sábado, 13 de junio de 2020


SAN ANTONIO DE PADUA: “ARCA DEL TESTAMENTO”

Queridos feligreses y amigos:
¡Feliz sábado y vísperas del Corpus Christi! Vivamos con alegría este día y preparemos nuestra vida para la Solemnidad del Corpus y día de la Caridad en la Iglesia que celebraremos mañana domingo. Nosotros seguimos celebrando los días de oración en honor al Sagrado Corazón de Jesús que también nos preparan para esta importante y necesaria solemnidad de la Iglesia.

El leccionario de hoy sábado es especial porque estamos celebrando la memoria de San Antonio de Padua y para nuestra comunidad de Hermanas Concepcionistas Franciscanas es memoria obligatoria. A mi me trae grandes y buenos recuerdos esta celebración. En mis años en Magacela solía celebrar la Eucaristía dos días a la semana en la pequeña ermita de San Antonio situada en la parte alta y antigua del pueblo; además de mantener durante siete años en la misma ermita una sencilla escuela de oración todas las tardes de los jueves. Un espacio muy recogido, pequeño y sencillo pero de un valor testimonial y de fe muy grande. ¡Qué bien se celebraba y se estaba allí!. 

Llegué a Jerez de los Caballeros y lo primero que me encuentro es la pequeña ermita de San Antoñito, como allí se le conoce, en una de las antiguas puertas de entrada a la Villa. Siempre con sus velas encendidas y con oraciones prendidas de aquella reja ante la pequeña imagen de San Antonio. Aquí en Villanueva de la Serena tenemos su imagen en uno de los retablos laterales del templo y aúna la fe y la devoción de un grupo de personas de la Parroquia; además de la presencia en la Capilla de las Hermanas Concepcionistas. Es un santo franciscano muy querido y con mucha devoción en nuestra región extremeña.

Hemos proclamado esta mañana el evangelio de San Marcos (16,15-20). Es el pasaje correspondiente al día de la Ascensión, cuando Jesús envía a los suyos para anunciar el evangelio. En los tres sinópticos aparece este pasaje con características similares. En uno se les llama discípulos, en otros testigos y en Marcos se les envía para anunciar el evangelio. Pero en todos los evangelios ellos van a la misión encomendada y “el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban”. Aquellas personas se convirtieron en testigos del Reino de Dios que se abría paso en el corazón de la historia y del mundo.

Alrededor del año 1195 nace un niño en Lisboa al que ponen de nombre Fernando, hijo de una familia noble de caballeros portugueses. Recibió su primera formación en la escuela catedralicia de Lisboa para pasar después, siendo aún muy joven, al monasterio de los canónigos regulares de San Agustín, cerca de Lisboa. Su familia y amigos intentaron que desistiera de su vocación religiosa, pero acabó marchando al Monasterio de la Santa Cruz de Coimbra donde profundizó en el aprendizaje de la Sagrada Escritura y de la Teología, aprovechando el tiempo y sus cualidades para el estudio. En esta ciudad conoció hacia el 1219 la pequeña comunidad francisca que allí se encontraba. En 1220 tomó el hábito franciscano cambiando su nombre por el de Antonio, motivado por la vida fraterna y acogido al ideal evangélico y de pobreza de esta nueva orden; y muy motivado por llegar a este pequeño monasterio de Coimbra los restos de los primeros mártires franciscanos, muertos en Marrakech.

Tras un breve noviciado, e impulsado por el ejemplo de los mártires franciscanos, se embarcó hacia Marruecos. Sin embargo, al poco de desembarcar contrajo la malaria, enfermedad que le dejaría secuelas para toda la vida; convaleciente todo el invierno, se vio obligado a abandonar el país. Al volver, una tempestad llevó el barco en que viajaba hasta Sicilia. En junio de 1221 asistió al capítulo de su orden en Asís ("capítulo de las Esteras", por la gran cantidad de franciscanos que participaron y tenían que dormir en el suelo sobre esteras). Conoció personalmente a San Francisco de Asís.

Su provincial le nombró predicador y le encargó ejercer su ministerio por todo el norte de Italia, combatiendo especialmente la herejía. Debido a su buena formación recorrió infinidad de lugares, predicando, enseñando a muchos, hasta que llegó a ser el primer maestro de la orden franciscana. Recorrió todo el sur de Francia y el norte de Italia en una labor catequética incansable. También por entonces debió estar durante estancias largas en Padua, donde fundó una escuela de franciscanos y comenzó a escribir una serie de sermones. Fruto de su labor fue el aumento de las misiones de predicación y la fundación de numerosos conventos. Falleció el año 1231 en la ciudad de Padua. El mismo Papa Gregorio IX lo llamó “Arca del Testamento”.

San Antonio de Padua fue testigo de Jesucristo al que se consagró por entero en su vida y en la misión de llevar el Evangelio donde le suscitara el Espíritu. Enamorado de las Sagradas Escrituras, desde un espíritu creativo con la palabra y la enseñanza, no perdió tiempo en acercarlas al pueblo con un lenguaje sencillo; y a los ambientes más elevados de la misma Iglesia con sus predicaciones y exhortaciones. Un hombre fiel al servicio de los demás, de sus hermanos y de toda la humanidad.

Nos quedamos con un fragmento de uno de sus sermones aplicables a cualquier cristiano de cualquier tiempo y lugar: “El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen.Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras.” (Sermones I, 226).

Ya sabemos algo más de este gran santo. No olvidemos recordar hoy a la Virgen María. Nos veremos en las celebraciones de la Eucaristía de este domingo. Mis bendiciones, … mis saludos a raudales.