VIVIR SEGÚN EL
ESPÍRITU
Queridos feligreses
y amigos:
Espero que llegue
esta hora cada día para dedicar un buen rato a la Palabra de Dios y recordaros
especialmente a vosotros. Dentro de la imposibilidad de hacer una vida normal
como antes, me dedico este tiempo que me viene bien. Me sirve para hacer mi
reflexión y atender la interioridad en la que busco la presencia de Dios. Y
rezo porque esta situación vaya pasando poco a poco, y salgamos de ella
fortalecidos, llenos de razones para dar lo mejor de cada uno.
Ayer
profundizábamos en la persona de Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén.
Era un hombre de convicciones religiosas pero a su vez era un
buscador. Le había llamado la atención profundamente la persona de Jesús y
buscó encontrarse con Él. Leemos hoy en la liturgia la continuidad del
evangelio de ayer (Jn 3, 5a.7b-15).
Seguimos escuchando
la invitación “nacer de nuevo”. Afirmamos,
como ayer, que nacer de nuevo es nacer del Espíritu. Así nos edificamos como
personas libres, sin ataduras. Esto no es fácil porque siempre parece que
estamos atados a situaciones concretas o personas de nuestro alrededor. La libertad
completa parece que no existe. Y no podemos confundir libertad con compromiso
adquirido. No nos atamos a personas, ni a situaciones, sino que amamos a las
personas en su propia realidad. Ser libres para amar y para servir es uno de
los grandes dones del ser personal.
La llamada de Jesús
nos constituye en personas libres situando la presencia del Resucitado en el
centro de la vida cristiana; hacemos una opción de encuentro con Él. Su persona
y su enseñanza nos ayuda a caminar como Él nos ha indicado, y vivir en nosotros
la fuerza transformadora de la fe. No nos encontramos con una idea, ni con un
dogma, sino con una persona que tiene un proyecto de vida para nosotros y que
quiere hacernos y transformarnos en verdaderos hijos de Dios.

En este día vamos a
orar confiadamente pidiendo que nuestra vida se transforme en el encuentro con
Jesús. Que en Él veamos con claridad nuestro futuro y renovemos la totalidad de
nuestra vida: sentimientos, voluntad, relaciones fraternas, entrega y compasión
solidaria, … y que nos capacite la fuerza del Espíritu para adentrarnos en el
mensaje del evangelio que nos haga personas completamente nuevas: ungidas en el
Espíritu y consagradas en Cristo para vivir el testimonio abierto y acogedor de
la fe.
En Jesús resucitado
brota nuestra fe y nuestra pertenencia a la comunidad cristiana, a la misma
Iglesia. Hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra la forma de
vivir de aquel primer grupo: “en el grupo
de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común. Los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Los bienes
estaban a disposición de los apóstoles y se distribuía según las necesidades de
cada uno”. Habían nacido de nuevo, eran personas nuevas en el amor
entregado; y libres para dar y darse en medio de la vida.
Aprendamos de Jesús
y sigamos las huellas de aquella primera comunidad de fe y de vida. ¡Feliz martes! Un enorme abrazo, … aún en el deseo
de la realidad.