sábado, 21 de marzo de 2020


AYER COMENZÓ LA PRIMAVERA

Queridos feligreses y amigos:
¡Muy buenos días de sábado!; día en el que la Iglesia conmemora muy especialmente a la Virgen María, nuestra Madre. La oración del Ángelus de hoy tiene más sentido comunitario.

¡ Bueno ¡, ¿ Cómo lo lleváis? Espero y deseo que bien dentro de las limitaciones del espacio; pero no del tiempo, que hay que ocuparlo para crecer, en primer lugar, en interioridad y crecimiento personal y, en segundo lugar, en familiaridad y buen trato con los de casa. Sin olvidar a los que día a día están dando su sabiduría, sus fuerzas y su trabajo para que todos estemos mejor. Se merecen nuestro mejor reconocimiento y nuestra oración por ellos.

Ayer, por la tarde, viví una de las situaciones normales en la vida de los sacerdotes cuando me acerqué al Tanatorio a rezar y despedir cristianamente a una hija de nuestra Parroquia. Es la tercera vez que, en estos días de estar en casa, he tenido que acudir a vivir este servicio. Y siento el contraste de la realidad cuando escuchas a las familias, muy poquitas personas en la sala, decir: “con lo buena que ha sido con todos y no poder ser despedida por ellos”. ¡Es verdad! Pero a estas tres mujeres, Rogelia, Florencia y Consuelo, no les faltó el cariño, la cercanía y el amor de los suyos hasta el final de sus días aquí, ni el recuerdo de sus familiares y de sus vecinos. Siempre una mano cogida y una presencia real junto a ellas. Con ellos, en mi pobre persona, también estaba la Parroquia presente, rezando y ofreciendo sus vidas al Padre para que gocen ya del lugar de los elegidos de Dios.

Rezaba anoche dando gracias a Dios por ellas; ahí sentía el ser de una Iglesia sencilla pero que tiene que ser cercana en compasión; una Iglesia familiar que ama a los que tiene al lado; una Iglesia agradecida por la vida de los que lo han dado todo; una Iglesia cariñosa que quiere a sus mayores; una Iglesia débil, en estos momentos, pero que saldrá fortalecida con la experiencia de la fe compartida en lo pequeño, en la fragilidad  y en lo cotidiano; una Iglesia esperanzada porque confía en Dios y en el Resucitado.

Sin querer, me encuentro hoy con el evangelio del día: el fariseo y el publicano que fueron al templo a orar con dos actitudes muy diferentes y dos formas de entender la vida completamente opuestas. El fariseo rezaba muy seguro de sí mismo despreciando incluso a los demás y el publicano sólo pedía perdón en su debilidad. (Lc.18, 9-14). Os invito a leer el texto y dejarlo en vuestro corazón, … dejemos a la Palabra de Dios que ilumine nuestro interior.

Y, me pregunto, ¿Qué nos ha pasado en nuestra sociedad tan moderna y con tanto de todo? ¿ Qué nos pasa en nuestras relaciones más cotidianas? ¿Qué le está pasando a nuestra Europa, sin fronteras, y que un brexit inglés nos puso en jaque?

Traigo a colación, para iluminar esta reflexión, ciertas actitudes del fariseo de aquel momento: hemos estado muy seguros de nosotros mismos, muy encerrados en nuestras parcelas personales, muy invidualistas en medio de “tanta ciudadanía”, muy refugiados en “una posible religión a la carta”, y hemos olvidado, casi despreciado, lo que no dependía directamente de nosotros. Nos hemos creído el centro de atención, muy superiores a los demás y que todo depende de uno mismo. Hemos querido vivir por encima de … y no se ha situado a la persona, especialmente a los más débiles, en el centro.

Nos encontramos ahora frente al espejo de las actitudes del publicano: tenemos que reconocernos débiles – más ahora que nunca – porque no olvidemos que tras esta crisis de salud llegará, y está llegando, otra económica que nos va a exigir dar lo mejor y poner el centro de la vida a quienes tenemos al lado y no en “tantas cosas”. El publicano, y ojalá también nosotros, no podremos confiar sólo en nuestras fuerzas siendo humildes ante todo y ante todos. La misma debilidad nos hace sentir la compasión de quienes nos ayudan y la gratuidad de quienes nos sirven. Estamos en las manos de los demás, los necesitamos y nos necesitan, con signos de misericordia y de compasión ( padecer-con el otro; ser-parte del otro).

Desde una actitud creyente nos reconocemos hijos de Dios; sus hijos queridos, que en medio de esta debilidad le necesitamos a Él para acompañar, salvar, y compadecerse de nuestra situación y la de los más vulnerables. Así ha de ser nuestra oración: de reconocimiento de su amor y de sus dones; y de nuestra debilidad que necesita del don constante de su gracia.

Por cierto, ayer comenzó la primavera: más luz, más alegría y color, más brotes de vida a nuestro alrededor. Que sea un tiempo de esperanza para ver, reconocer y agradecer esos brotes de vida en tantas apuestas por un mundo más sencillo, una vida más compartida y una humanidad más compasiva con los más débiles. ¡Hay mucho trabajo por delante y tendremos que ponernos muy pronto manos a la obra!. De momento sigamos en nuestras casas y obedezcamos … esta actitud de humildad es vital ahora.

Un fuerte -cada día estará más cerca el real- abrazo para todos. ¡Nos necesitamos y Dios nos acompaña!