viernes, 13 de diciembre de 2024

 

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO – CICLO C

Lucas 3, 10 - 18 

EL SEÑOR ESTÁ CERCA: ¡VIVE CON ALEGRÍA!


Continuamos caminando en este Adviento de espera cargada de movimiento, de salida, de deseos de encuentro, para descubrir los brotes de la esperanza en este caminar sencillo, pero incansable y, así, llegar al encuentro del que viene y renueva su amor entre nosotros.

Este domingo se llama domingo “Laetare”, de la alegría, por las palabras del Apóstol Pablo: “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. (…) El Señor está cerca.” (Flp 4, 4-5) No olvidemos que la alegría que brota del corazón por el encuentro con este Dios de la vida, que vino para quedarse siempre en la historia humana, se traduce en signos y en gestos exteriores que nos hacen vivir con expectación. Y lo vamos a reconocer en los más pequeños y sencillos, siempre que estén cargados de ternura, de compasión, de fraternidad, de comunión con los demás. Con estos gestos y acciones estaremos llenos de alegría y la compartiremos abiertamente y sin complejos. ¡El Señor está cerca! ¡El Señor se acerca!

Vamos a recibir a Jesús buscando y trabajando una alegría que se ve en hechos y actitudes de conversión. Hablamos de prepararnos interiormente, con sentido cristiano y de profunda fe, pero la vida se traduce en gestos exteriores que hablan mucho de cuanto llevamos dentro. ¿Cómo vivimos este tiempo que nos lleva a convertir aspectos y realidades en nuestra vida cotidiana?

Las claves de una bonita lectura del evangelio de este domingo nos las ofrece la palabra de Juan el Bautista. Un “precursor” que no complica el anuncio, sino que llega a lo esencial, al interior de cada gesto o acción. Un hombre sencillo y austero, pero valiente y con coherencia profética, que anima a vivir lo más importante de cada vocación, de cada trabajo, de cada tarea encomendada. Juan el Bautista no pierde el norte, ni se pierde él en palabrería que no llega a nadie. Va al centro y nos pone en guardia para no perdernos en discursos que justifican, pero no llevan a lo fundamental.

Para vivir bien este adviento tenemos que abrir la mirada a nuestro alrededor y
ayudar a los que salen a nuestro encuentro en tantos espacios de la vida, comenzando seguramente por los más cercanos. ¡Qué importante es compartir con quien lo necesita! Y se pueden compartir tantos bienes que tenemos cada uno: “el que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Se nos invita a guardar, a conservar, a “salvar los muebles personales”, pero hay tanta alegría en el dar y en el darse a quienes te necesitan. En una sociedad de despilfarro es muy conveniente un cristianismo de donación y gratuidad. Y esta será una de las formas más grandes para vivir una alegría profunda, llena de conversión y de vida: en medio de la tragedia de la Dana hay brotes de alegría en una fraternidad de trabajo en común, de voluntariado gratuito, de horarios y esfuerzos sin reloj que marque las horas, de gestos sencillos y muy grandes que hablan de la grandeza de lo humano en medio de la tragedia y el dolor, donaciones para desear dignificar la vida de quienes más han perdido de golpe y sin anestesia, …  Trabajar en el Adviento la alegría del compartir.

Pero, el Bautista, dice más aún: lo importante que es sacar lo mejor de cada uno en su profesión, en su trabajo o en su dedicación: “no exigir más de lo establecido, no aprovecharse de nadie, no hacer extorsión, …”. Vive sabiendo que tienes que hacer el bien, evitando en tu vida cualquier signo de injusticia o buscando tus propios intereses a costa de lo que sea necesario; no exigir más de aquello que estás dispuesto a dar; evitar la frialdad en las relaciones con los demás, especialmente con los más pobres; tener sentimientos de carne y no un corazón de piedra. Qué bueno es trabajar en este tiempo el don del ser, para valorar quién eres y cuánto bien puedes ofrecer.

Aquel pueblo llegaba a bautizarse; con expectación recibían el signo de la conversión para un cambio de vida y de actitud en las aguas del Jordán. La Iglesia nos ha bautizado en las aguas nuevas de Jesucristo, a quien esperamos y que nos señalará los signos de su llegada: vivir con mesura, con paz e interioridad, con sencillez, sacando lo mejor de cada uno, compartiendo bienes y vida, con ternura y compasión; cuidando la interioridad en una oración más asidua y celebrando la Eucaristía en comunidad y con tus hermanos; y desde la alegría profunda del encuentro con Él. ¡Sigamos caminando juntos!