viernes, 17 de abril de 2020


¡ ARROJAD LA RED, … ES EL SEÑOR !

Queridos feligreses y amigos:
Nos encontramos en este tiempo para renovar la fe pascual en el Resucitado; y tiempo ideal para vivir y comunicar la grandeza del  amor y de la compasión en nuestra realidad actual. ¡Feliz viernes de la octava! Rematamos una semana más de confinamiento en la esperanza de que sea una semana menos.

Estos días de Pascua nos están adentrando poco a poco en la experiencia pascual de los primeros testigos de Jesús. Son pasajes evangélicos muy llenos de gestos, palabras y actitudes que orientan la respuesta cristiana en el seguimiento de Jesús. Están muy bien elaborados para animar la vida de aquellos primeros cristianos, en la mayoría de los casos, perseguidos y sometidos a sufrimientos.

El encuentro de hoy se realiza en las orillas del lago de Tiberiades. Un lugar muy significativo para aquellos hombres; estarían en las inmediaciones del pequeño pueblo de Cafarnaúm. Los apóstoles, después de unos días tan intensos y difíciles de pasión, muerte y resurrección han vuelto a su vida cotidiana. Ellos son pescadores. Es lo que saben hacer y en el horizonte de sus vidas se asienta la normalidad. Si a nosotros, en esta realidad compleja, nos dijeran que mañana podemos salir de nuestras casas, ¿qué haríamos?;  casi con seguridad, que volveríamos deseosos a la normalidad anterior, aunque nos cueste un periodo breve de adaptación. ¡Somos así! Nos quejamos de la rutina diaria hasta que un virus la borra y ahora deseamos lo que antes no valorábamos tanto.

Lo que aparentemente había terminado para aquel grupo necesita un comienzo nuevo. En una ocasión Jesús los llamó a ser pescadores de hombres en el mar de altura de la vida. Contentos aceptaron aquella misión y se marcharon con Él. Después de lo ocurrido han vuelto a la pesca "de pecera" en aquel pequeño lago, llorando la ausencia y ahogando en sus aguas toda señal de esperanza.

De nuevo es Jesús quien va en su busca; de nuevo es Él quien volverá a estar con aquel grupo. Los encuentra junto al lago, después de una mala noche y una mala pesca. Sin Él no han vuelto a ser ellos mismos. Una mala pesca con las redes vacías: donde se esperó llenar las redes ahora están vacías. Cuando el Señor no está todo se ve y se vive de diferente manera. Las redes vacías son símbolo, tantas y tantas veces, de que vivimos situaciones que nos adentran en la noche espiritual, llena de nubarrones y oscuridades, sin ver nada de luz, y nos hacen experimentar la fragilidad en la vida; se nos rompen los proyectos de futuro.

Jesús llega al amanecer, al romper la luz y el alba. El cansancio y la decepción hacen que no lo reconozcan. Pero reciben una invitación: ”echad la red y encontraréis pescado”; aún les queda algo de confianza y de fuerzas: la echan y acontece una pesca milagrosa y abundante. Ya está Jesús otra vez en sus vidas y en el grupo.

Lo reconocen y lo confiesan: “¡Es el Señor!”. Esta es la exclamación más profunda de  nuestra fe pascual; una fe que lo reconoce y lo descubre vivo junto a nosotros; vivo en medio de lo cotidiano y de la rutina. Esta afirmación rompe la desilusión y la desconfianza; cambia la tristeza en fiesta, … la nada en todo. Ya está de nuevo en medio de ellos. La luz vence a la oscuridad; aquella pesca cansina e infructuosa en prometedora;  el cansancio vencido por la confianza y el impulso; y la ausencia de fe por la certeza: “Él está con nosotros”. ¡Cuánto bien nos hace esta afirmación: es el Señor! Y reconocerlo para amarlo y para seguirlo, aunque nuestros ojos estén aún con las lágrimas de la desolación, y la rutina nos sumerja en el cansancio de lo cotidiano.

Esta Pascua nos ha de ayudar a ser una comunidad, una Iglesia del Resucitado. Situamos al Señor en el centro de la vida y, a pesar de dificultades y contrariedades, sentiremos la esperanza que brota de Él y que nos lanza a la vida. Lo reflejaremos en el rostro, en los gestos, en las palabras; y podremos comunicar este mensaje a quienes más sufren, a nuestros enfermos, … y nos apoyaremos en los signos de tantas y tantas personas, profesionales y voluntarios del amor y de la vida, que están sembrando mucha esperanza en nuestra geografía humana.

Os deseo paz en el corazón. Sintamos la llamada del Señor y respondamos con confianza y generosidad: “¡Echamos las redes de la vida porque Tú eres el Señor!”. Un gradísimo abrazo, aún en la distancia.