martes, 21 de abril de 2020


VIVIR  SEGÚN  EL  ESPÍRITU

Queridos feligreses y amigos:
Espero que llegue esta hora cada día para dedicar un buen rato a la Palabra de Dios y recordaros especialmente a vosotros. Dentro de la imposibilidad de hacer una vida normal como antes, me dedico este tiempo que me viene bien. Me sirve para hacer mi reflexión y atender la interioridad en la que busco la presencia de Dios. Y rezo porque esta situación vaya pasando poco a poco, y salgamos de ella fortalecidos, llenos de razones para dar lo mejor de cada uno.

Ayer profundizábamos en la persona de Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén. Era un hombre de convicciones religiosas pero a su vez era un buscador. Le había llamado la atención profundamente la persona de Jesús y buscó encontrarse con Él. Leemos hoy en la liturgia la continuidad del evangelio de ayer (Jn 3, 5a.7b-15).

Seguimos escuchando la invitación “nacer de nuevo”. Afirmamos, como ayer, que nacer de nuevo es nacer del Espíritu. Así nos edificamos como personas libres, sin ataduras. Esto no es fácil porque siempre parece que estamos atados a situaciones concretas o personas de nuestro alrededor. La libertad completa parece que no existe. Y no podemos confundir libertad con compromiso adquirido. No nos atamos a personas, ni a situaciones, sino que amamos a las personas en su propia realidad. Ser libres para amar y para servir es uno de los grandes dones del ser personal.

La llamada de Jesús nos constituye en personas libres situando la presencia del Resucitado en el centro de la vida cristiana; hacemos una opción de encuentro con Él. Su persona y su enseñanza nos ayuda a caminar como Él nos ha indicado, y vivir en nosotros la fuerza transformadora de la fe. No nos encontramos con una idea, ni con un dogma, sino con una persona que tiene un proyecto de vida para nosotros y que quiere hacernos y transformarnos en verdaderos hijos de Dios.

De esta forma renovamos, en Jesús, nuestras relaciones humanas, orientándolas hacia un encuentro fraterno, cercano, humilde y solidario con los demás. Muy libres en el Espíritu para ser personas nuevas; libres en el Resucitado para hacer opción por el evangelio que nos siembra en esta tierra con esperanza de eternidad cuando servimos, amamos y nos entregamos a los que tenemos cerca y a los que nos necesitan: “lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna.”

En este día vamos a orar confiadamente pidiendo que nuestra vida se transforme en el encuentro con Jesús. Que en Él veamos con claridad nuestro futuro y renovemos la totalidad de nuestra vida: sentimientos, voluntad, relaciones fraternas, entrega y compasión solidaria, … y que nos capacite la fuerza del Espíritu para adentrarnos en el mensaje del evangelio que nos haga personas completamente nuevas: ungidas en el Espíritu y consagradas en Cristo para vivir el testimonio abierto y acogedor de la fe.

En Jesús resucitado brota nuestra fe y nuestra pertenencia a la comunidad cristiana, a la misma Iglesia. Hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra la forma de vivir de aquel primer grupo: “en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Los bienes estaban a disposición de los apóstoles y se distribuía según las necesidades de cada uno”. Habían nacido de nuevo, eran personas nuevas en el amor entregado; y libres para dar y darse en medio de la vida.

Aprendamos de Jesús y sigamos las huellas de aquella primera comunidad de fe y de vida. ¡Feliz  martes! Un enorme abrazo, … aún en el deseo de la realidad.