y del mundo.
Alrededor del año 1195 nace un niño en Lisboa al que
ponen de nombre Fernando, hijo de una familia noble de caballeros portugueses.
Recibió su primera formación en la escuela catedralicia de Lisboa para pasar
después, siendo aún muy joven, al monasterio de los canónigos regulares de San
Agustín, cerca de Lisboa. Su familia y amigos intentaron que desistiera de su
vocación religiosa, pero acabó marchando al Monasterio de la Santa Cruz de
Coimbra donde profundizó en el aprendizaje de la Sagrada Escritura y de la
Teología, aprovechando el tiempo y sus cualidades para el estudio. En esta
ciudad conoció hacia el 1219 la pequeña comunidad francisca que allí se
encontraba. En 1220 tomó el hábito franciscano cambiando su nombre por el de
Antonio, motivado por la vida fraterna y acogido al ideal evangélico y de
pobreza de esta nueva orden; y muy motivado por llegar a este
pequeño monasterio de Coimbra los restos de los primeros mártires franciscanos,
muertos en Marrakech.
Tras un breve noviciado, e impulsado por el ejemplo de
los mártires franciscanos, se embarcó hacia Marruecos. Sin embargo, al poco de
desembarcar contrajo la malaria, enfermedad que le dejaría secuelas para toda
la vida; convaleciente todo el invierno, se vio obligado a abandonar el país.
Al volver, una tempestad llevó el barco en que viajaba hasta Sicilia. En junio
de 1221 asistió al capítulo de su orden en Asís ("capítulo de las Esteras",
por la gran cantidad de franciscanos que participaron y tenían que dormir en el
suelo sobre esteras). Conoció personalmente a San Francisco de Asís.
Su provincial le nombró predicador y le encargó ejercer
su ministerio por todo el norte de Italia, combatiendo especialmente la herejía.
Debido a su buena formación recorrió infinidad de lugares, predicando,
enseñando a muchos, hasta que llegó a ser el primer maestro de la orden
franciscana. Recorrió todo el sur de Francia y el norte de Italia en una labor
catequética incansable. También por entonces debió estar durante estancias
largas en Padua, donde fundó una escuela de franciscanos y comenzó a escribir
una serie de sermones. Fruto de su labor fue el aumento de las misiones de
predicación y la fundación de numerosos conventos. Falleció el año 1231 en la
ciudad de Padua. El mismo Papa Gregorio IX lo llamó “Arca del Testamento”.
San Antonio de Padua fue testigo de Jesucristo al que se
consagró por entero en su vida y en la misión de llevar el Evangelio donde le
suscitara el Espíritu. Enamorado de las Sagradas Escrituras, desde un espíritu
creativo con la palabra y la enseñanza, no perdió tiempo en acercarlas al
pueblo con un lenguaje sencillo; y a los ambientes más elevados de la misma
Iglesia con sus predicaciones y exhortaciones. Un hombre fiel al servicio de
los demás, de sus hermanos y de toda la humanidad.
Nos quedamos con un fragmento de uno de sus sermones
aplicables a cualquier cristiano de cualquier tiempo y lugar: “El que está lleno del Espíritu Santo habla
diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de
Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia,
que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas
en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras.
Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen.Estamos repletos
de palabras, pero vacíos de obras.” (Sermones I, 226).
Ya sabemos algo más de este gran santo. No olvidemos
recordar hoy a la Virgen María. Nos veremos en las celebraciones de la
Eucaristía de este domingo. Mis bendiciones, … mis saludos a raudales.