NO TENGÁIS MIEDO …
TENED FE
Queridos
feligreses y amigos:
Estoy convencido de que a muchos de vosotros os llegó la
profundidad y la sencillez del mensaje del Papa Francisco ayer por la tarde.
Conmueve verlo con tanta paz a la vez que su preocupación por el sufrimiento de
las personas. Pudimos escucharlo, rezar con Él ante el Santísimo Sacramento y
recibir su bendición. Sus palabras nos consuelan y nos animan a la vida fraterna
y a la esperanza.
Creo que vimos una imagen casi irrepetible. Previamente a
la bendición acompañamos al Papa orando en la inmensidad de una desierta plaza
de San Pedro, en tarde lluviosa, recogido interiormente ante el Icono Bizantino
de la Virgen “Salus populi Roamani” y el Crucifijo de San Marcelo; ambas
imágenes con gran devoción por las plagas de la enfermedad superadas en la historia de la ciudad de Roma.
Hoy tan sólo quiero traer algunas partes de su intervención; nos pueden
ayudar a seguir reflexionando y orando desde nuestros hogares. Arrancó sus
palabras meditando el texto conocido de la tempestad calmada en la que Jesús
está con sus discípulos y manda parar el viento y las olas ante su llamada
porque el miedo se apoderó de ellos. (Mc 4, 35-40)

Pero necesariamente aparece la pregunta: ¿Dónde estaban nuestras
prioridades? ¿Qué mundo y sociedad estamos construyendo? El Papa Francisco
continúa alertándonos: “La tempestad
desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Hemos avanzado rápidamente,
sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos
dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos
detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias
del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta
gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre
sanos en un mundo enfermo”.

Según las palabras del Papa Francisco es tiempo de agradecer las llamas de
luz que alumbran estas tinieblas: “Podemos mirar a tantos compañeros de viaje
que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida.
Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y
generosas entregas; y están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de
nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los
productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas,
fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos
otros que comprendieron que nadie se salva solo.”

El Señor nos interpela desde su Cruz a
reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a
potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la
llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la
esperanza. Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del
tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y
posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de
suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados
y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”.
Y termina rezando por todos: “Señor,
bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides
que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú,
Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis
miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro
agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas”.
¡Feliz sábado!; Ánimo y todos juntos remando en la misma dirección; y
orando con mucha fe. María, nuestra Madre, nos acompaña. Un grandísimo abrazo, …
nos lo daremos sin duda.