martes, 31 de marzo de 2020


ME AMÓ Y SE ENTREGÓ POR MÍ

Queridos feligreses y amigos:
¡Un día más y esperemos que un día menos de confinamiento en nuestros hogares! Os deseo todo el bien que necesitéis y la paz que ansíe vuestro corazón. Que el Padre nos bendiga y derrame los dones del Espíritu especialmente sobre todos aquellos que se encuentren peor. Que su amor sea pura gratuidad para nuestras vidas. ¡Feliz martes!

La Cuaresma enfila ya, poco a poco, la recta final hacia la Pascua. La estamos viviendo de forma diferente y nueva en nuestras vidas: con más reflexión personal, más interioridad, rezando y dedicando más tiempo a Dios en nuestras casas, y con la nostalgia de no estar en nuestra parroquia celebrando la misa diaria y la de los domingos. ¡Nos toca vivir así este año!

Esta situación ha creado y sigue creando desconcierto. Estamos como “desangelados”; sin dar aún crédito a lo que está pasando y con miedo e incertidumbre. Está siendo una cuaresma en la que ya estamos todos juntos llevando la cruz, y en muchos momentos pesa con fuerza, especialmente en los momentos de dolor y de sufrimiento que se están viviendo nosotros y en tantas y tantas personas.

Hoy nos dice el evangelio de san Juan: “cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo”. Los judíos ante Jesús están viviendo una situación de desconcierto preguntándose abiertamente quién es este hombre. Y, a su vez, viven una situación de rechazo, incómoda, hacia Jesús. Su incredulidad hacia Él les lleva a una falta de fe. ¿Cuántas veces el desconcierto en la vida nos lleva a nosotros también a esa falta de fe? Incluso nos podemos preguntar, ¿ cómo estamos viviendo esta realidad tan extraña; nos acerca a Dios o entra la posibilidad de dudar de Él?

Lo conocerán en el momento de la cruz. Afirmar esto es duro, porque en la cruz sólo vamos a poder ver muerte, sufrimiento, dolor, soledad, ausencia de vida, injusticia ante un hombre bueno, dudas, tristeza, … Nosotros no creemos en el Dios del espectáculo, del prestigio, de la fuerza y el honor , que gobierna desde las nubes en la distancia. Este no es el Dios cristiano, no es el Dios de la fe. No es el Dios que comparte nuestra naturaleza humana comenzando por el mismo sufrimiento.

A Jesús, aunque nos cueste mucho, lo vamos a entender en su vida, y en el triduo pascual, desde la misma Cruz. Y la cuaresma nos adentra en este misterio. Nos dice San Pablo que “Jesús me amó y se entregó por mí” ( Ga 2,16) El amor de Jesús se hace plenitud desde la madera de la Cruz. En ella vamos a comprender que Jesús es obediencia total al Padre y es donación y amor infinito por cada uno de nosotros.

Hoy se nos invita a mirar la Cruz. Contemplar en ella el inmenso amor que Dios Padre nos tiene y pedirle que renueve en nosotros la fe en Jesús y nuestro amor hacia Él. Depositemos en su presencia nuestras cruces, nuestros dolores, ausencias, enfermedades, faltas de fe y esperanza, … Nuestro sufrimiento está abrazado y redimido en el sufrimiento de la Cruz del Hijo. Nadie nos ha amado tanto y de esta manera. En la cruz siempre está Él; nos ama y nos ayuda a llevar las nuestras. Nunca nos va a dejar solos con el peso de las mismas. Tenemos que abrir nuestro corazón a esta esperanza.  

La vida cristiana, la vida de fe nos ha de llevar al encuentro con Jesús. No debemos quitar del evangelio lo que nos incomoda porque lo descafeinamos; ni quedarnos sólo en hacer cosas buenas porque los no creyentes hacen las mismas cosas buenas que los creyentes. Esta cuaresma nos invita a profundizar en el sentido de la vida de Jesús que lo dio todo por amor y en cada signo de amor crucificado, entregado, encontraremos su huella para verlo y seguirlo; y buscar siempre en la vida lo que agrada a Dios y cuanto necesitan los demás.

Que tengamos un feliz día. Que el Señor nos bendiga y nos de su paz. Recibid mi deseado abrazo, ….