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D. Francisco Lozano, rector del Seminario |
Llevo
varios días bromeando entre los feligreses de la Parroquia y algunos
amigos que tengo el privilegio de llevar un trocito de la Medalla de Extremadura de
este año porque se ha tenido a bien concederla al querido Seminario de San Atón
de nuestra diócesis. Y me alegro de verdad por esta concesión, ya que esta Gran
Casa es el corazón de la Diócesis
y genera en mi persona sentimientos de gratitud por todo lo recibido entre esas
añoradas paredes. Aunque lo más importante y el tesoro más preciado, en
palabras de Paco, nuestro joven rector, son las personas que están en él o han
pasado por este espacio de fe y de vida.
Mirando
hacia atrás, aún recuerdo el primer día que entré por las puertas de la Casa , … que me parecieron
excesivamente grandes, para realizar los cursillos de ingreso cuando contaba
con tan sólo once años, … y al rato ya estaba corriendo por aquellos pasillos
con Vicente Pilar Espino, con Manuel Ángel Santana y con Manuel García Sánchez.
Este espacio tan grande había que descubrirlo, a modo de conquista, en el menor
tiempo posible. Después llegaron algunos más, …. Francisco José Andrades con su
paisano Manuel, Carlos Aldana, Rubén, …. y por la noche ya estaban llenas las
habitaciones del pozo del tío Raimundo por los que deseábamos ingresar ese
curso. ¡Qué recuerdos, … y que pequeños éramos!. La experiencia fue buena,
porque desde ese día, nada más me quedé en la Casa durante trece años, … ahí es nada, … y trece
años en los que ha habido de todo: momentos muy buenos y otros no tan felices; personas
que han dejado huellas en la vida; profesores que siempre serán recordados por
su enseñanza y por su dedicación y paciencia, … y otros recordados hasta por
sus palabras y sus bromas; … amigos que entraban durante los años que allí
permanecí y otros muchos que dejaban el Seminario por muchos motivos
diferentes, desde la falta de vocación para el sacerdocio o por tener muy
claras sus expectativas de futuro que no pasaban por seguir la formación allí, ….
O sencillamente porque “no querían estar encerrados y marchando a toque de
sirena”, … eran otros tiempos.
En
trece años uno vive muchas realidades en cualquier lugar, … pero me quedo con
algo que siempre me ha identificado: “Yo pasé por el Seminario y el Seminario
pasó por mí”. Y quiero recordar de forma agradecida que el descubrimiento de la
fe y su crecimiento en mi se lo debo, en una gran parte, a las personas que
Dios puso en mi vida en esos años, aunque también es verdad que algunos me
marcaron más en las opciones y las decisiones que poco a poco fui tomando,
aceptando que Dios estaba en esta historia muy presente y muy vivo.
Y
si el seminario Menor ayuda a crecer y a madurar, … la etapa del Seminario
Mayor la tengo tan presente aún en mi vida que me sigue motivando para crecer y
madurar aún más en lo que recibí de Julián García Franganillo, de los
formadores, director espiritual y profesores, además de mis compañeros, la gran
mayoría hoy hermanos en el presbiterio de nuestra diócesis. Se nos educó, o al
menos yo así lo viví, en la apertura de miras de cara al futuro; del servicio y
trabajo diario de cara a la
Iglesia y a la sociedad; la importancia del estudio y la
formación permanente; la oración diaria y la celebración como respuesta a Dios
que siempre está presente en nuestra historia; la vida comunitaria y los
proyectos, tanto personales como de comunidad; el respeto a los demás y a los
procesos personales; la transparencia para aprender y dejarse acompañar; el
cumplimiento de las obligaciones y el esfuerzo y la responsabilidad; … y
conocer y amar nuestra diócesis en la preparación y trabajo personal y
comunitario en los años del Sínodo Pacense del 92, año en el que terminábamos
nuestra andadura de alumnos de la
Casa , … historia que en mi caso y en el de mi compañero
Andrades había comenzado trece años antes.
¡Cómo
no recordar a tantas y tantas personas, … a tantos y tantos amigos, … cómo no
recordar a D. Antonio Montero, nuestro Obispo que llegaba a la diócesis en
mi primer año de seminarista, … cómo no recordar los campamentos del Verano ya
fueran en la Redondela
junto al mar, o tantos años en Solana de Ávila en las estribaciones de la
sierra de Gredos; … cómo no acordarnos de las señoritas, las hermanas del Hogar
de Nazaret; … los teatros, las excursiones, la rivalidad en los partidos de fútbol,
….;cómo no agradecer a Dios todo lo que puso en mi vida en esos años; … y tanto
y tanto que daría para escribir muchas páginas, que se llenarían de vida, de anécdotas,
… y también de alguna mala experiencia, porque de todo hay en la vida, aunque
siempre he querido recordar lo mejor, …
Pero
hoy, cuando escribo esta entrada en el blog de la Parroquia , me quiero
quedar con la alegría de un reconocimiento a las Personas que hacen y han hecho
posible que esta Medalla llegue cargada de esperanza en los trescientos
cincuenta años de la apertura de esta Santa Casa. Y ayer pedíamos en la Parroquia a la Virgen de Guadalupe por los
seminaristas y muy especialmente por la llegada de las vocaciones al ministerio
sacerdotal; y que nuestro Seminario siga siendo un semillero de vocaciones y un
lugar en el que se formen personas con valores humanos y cristianos que
transformen en esperanza los deseos de nuestra realidad extremeña.