miércoles, 22 de abril de 2020


LA LUZ   HA VENIDO AL MUNDO

Queridos feligreses y amigos:
Os deseo un nuevo y feliz día. Hoy, 22 de abril, es el día internacional de la Madre Tierra. Es una jornada para pensar y reflexionar en nuestra tierra como la casa común en la que todos vivimos y a la que todos tenemos que cuidar y respetar. Sería muy bueno que, en este tiempo de confinamiento, pudiéramos sacar algunas propuestas sencillas, realidades que podamos hacer individual o familiarmente, para cuidar nuestro planeta y que tenga más salud y más vida. Seguro, que con pequeñas acciones o propuestas, hacemos que la tierra sea más habitable para todos.

En la liturgia de hoy seguimos profundizando en el diálogo de Jesús y Nicodemo (Jn 3, 16-21). Este miembro del Sanedrín es imagen de toda persona que desea encontrarse sinceramente con Jesús. En un momento él desaparece de la escena y Jesús continúa su relato, sus enseñanzas.: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. Dios ama al mundo, tal y como es; con sus conflictos e incertidumbres, con sus contradicciones y aciertos. Este mundo, nuestra propia realidad, no recorren un camino de soledad e incertidumbres. Siempre está acompañado por la presencia del amor de Dios.

Desde la entrega del Hijo nos adentramos, seguramente que de puntillas, en el amor loco de Dios por toda la humanidad: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.

Con mucha facilidad caemos en la condena y la denuncia de este mundo, de sus acciones, de la modernidad, de las decisiones que se toman. No somos muchas veces conscientes de que en las acciones que se realizan en la sociedad están muy presentes nuestras mismas preferencias y actuaciones. Desde nuestra fe cristiana no podemos transmitir un mensaje lleno de resentimiento y de frustraciones, a la vez que de condenas. Jesús introdujo aquel ambiente, -y no era nada fácil - , y a la misma persona en el amor de Dios y en el amor por la creación. Jesús amó su mundo, su realidad, … lo realizó con su vida y con los signos que hacían presente el Reino de Dios.

Siempre entrará en juego nuestra libertad. Podemos acoger o rechazar horizontes de vida entregada, abrir o cerrar puertas y ventanas para que entre la luz. Nadie nos fuerza, somos nosotros quienes tenemos que decidir. Pero “la Luz ya ha venido al mundo”. Si vivimos de manera poco digna evitamos encontrarnos con esa Luz porque incluso nos sentimos mal ante Dios; si realizamos la verdad, nos acercamos a la Luz, no huimos hacia la oscuridad o las tinieblas, porque no hay nada que ocultar. “El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”

La luz que lo puede iluminar todo, está en la Cruz, máximo signo de la donación del Amor de Dios en su Hijo.  Los cristianos tenemos que aprender constantemente a ver el rostro del crucificado con fe y con amor. Nos hemos acostumbrado desde pequeños a ver un crucifijo y no caemos en la cuenta de que este rostro puede iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Desde la cruz recibimos señales de amor y de vida. En los brazos de Jesús, Dios está abrazando nuestras pobres vidas, y acoge y bendice tantas y tantas vidas rotas por el sufrimiento. Vivimos la fe en el amor inmenso y gratuito por cada uno de nosotros expresado en el abrazo de su Hijo en la cruz. Esta es la razón de ser de toda la Iglesia y de nuestra vida cristiana: recordar y hacer presente en este mundo el amor Dios en Jesús.

Nos animamos a vivir desde el Crucificado; lo confesamos en esta Pascua como el Resucitado, y nos acercarnos a Él para que nos inunde su Luz para continuar viviendo y compartiendo los signos de la esperanza. ¡Feliz día! Os transmito mi saludo y un deseado fuerte abrazo.