El día de ayer, 29 de marzo, es una de esas jornadas que te dejan una bella experiencia por tener la posibilidad de compartir la mañana con las Hermanas Concepcionistas de nuestra ciudad, y eso que la salud estaba tocada, … la dichosa gripe estaba haciendo acto de presencia en mi cuerpo. Ellas tuvieron el detalle de darme unas pastillas “juanolas” por si llegaba la tos, algo que agradecí, … y es que están en todo.
Con razón podéis decir que estoy todos los días con ellas porque celebro la eucaristía a diario en la capilla del monasterio, pero tener que preparar una reflexión en este tiempo de cuaresma y compartirlo con la comunidad, ayuda a conocerlas mejor, y sentirlas cercanas y acogedoras como siempre.
La reflexión y la oración posterior las asentábamos en la transformación de la vida desde el seguimiento a Jesucristo. Y para ayudarnos realizamos una lectura creyente, en la realidad de la vida consagrada contemplativa, desde la figura del apóstol Pedro.
Este apóstol, testigo de los momentos más importantes de la vida de Jesús, que le sigue por la invitación del Maestro, tuvo que transformar muchas realidades en su vida para ser testigo de fe en medio de su realidad; y poder testimoniar los valores del Reino que se abría paso por un lado entre miedos, dudas, negaciones, … y por otro, con la alegría del seguimiento, los signos experimentados, la fuerza de la Palabra y la experiencia del Resucitado.
Ayudados por la Palabra de Dios y la rica experiencia interior de esta comunidad, se planteaban dos grandes interrogantes: ¿ Qué me llevó a decirle definitivamente sí a Él y cuáles han tenido que ser los valores y las actitudes que me han configurado como consagrada contemplativa? ¿ Qué es lo que más he tenido que cambiar en mi forma de ser y de vivir para ser cauce abierto del Reino de Dios, de su amor, en mi vida consagrada? Y terminar con una gran pregunta: ¿ Dónde y en qué siento yo que mi vida está realmente transformada?
Pocas veces valoramos el silencio y lo oculto en nuestra Iglesia y, tengo dudas si valoramos el valor y el gran regalo que las hermanas de vida consagrada nos hacen a todos y a nuestro mundo. Pero sí estoy seguro de que las personas que las conocen y las quieren sienten que en el corazón de nuestra sociedad, y de la misma realidad cristiana donde ellas viven, los frutos siempre son recogidos, desde la paz y la alegría con la que hablan, además de su vida entregada a la oración y la contemplación, hasta la esperanza que transmiten en las dificultades; … y seguramente más de los que nos podemos imaginar.
Algún día dedicaremos una entrada solamente para estas “capellanas de nuestras vidas”; hoy sólo este pequeño anticipo para acoger la gran vida que se esconde tras esas paredes. Y una petición, … recemos también nosotros por ellas.