EL DESGARRO DE LA LLAMADA
Desde la celebración de la Cena del Señor de ayer por la
tarde estamos inmersos en la profundidad de estos días de Triduo Pascual. Hoy
nos asalta el vértigo de mirar nuestra vida en la Cruz de Jesús, que
previamente ha portado y en la que ahora se entrega por cada uno de nosotros.
En las páginas del evangelio, se escucha un grito: “Jesús clamó con voz potente: Dios mío, Dios
mío, ¿ por qué me has abandonado?” ( Mt 15, 34) Se ha desgarrado su alma
que en estos momentos acude en búsqueda de ayuda. Es una oración de petición
honesta y honrada ante el sufrimiento. Anunció, rezó y realizó signos desde su
confianza en el Amor del Padre. Pero ahora sufre el aparente silencio de Dios,
que ha hecho dudar a tantas y tantas generaciones de creyentes a lo largo de la
historia. Salen a escena nuestras dudas y contrariedades: ¿ Dónde está Dios en
estos momentos? ¿Por qué aparece la muerte en seres queridos que son buenos de
verdad? ¿Por qué hay que sufrir tantas tristezas y soledades en esta vida? Es
una oración tan humana, y tan sincera, que sólo se merece el mayor de los
respetos; y en los creyentes el mejor de los silencios que acompaña al que
sufre.
Encima, Jesús, un condenado injustamente, muere en la
cruz y es enterrado casi en soledad porque sus discípulos huyeron ante la
posibilidad de pasar por el mismo trance. Con cuanta dureza estamos
experimentando esta misma realidad de soledad en estos momentos de Pandemia.
Una herida abierta en tantas miles de personas, que además de sufrir la muerte
de sus seres queridos, sufren la imposibilidad de abrazar, acompañar y velar a
los que han fallecido. Es un verdadero desgarro en el corazón; y vamos a
necesitar muchos ungüentos de esperanza y de vida compartida con ellos para que
cicatricen estas heridas que se encuentran abiertas y sangrantes.
Tenemos que aportar luz a esta cruz que se llevó por
delante ilusiones, esperanzas y amistades compartidas. Jesús muere en la cruz
porque es un hombre como otro cualquiera. Es verdad que muere injustamente para
añadir más dolor a esta tragedia, pero, desde su encarnación, es semejante a
cualquiera de nosotros que, en algún momento, dejaremos este mundo. La muerte
forma parte de la misma vida.
Este Viernes Santo, aferrados a la fe, nos invita a
adorar, a abrazar la Cruz donde, para nosotros, estuvo clavada la salvación del
mundo. Y Dios estaba presente en su Hijo. Abrazar y besar los pies del
Crucificado es besar los mismos pies de Dios que en su Hijo está amando y abrazando todos y cada uno de
nuestros sufrimientos y pesares. Hoy, en este Jesús crucificado, sentimos como
Dios ama, sin limites, cada una de nuestras vidas y las cruces del camino
cotidiano.
Escucharemos la lectura de la Pasión según el evangelista
san Juan y pediremos la gracia de adentrarnos en este misterio que se hace , a
su vez, realidad en nuestra vida. No se a qué Obispo le escuché en una ocasión
decir que cuando se pasan por momentos de crisis de fe, de dudas, de ausencias
de Dios, es bueno buscar un tiempo prolongado de silencio y leer y meditar la
Pasión del Hijo de Dios … pasión por mí, amor apasionado y redimido en mí. No
es mal consejo para momentos de dificultad.
Una última mirada hacia el Gólgota. Allí se encontraba la
Madre, la que nunca abandona. Y en el discípulo amado Jesús nos la entrega para
recibirla con amor y con fe. Entre nosotros Ella es hoy Nuestra Señora de la
Soledad. La que más sabe de amores y de soledades, … firme frente a la cruz, …
que Ella nos acompañe en este sendero de la vida para seguir acogiendo nuestra
vida redimida en Aquel que cuelga de un madero.
Os deseo, de corazón, un gran día para orar y meditar
esta Pasión de Jesús en la pasión de nuestro mundo. Un gran y afectuoso abrazo,
aunque aún tenga que esperar el deseado de verdad.