sábado, 6 de agosto de 2011

PASEMOS A LA OTRA ORILLA

Una frase recoge todo el contenido de este pasaje evangélico de hoy: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Es verdad que si a quien tenemos miedo es a Dios, no tenemos, o no existe la fe. Pero también es cierto que en nuestra experiencia más cotidiana nosotros queremos creer con firmeza y el miedo muchas veces hace su presencia y nos hace dudar; nos tambalea la fe y la confianza.

Este evangelio nos invita, al igual que a los discípulos, a “pasar a la otra orilla” con toda la carga de nuestra vida, seguramente ligeros de equipaje para, con transparencia, subir en la barca de la fe. Lo difícil de todo es cuando se ha hecho de noche, cuando ya te encuentras lejos de la orilla ( de las seguridades, de las tranquilidades, de lo que da prestigio y fama, …) y las olas sacuden con fuerza y, para colmo, los vientos vienen contrarios. Es lógico, … es humano, que aparezca el miedo, y nazca la exclamación: ¡Quiero creer, pero, Señor, mi fe es débil!.

Me gusta el inicio de la Constitución del Concilio, en el nº1 de la Gaudium et Spes, cuando dice que “los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.”  Esto puede ser pasar a la otra orilla desde la fe, … vivir solidariamente las llamadas del evangelio para que la vida sea leída y acompañada en estas claves, y seguramente con signos muy concretos y cotidianos.

Pedro y los apóstoles tienen miedo, o posiblemente se han encontrado con la debilidad de la misión que no se basa en el triunfo, sino en el riesgo; se han encontrado con sus dudas y vacilaciones porque no todo va a ser fácil; se han encontrado con las tristezas y angustias de un mundo que va a la deriva y no encuentra puerto seguro; se han encontrado con su propia soledad, con su enfermedad, con su falta de sentido o incluso con su poca fe. Y brota espontáneamente la oración: “¡ Señor, socórrenos, que nos hundimos!”.

El miedo no lo provoca la fuerza del viento, ni la tempestad, ni las olas, sino la incapacidad para descubrir la presencia de Jesús en medio de aquella situación confusa y cargada de peligros. Y debemos aprender algo muy claro: la Iglesia puede atravesar por momentos críticos y difíciles hoy en día, pero lo dramático comenzará cuando su corazón, sus actitudes, sus valores, sus propuestas, sean incapaces de reconocer la presencia de Jesús en medio de estas dificultades y de escuchar su palabra: “ ¡ Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.

Jesús camina al encuentro de sus discípulos y la barca no se hunde porque le fe es sostenida y animada por Él. La misma duda de Pedro, sus incertidumbres, sus temores, … su historia, su vida, es sostenida por el que se hace siempre presente cuando lo pedimos de verdad y de corazón.

Desde aquí nuestra Iglesia debe caminar:

-          hacia la otra orilla, hacia el encuentro con la persona y más aún, con aquel que no se siente reconocido dentro de ella.
-          Debe remar en la oscuridad de la vida y de la historia, porque con Jesús, ésta ya es historia de salvación, para leer y profundizar en el paso de Dios por ella misma.
-          Actuar como el Señor, … tiende la mano y acude a la petición de socorro de tantos “pedros” en este tiempo actual. ¡ Que no sólo hay “indignados” en los medios de comunicación, … que hay miles y millones que mueren de hambre y se encuentran en guerra, que hay guerras admitidas y otras no, que muchos jóvenes entregan tiempo y esfuerzos para hacer un mundo mejor, … y un largo etcétera. La Iglesia ha de escuchar, leer e integrar en su forma de ser la realidad del hombre y del mundo, que, muchas veces, va a la deriva.
-         -  Animar y vivir la esperanza. Permanecer de pié en medio de la barca a pesar de la impresionante tormenta que puede estar cayendo. Aunque se levanten las olas, estas no podrán con la barca, porque Él está en medio de la tormenta. Y no fuera de ella como a muchos les gustaría, …¡ no!. El está dentro de la tempestad.
-          - Y con una opción clara por las personas. No hay que fijarse sólo en lo que está mal, también hay mucho bien a nuestro alrededor, y que hay que descubrir. En esta barca, y en esta historia no vale la mediocridad cristiana, porque nos hundimos. Por poco que sea, levantemos nuestras manos casi vacías y pidamos de verdad ¡ Señor, socórrenos!. Al menos tendremos la seguridad de que Él nos tenderá la mano y nos animará en la fe porque en medio de cualquier tormenta es posible la esperanza.