miércoles, 10 de junio de 2020


HE VENIDO A DAR PLENITUD

Queridos feligreses y amigos:
¡Feliz día! Vamos a seguir escuchando y orando desde la Palabra de Dios para que de sentido a nuestra vida, paz a nuestro corazón y esperanza en lo cotidiano.

La lectura del evangelio nos sigue manteniendo a los pies de Jesús en el sermón de la montaña. Continuamos con un relato muy breve del evangelio de San Mateo que enseña cómo vivir la Ley de Dios desde Jesús ( Mt 5,17-19). Sabemos que este evangelista escribe para ayudar a las comunidades de judíos, especialmente de Galilea, que habían vivido su conversión a Jesús. Están siendo duramente criticados por sus hermanos judíos acusados de infidelidad a la “Ley de Moisés”, también llamada “el Código de la Alianza”. En muchas ocasiones denunciaron a Jesús con esta misma acusación. Estas comunidades se encontraban con un problema: ¿Rompemos la relación con nuestros hermanos judíos o únicamente cumplimos algunos preceptos de la Ley? El evangelista aporta una respuesta que los ayude ante esa opción.

Ayer escuchábamos a Jesús decir que la misión de la comunidad y de todo cristiano es ser sal y luz en medio de la vida. Sal para dar sabor de Dios a la realidad, y luz para alumbrar la posibilidad de seguir con buen paso y vivir con seguridad el mensaje del Reino de Dios. ¿Cómo ser testigos del Reino? Hoy nos dirá que dando plenitud, valor y sentido, a la fe. Él ha venido a cumplir la ley; es decir, a darle amplitud, exigencia. No malgastará su tiempo diciendo este o aquel precepto, sino que va a ir al centro y al corazón de esta cuestión llamando a la libertad y a la decisión de cada persona: ¡Amarás con todo tu corazón! No se va a dejar confundir con discusiones de quienes siempre están acomodando los preceptos a su medida, y si es para eludir las normas, mejor.  

“No he venido a abolir la ley y los profetas; sino a dar cumplimiento!”. Existían varias tendencias en las primeras comunidades a las que se dirige especialmente este evangelio: los que pensaban que no había que cumplir las leyes del Antíguo Testamento y aquellos que decían que, aunque se creyera en Jesús, se tenía que ser fiel al cumplimento de cuanto estaba escrito. No era fácil el equilibrio en aquellos primeros pasos de las comunidades cristianas y más cuando muchos de sus componentes llegaban del judaísmo.

Lo que pretende Jesús es quitar todo aquello que ya ha quedado vacío y permanece como un mero cumplimiento donde no está ni el corazón, ni la vida presentes. Ni tampoco romper con lo antiguo por el simple hecho de ser antiguo o tradicional. ¡Miedo nos tiene que dar toda persona que quiera romper con lo tradicional por el hecho de ser viejo! Nos podemos quedar sin raíces, sin tradiciones que conforman nuestra vida, sin capacidad para valorar lo que ocurre, sin saber de donde venimos y a donde vamos. ¡Mucha vista con los “nuevos edificadores” de la sociedad que rompen con todo lo anterior para escribir únicamente ellos! Por supuesto que en aquello que les interesa y conviene; y restan protagonismo a la persona de hoy, anulando su capacidad crítica y de decisión. ¡Cuidadín, cuidadín, …! Son los que dicen, hablan, gesticulan, legislan anulando otros estamentos sociales, … ¡pero no cumplen!
Aquellas comunidades no podían estar contra la Ley de la Alianza, pero tampoco permanecer en tantos ritos y  normas vigentes que habían perdido su sentido. El pueblo de Israel se perdía entre tantos ritos, normas y tradiciones que no sabía bien a qué respondían. Jesús da un paso hacia delante:  el objetivo que la ley quiere alcanzar en la vida de las personas es la práctica perfecta del amor. Tanto las observancias como los ritos han de estar llenos del amor a Dios y del amor a los demás. Han de ser proyectos de vida que nos acerquen cada día más a descubrir el amor de Dios en nuestra vida y la entrega constante en la vida de nuestros hermanos.

“Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos”. No hay que despreciar las normas de la fe y de la vida cristiana, sino llenarlas de su verdadero contenido situando a Jesús, su mensaje y su vida, en el centro de las mismas. Ni tampoco hacernos un código de ritos, celebraciones o normas a nuestra medida, porque los podemos quedar vacíos de sentido y de vida; y nos situaremos en el centro para que todo gire en torno a nosotros.

Todo nace en el proyecto del amor de Dios que, poco a poco, ha llegado a cada persona y en cada momento de la historia; por eso es historia de salvación. En este proyecto es importante Abrahán; son importantes Moisés y los profetas; Jesús ocupa un lugar central y seguimos las huellas del evangelio asistidos por el Espíritu Santo; necesitamos la Comunidad y la realidad de nuestro mundo para compartir proyectos de fe y de vida. ¡Todo es necesario; todo es don y gracia: “con la sabiduría del padre de familia que va sacando del arca lo antiguo y lo nuevo”!.

¡Os deseo una feliz jornada! Seguimos unidos en la oración, en la comunidad y en la vida. Os recuerdo que nuestro templo parroquial y la capilla de las Hermanas ya acogen hasta el setenta y cinco por ciento de su capacidad; eso sí, todos con la mascarillas … Mis bendiciones y un fuerte abrazo, desde la distancia social aconsejada.