viernes, 10 de abril de 2020


EL DESGARRO DE LA LLAMADA 

Queridos feligreses y amigos:
Desde la celebración de la Cena del Señor de ayer por la tarde estamos inmersos en la profundidad de estos días de Triduo Pascual. Hoy nos asalta el vértigo de mirar nuestra vida en la Cruz de Jesús, que previamente ha portado y en la que ahora se entrega por cada uno de nosotros.

En las páginas del evangelio, se escucha un grito: “Jesús clamó con voz potente: Dios mío, Dios mío, ¿ por qué me has abandonado?” ( Mt 15, 34) Se ha desgarrado su alma que en estos momentos acude en búsqueda de ayuda. Es una oración de petición honesta y honrada ante el sufrimiento. Anunció, rezó y realizó signos desde su confianza en el Amor del Padre. Pero ahora sufre el aparente silencio de Dios, que ha hecho dudar a tantas y tantas generaciones de creyentes a lo largo de la historia. Salen a escena nuestras dudas y contrariedades: ¿ Dónde está Dios en estos momentos? ¿Por qué aparece la muerte en seres queridos que son buenos de verdad? ¿Por qué hay que sufrir tantas tristezas y soledades en esta vida? Es una oración tan humana, y tan sincera, que sólo se merece el mayor de los respetos; y en los creyentes el mejor de los silencios que acompaña al que sufre.

Encima, Jesús, un condenado injustamente, muere en la cruz y es enterrado casi en soledad porque sus discípulos huyeron ante la posibilidad de pasar por el mismo trance. Con cuanta dureza estamos experimentando esta misma realidad de soledad en estos momentos de Pandemia. Una herida abierta en tantas miles de personas, que además de sufrir la muerte de sus seres queridos, sufren la imposibilidad de abrazar, acompañar y velar a los que han fallecido. Es un verdadero desgarro en el corazón; y vamos a necesitar muchos ungüentos de esperanza y de vida compartida con ellos para que cicatricen estas heridas que se encuentran abiertas y sangrantes.

Tenemos que aportar luz a esta cruz que se llevó por delante ilusiones, esperanzas y amistades compartidas. Jesús muere en la cruz porque es un hombre como otro cualquiera. Es verdad que muere injustamente para añadir más dolor a esta tragedia, pero, desde su encarnación, es semejante a cualquiera de nosotros que, en algún momento, dejaremos este mundo. La muerte forma parte de la misma vida.

Este Viernes Santo, aferrados a la fe, nos invita a adorar, a abrazar la Cruz donde, para nosotros, estuvo clavada la salvación del mundo. Y Dios estaba presente en su Hijo. Abrazar y besar los pies del Crucificado es besar los mismos pies de Dios que en su Hijo  está amando y abrazando todos y cada uno de nuestros sufrimientos y pesares. Hoy, en este Jesús crucificado, sentimos como Dios ama, sin limites, cada una de nuestras vidas y las cruces del camino cotidiano.

Somos llamados a estar cerca de los sufrimientos de los demás: injusticias, enfermedades, soledades, desesperanzas, muertes de seres queridos, … son imágenes de nuestra fragilidad humana. Tenemos que presentárselas a Dios en este día para que sean abrazadas, amadas, redimidas por Él. Es un misterio que nunca acabaremos de entender en la totalidad, pero es un misterio que nos envuelve con su amor.

Escucharemos la lectura de la Pasión según el evangelista san Juan y pediremos la gracia de adentrarnos en este misterio que se hace , a su vez, realidad en nuestra vida. No se a qué Obispo le escuché en una ocasión decir que cuando se pasan por momentos de crisis de fe, de dudas, de ausencias de Dios, es bueno buscar un tiempo prolongado de silencio y leer y meditar la Pasión del Hijo de Dios … pasión por mí, amor apasionado y redimido en mí. No es mal consejo para momentos de dificultad.

Recibimos a su vez una invitación: poner el centro de la vida el amor, como lo hizo Jesús, nos lleva hacia los demás. Vivir hacia ellos y estar muy cerca de sus cruces, de sus sufrimientos y pesares. Aprender a vivir como Iglesia compasiva y solidaria con el sufrimiento del hermano.

Una última mirada hacia el Gólgota. Allí se encontraba la Madre, la que nunca abandona. Y en el discípulo amado Jesús nos la entrega para recibirla con amor y con fe. Entre nosotros Ella es hoy Nuestra Señora de la Soledad. La que más sabe de amores y de soledades, … firme frente a la cruz, … que Ella nos acompañe en este sendero de la vida para seguir acogiendo nuestra vida redimida en Aquel que cuelga de un madero.

Os deseo, de corazón, un gran día para orar y meditar esta Pasión de Jesús en la pasión de nuestro mundo. Un gran y afectuoso abrazo, aunque aún tenga que esperar el deseado de verdad.