lunes, 25 de mayo de 2020


NUNCA ESTARÉIS SOLOS

Queridos feligreses y amigos:
Entramos en la última semana del mes de mayo y al mismo tiempo en la Fase Segunda de esta desescalada hacia la normalidad. También estamos llegando al final del tiempo pascual y el próximo domingo celebraremos la Solemnidad de Pentecostés. Esperemos que esta semana esté muy llena de vida y de esperanza. ¡Feliz lunes!

Muchas veces nos preguntamos en la vida sobre las perspectivas del futuro. Esta situación de crisis sanitaria nos está llevando a realizar una buena lectura sobre la bondad en las personas, tantas veces anónima, y que nos está sorprendiendo en la multitud de signos y de compromisos con la humanidad, especialmente con los que más sufren, entre ellos los enfermos;  y hacia aquellos que, por falta de medios económicos, se encuentran en un estado bastante vulnerable. Una situación de crisis puede sacar del ser humano lo mejor de su vida y vivir en perfecta gratuidad hacia los que nos rodean.

Ayer escuchábamos en el evangelio la promesa de Jesús: “no tengáis miedo; yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”. Esta promesa hizo que aquellos seguidores de Jesús se convirtieran en testigos de la verdad y de la experiencia de la fe que habían descubierto en Él. Sus vidas se habían llenado de alegría, de ilusiones, de esperanzas compartidas, con deseos de llegar a todos los confines de la tierra. Viven la experiencia del encuentro con el Señor resucitado y lo sentían vivo junto a ellos: en su oración, en la predicación del evangelio, en los caminos de la vida, en la entrega a los demás, compartiendo sus bienes con los que lo necesitaban, celebrando la fracción del pan; … eran una comunidad de vida y de misión.

Jesús no los había dejado solos. ¿Sentimos en nuestra vida esta presencia del Resucitado? ¿Lo descubrimos vivo junto a nosotros en las personas y en los signos que nos rodean? Porque todos en la vida tenemos ilusiones y deseamos bienes que nos ayudan a vivir mejor; los deseamos y los queremos para nosotros y para los demás. ¿Quién no desea que todo el mundo tenga trabajo; o que a nadie le falte lo necesario para vivir con dignidad, como la sanidad, la educación? ¿Quién no quiere que cada ser humano consiga realizar la vocación de su vida? ¿Quién no desea que salgamos de esta situación tan dura y difícil para la humanidad? Todos tenemos ilusiones y nunca queremos perder la esperanza.

Pero Jesús, para vivir estas esperanzas y deseos nos muestra un camino diferente. Nos adentra en el camino del amor entregado: no es ser más que los demás, sino menos; dar todo por los demás, por los últimos, desde la gratuidad; se entregó a la muerte y dio la vida en la Cruz; y aquí, al que amó hasta el final, Dios le da todo; aquel rechazado es ahora “la piedra angular”. El que supo amar a todos es el que tiene ahora toda la vida y toda la verdad. Desde ese momento quien camina como Jesús se convierte en su testigo.

Fuimos creados por el amor de Dios y nuestra vida tiene plenitud en Él. Esta forma de experimentar la fe transforma de un modo nuevo la vida y no vivimos para nosotros únicamente, se vive para Dios y para dar vida y esperanza. Todo cristiano tiene que vivir con esperanza porque nuestras vidas tienen futuro en Dios Padre.

Ahora bien, en el mundo tendremos adversidades, luchas, pruebas de nuestra respuesta de amor; incomprensiones, burlas, ataques a la fe: “En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 29-33)

La promesa de Jesús es real: nunca nos deja solos, siempre nos acompaña. Esta es la confianza cristiana, la que no cierra sus puertas a lo inmediato, sino que abre su vida a la experiencia de Dios. Jesús abrió su vida a la dimensión profunda del amor del Padre y en esa confianza venció al mundo.

Constantemente necesitamos pedir esa fe, esa confianza en Dios Padre para que nunca nos falte la alegría; y tengamos mucha paz en nosotros. No una paz que se consigue a costa de nuestras fuerzas únicamente, sino la que brota del encuentro con  Dios, con nuestros hermanos, con toda la realidad e incluso con nosotros mismos. Esta paz es un don de Dios; nace desde dentro del corazón y es la seguridad de estar en las manos del Padre.

¡Feliz lunes! Recemos esta semana para que Jesús derrame en nosotros los dones y los frutos del Espíritu Santo. Ya nos vamos viendo poco a poco y nos da mucha alegría. Os sigo mandando un fuerte, y virtual, abrazo.