¡ ANIMA Y FORTALECE
NUESTRA FE !
Queridos feligreses
y amigos:
Un día más para
poder decir que nos queda un día menos de confinamiento. Aprovechemos estas
jornadas para seguir centrando la vida en lo esencial y en las personas que nos
rodean; y dediquemos un tiempo diario a escuchar la Palabra de Dios y hacer reflexión en la vida. Tenemos que vivir este tiempo con esperanza.

Junto a sus amigos,
ellos hablan de las cosas que les había ocurrido con Jesús; y en un abrir y
cerrar de ojos, Jesús está en medio de ellos. ¡Qué experiencia más importante
para la vida cristiana! Le hacemos presente en medio de la vida cuando nos
reunimos para hablar de Él, para hablar con Él. En el grupo que está en aquel
lugar, Él se hace presente; cuando
escuchamos su Palabra, Él se hace presente; al celebrar la Eucaristía, Él se
hace presente; cuando le llevamos en las actitudes y en los signos de la
caridad, del servicio, de la entrega, Él se hace presente. Orando, celebrando, participando
de la vida en estos días en nuestros hogares, le estamos haciendo presente.
Aquel grupo humano
tenía miedo. Han visto su sufrimiento, su muerte y su sepultura. Su mirada está
nublada. Esta realidad les ha afectado y los ha hecho sentir su fragilidad
dentro del dolor por la pérdida del amigo. Puede existir resistencia a creer
porque el miedo paraliza. La muerte, el sufrimiento, la misma enfermedad
tambalean la existencia humana. Nos encontramos en la vida con persona que,
tras pasar por estas circunstancias, nos pueden decir que quieren creer pero
que no son capaces. Esta es la sensación que queda cuando descubrimos todo lo
humano en la experiencia de aquellos apóstoles y discípulos. Ellos quieren
creer, pero les cuesta. Se encuentran paralizados; han sufrido un “estado de shock” que intentarán asumir en
aquella dura realidad.

En Jesús nada se ha
destruido. Podemos afirmar que en Él todo se ha perfeccionado. Desde su
encarnación asumió toda la naturaleza humana y siempre que exista un pequeño
signo, o detalle, de humanidad está afectado por su amor. El gran abrazo que
recibe lo humano en la resurrección entra, con Jesús, en la abrazo y en la plenitud
de Dios.
Debemos contemplarle
a Él en esta realidad tan difícil que
nos toca vivir. Dios no quiere sufrimiento, ni dolor, ni enfermedad, … Él no ha
creado el mal. Es consecuencia de nuestro mal vivir. Pero contemplarle a Él
resucitado nos lleva a saber que Él
abraza y se implica en cuanto ocurre, en la vida y en el mundo, con su amor y
con la totalidad de su vida, en su entrega y en su resurrección para que
vivamos desde su esperanza. Esta realidad herida, con signos de pasión y
muerte, ha de ser plenificada y sanada con los mismos signos del amor entregado
para construir un mundo mejor.
Tenemos que abrir nuestra
mente para comprender, aceptarle y amarle de verdad. Ser testigos de su presencia nos lleva a
trasladarle, desde nuestras vidas, a la de los demás: vivir el recorrido de los
caminantes de Emaús. Os deseo lo mejor, … un fuerte abrazo que aún se hace
esperar.