sábado, 28 de marzo de 2020


NO TENGÁIS MIEDO … TENED FE

Queridos feligreses y amigos:

Estoy convencido de que a muchos de vosotros os llegó la profundidad y la sencillez del mensaje del Papa Francisco ayer por la tarde. Conmueve verlo con tanta paz a la vez que su preocupación por el sufrimiento de las personas. Pudimos escucharlo, rezar con Él ante el Santísimo Sacramento y recibir su bendición. Sus palabras nos consuelan y nos animan a la vida fraterna y a la esperanza.

Creo que vimos una imagen casi irrepetible. Previamente a la bendición acompañamos al Papa orando en la inmensidad de una desierta plaza de San Pedro, en tarde lluviosa, recogido interiormente ante el Icono Bizantino de la Virgen “Salus populi Roamani” y el Crucifijo de San Marcelo; ambas imágenes con gran devoción por las plagas de la enfermedad superadas en la historia de la ciudad de Roma.

Hoy tan sólo quiero traer algunas partes de su intervención; nos pueden ayudar a seguir reflexionando y orando desde nuestros hogares. Arrancó sus palabras meditando el texto conocido de la tempestad calmada en la que Jesús está con sus discípulos y manda parar el viento y las olas ante su llamada porque el miedo se apoderó de ellos. (Mc 4, 35-40)

Comienza sus palabras acercándonos a la realidad y a tomar en serio lo que está ocurriendo pero no desde el individualismo, sino desde la necesidad del otro. “Al atardecer”. Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Nos encontramos asustados y perdidos. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. Con la tempestad se dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.”

Pero necesariamente aparece la pregunta: ¿Dónde estaban nuestras prioridades? ¿Qué mundo y sociedad estamos construyendo? El Papa Francisco continúa alertándonos: La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

Y llega la súplica, la petición que hacemos al igual que aquellos miedosos discípulos y una lectura de esta realidad desde la misma opción cristiana: “¡Despierta, Señor!”. Y la respuesta de Jesús: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.  Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. El tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás."

Según las palabras del Papa Francisco es tiempo de agradecer las llamas de luz que alumbran estas tinieblas:  “Podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas; y están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.”

La fe y la misma Cruz, pilares de la vida creyente. No hay fe sin cruz porque no encontraríamos a Cristo, ni cruz sin fe porque sería una crueldad. El Papa nos invita a leer así la vida: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguemos nuestros temores, para que los venza. Experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza. Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”.

Y termina rezando por todos: “Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas”.

¡Feliz sábado!; Ánimo y todos juntos remando en la misma dirección; y orando con mucha fe. María, nuestra Madre, nos acompaña. Un grandísimo abrazo, … nos lo daremos sin duda.