sábado, 21 de diciembre de 2024

 

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO – CICLO C

Lc 1,39-45 

MARIA EN ESTE ADVIENTO


El Adviento es un tiempo de gracia; nos ayuda a crecer en la esperanza de la promesa de Dios que siempre se cumple. En Jesús, que se acerca, nos encontramos con este Dios que renueva su amor en nosotros.

“María se puso en camino”; quiere estar muy cerca de su prima en los días en los que nacerá su hijo. Y el evangelista nos narra una escena muy sencilla, pero con una lectura cargada de vida: dos mujeres embarazadas, que son de familia y que se alegran por este encuentro. Dos mujeres que van a ser madres y que han recibido el don de Dios en sus vidas.

Isabel recibe esta visita con una profunda alegría que brota en su interior y que la llena del don del Espíritu Santo: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!; ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Aquí recibimos un gran anuncio en este Adviento: no separar nunca a María de Jesús; es confesada como Madre y será testigo de su Hijo en el acontecer de los días porque se convertirá en discípula. Es ella la que nos bendice a cada uno de nosotros entregándonos a su Hijo. María es ejemplo de alegría si somos capaces de creer esta buena noticia: Jesús nacerá en nuestra vida si lo queremos recibir de verdad.

Y ella será también modelo de fe. Recibió una promesa a la que entregó toda su confianza, todo su ser. Y de esta confianza brota para toda la humanidad la posibilidad de que Dios compartiera todo nuestro ser, nuestra historia, nuestro barro; y se hiciera uno más entre todos los hombres, con semejanza humana, llena de humildad y de bondad, de ternura y de compasión, de misericordia y de salvación. Todo acontece por la respuesta de esta mujer que se convierte en el “tabernáculo de la esperanza”. Y así es bendita y bendecida por generación tras generación. Supo escuchar la Palabra de Dios y respondió a esta vocación de maternidad, tanto humana como divina, para alumbrar la Vida en nuestro caminar cotidiano, lleno tantas y tantas veces de aceptaciones, renuncias, contrariedades y aciertos.

Esta sencilla mujer, que se ha puesto en camino, nos enseña a no estar parados.
Nuestra vida cristiana siempre debe estar en camino, en movimiento, para descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas. Él se hizo camino de salvación en la historia de su pueblo; es proyecto de salvación en la presencia de su Hijo en nuestra tierra; y es plenitud de sentido en la misma historia de cada día si, como María, nos abrimos a esta esperanza que desea engendrarse en la vida de cada cristiano.

María llega con palabras y con signos. Y hay uno que es indiscutible: quien acoge a Dios, además de vivir la alegría del encuentro con Él, vive el servicio hacia los demás, especialmente a quienes más nos necesitan, tanto próximos como más lejanos. La fe crece en ese contacto con los demás, en la respuesta a sus necesidades vitales, en la gratuidad de los gestos y atenciones; se fortalece en la dimensión de la pertenencia: tanto a Dios como a los demás; nos pertenecemos.

La Iglesia en este adviento, - y siempre -, ha de ser una comunidad en salida, hacia el encuentro con los demás para posibilitar la llegada de Jesús al corazón de esta humanidad, que también lo sigue necesitando en las palabras y en los gestos, especialmente en el servicio, de cada uno de nosotros. Jesús nos sale al encuentro para que lo descubramos en todo signo de servicio, de entrega. No podemos estar parados si queremos vivir el ejemplo de la Mujer creyente; nos ponemos en camino y, aprisa, hacia el lugar donde hagamos falta para generar espacios de alegría y sembrar una esperanza que, en Dios como promesa salvadora, nunca, nunca se ve defraudada.

El Señor llega, se acerca, … acógelo en ti como María, y serás bendecido con un nuevo nacimiento, una nueva promesa hecha ya realidad en Jesús.