viernes, 3 de junio de 2011

CREO EN LA IGLESIA DE LA ASCENSIÓN, ...

Con el domingo de la Ascensión estamos llegando casi al final del tiempo Pascual. No significa que Jesús se marcha hacia el cielo, sino más bien que el cielo está donde está Jesús, su Palabra, su mensaje y su vida, … hecho realidad en nuestra realidad concreta y cercana.

Por eso, esta celebración es muy especial. Es el final del camino de Jesús. Y el comienzo del camino de la Iglesia. Jesús vuelve a su condición divina, pero sin renunciar a su ser histórico, real y concreto. Es el final de su encarnación llevada hasta las últimas consecuencias. Y ahora, en su lugar, se pone en camino de encarnación la Iglesia: una encarnación que comenzó en la pobreza de Belén, y esta nueva encarnación que comienza con la pobreza de unos hombres débiles, pero con la alegría de la disponibilidad para llevar a cabo la misma encarnación del Reino en la historia de la humanidad.

En el relato de Lucas se trata de un momento en el que el pasado adquiere vida y el futuro se hace esperanza. Nos encontraremos con una Iglesia que es misionera y evangelizadora, siempre disponible a la novedad de un tiempo completamente nuevo y con la mirada en lo que “ha recibido gratis y tiene que ofrecerlo gratis”. Tendrá que vivir su testimonio en esta nueva aventura que Dios le ofrece, y así se encuentra con un optimismo que no procede sólo de ella, sino de Aquel que la invita a “hacer discípulos en toda la tierra”.

No podemos olvidar que el término “Ascensión” nos recuerda otros sinónimos cargados de contenido: hoy se premia el ascenso, se valora más que nunca el primer puesto; se le concede mucho valor a cualquier forma de privilegio o cualquier ganancia de reconocimiento; se procura no abandonar “el sillón del poder” porque te da valor y seguridad; se ensalza el prestigio y la fama; …. Todas estas son formas de una cadena de ascensos muy presentes en nuestras realidades inmediatas.

Pero la Ascensión de Jesús pasó por rebajarse, hacerse pequeño, humilde, desconocido, … sembró con su Palabra y con su vida la fidelidad a la misión y jamás defraudó a la persona concreta que a Él se acercaba; hablaba de un mundo nuevo, posible, pero construido entre todos los que querían hacer del mismo evangelio su carta de presentación y su forma de vivir. Y desde su misma resurrección nos convoca a la esperanza de que otro mundo, otra Iglesia es posible. Y para hacerlo realidad no estamos solos, … nos acompaña el Espíritu que constantemente renueva en nosotros el amor del Padre y la presencia vital del mismo Señor.

Y nace la cadena humana de los testigos porque renacen de una esperanza, de una confianza, de la alegría en la seguridad de la Palabra de Aquél que la envía.

Seamos una Iglesia de la Ascensión, gozosa en sí misma porque camina siempre con Aquel que nos acompaña; una Iglesia siempre dispuesta a rectificar en sus equivocaciones, y que quiere buscar la verdad; en constante renovación y conversión porque lo que está en juego es la fidelidad en el servicio a la misión, al Reino de Dios.

Recordemos estas palabras que he leído hace un momento y que nos pueden servir a todos para revisar nuestras vidas y nuestras actitudes:


“Me gusta el Dios de la Ascensión que cree no en la fuerza sino en la debilidad de los hombres.
Me gusta el Dios de la Ascensión que se arriesga a creer en la debilidad humana.
Me gusta la Iglesia de la Ascensión que no teme a su gran misión.
Me gusta la Iglesia de la Ascensión que nace en unos hombres con alegría en sus corazones.
Me gusta la Iglesia de la Ascensión porque es una Iglesia frágil pero alegre.”