jueves, 5 de diciembre de 2024

 

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO – CICLO C

Lucas 1, 26-38 

¡PERFECTA HERMOSURA!


Seguimos caminando en este tiempo de Adviento. Seguimos hacia el encuentro con quien sabemos que llega para renovar su morada de amor en medio de la vida, en ti, en mí, en quien le deja entrar en su corazón.

Y este domingo nos invita a contemplar a este Dios que hace morada en María, la sin pecado, sin mancha; y que abre todo su ser a la dimensión de la esperanza hecha vida en sus entrañas. Ella es el Arca de la Nueva Alianza. Es el Sagrario de la vida divina que hace su entrada en la vida humana. Necesitamos pedir la gracia del Espíritu para vivir esta experiencia de profundidad, esta experiencia de amor y de esperanza.

Sin querer, nos adentramos en la historia de la llamada y la respuesta; la invitación y el seguimiento; la presencia y la acogida; el temor y la fortaleza; la promesa y el cumplimiento de la misma. Todo, en este diálogo evangélico, en esta escena descrita por el evangelista San Lucas, nos está acercando a la grandeza de un Dios que será sencillez y ternura en la vida de aquella mujer joven de Nazaret y en cada uno de nosotros.

Dios se fijó en María como también se fija en ti. La ha elegido y la “llena de gracia” porque el Señor está con ella y por eso es bendita; es bendecida. Pero tú también has sido llamado y bendecido por el mismo Dios cuando fuiste sumergido en las aguas del bautismo y ungido y consagrado para ser imagen de su Hijo. Ella es santuario de la gracia que no conoce pecado, pero libre en su vida para responder a ese caudal de gracia que la hace aún más grande, en su misma pequeñez. El mismo Dios nos hace el regalo de su gracia, de su amor, de su presencia y llamada para responder en nuestra vida quitando lo que desfigura y ensombrece su imagen, ya grabada en nuestros corazones desde la creación y el mismo bautismo.

Dios, presente desde el principio en la vida de María, ha sido acogido y amado por esta humilde sierva. Dios tiene un plan universal de salvación y María lo revela a toda la humanidad. La fiel que ha confiado en Dios es la misma que le entrega todo su ser, toda su vida. Ella podía haberse reservado la respuesta al mismo Dios que turba su tranquilidad y su paz, pero abre todo su ser a esa dimensión tan profunda, como espiritual y de la que tanto se habla, como es la experiencia profunda de Dios. Desde ese mismo instante, aquella mujer sencilla, que creía en la promesa anunciada por los profetas y acogida en el corazón de su pueblo, pone a Dios en el centro de su vida y le ofrece todo su ser. María no se reserva nada para sí misma; su libertad la lleva a darse, a entregarse, a ese Dios que “se ha fijado en la humildad de su sierva”.

Dios también te ha elegido a ti, desde el bautismo, como a María para que, con plena libertad, le ofrezcas tu respuesta y respondas a su llamada. Pero una respuesta en medio de la vida, en medio de cada día. La respuesta tendrá más sentido y será más real cuando seas capaz de poner a Dios en el centro de tu ser, de tu voluntad, de tus actitudes y valores y dejar que sea Él quien los oriente y los acompañe. También tú eres portador de esta buena noticia ante todos los hombres: despojarse de lo viejo y recobrar la belleza que nace de Dios en el encuentro con Jesús. Recuerda que caminamos hacia Él.


Puede que sean muchos los miedos que nos llegan a los cristianos desde tantas direcciones:  mundo moderno y secularización, teñido de un futuro bastante incierto; nuestra misma debilidad y pecado; la débil respuesta en los mismos procesos de fe, etc. El miedo paraliza y nos impide vivir con confianza, además de crear falsas imágenes de lo que nos gustaría y no tenemos. María nos enseña a vivir abiertos a la presencia de Dios que sorprende desde la humildad y la sencillez y, en tantas y tantas ocasiones, desde los más sencillos y callados en nuestras mismas comunidades parroquiales.

Con María, en este Adviento, podemos ser luz y poner luz en medio de la vida y ser sembradores de esperanza en lo más pequeño y cotidiano, siempre que intentemos sembrar gracia a costa de quitar pecado y dureza de corazón. Nuestra misión es responder a tanta gracia de Dios derramada en nuestras pobres ánforas de barro, para vivir en nuestras comunidades parroquiales la respuesta a este Dios que nos quiere humanizar desde dentro para ser creadores de fraternidad. ¡Ánimo, con mucha confianza como María!

“La palabra más honda es la que nace del silencio mismo de Dios y solo se traduce en el lenguaje del amor”.